2/01/2010


Horizonte político
José Antonio Crespo
Objeciones a la reelección

De entre las muchas objeciones a la reelección legislativa, destacan las siguientes:

A) Por un lado, viene el argumento histórico. Si la reelección fue causa original de la Revolución de 1910, reinstaurarla sería crear condiciones para un nuevo estallido (la doctrina Peña Nieto). Además, ¿cómo celebrar el centenario de la Revolución reviviendo ese anatema? Sería ofender a Francisco Y. Madero, cuando merece descansar en paz. Se olvida en este caso que el motivo del conflicto no fue la reelección legislativa que, por tanto, prevaleció en la Constitución revolucionaria por excelencia: la de 1910.

B) Existe el argumento exactamente contrario (la doctrina Ebrard); ¿por qué si la reelección legislativa tiene las bondades que se presumen, no se propone también para el Ejecutivo? Desde una óptica técnica y operativa, Ebrard tiene razón. La reelección condiciona en buena medida las ambiciones del gobernante a un desempeño aceptable frente a su electorado.

Por eso mismo, la gran mayoría de los sistemas democráticos incluyen la figura aun en el nivel Ejecutivo. En los sistemas parlamentarios la reelección es generalmente indefinida (depende de varios factores: el respaldo que se otorgue dentro del partido, la del partido frente a los electores, y la de la coalición gobernante al primer ministro). En los sistemas presidenciales, dada su rigidez institucional (mandatos fijos sin posibilidad de una moción de censura), se han puesto más límites. ¿Por qué, entonces, no extenderla al Ejecutivo? Pues quien conozca un poco de historia de México —sólo un poco— sabrá que la respuesta no es técnica, sino esencialmente histórica. Precisamente por el trauma que nos dejó el porfiriato y su consecuencia, la Revolución, es que nadie propone la reelección del Ejecutivo (salvo la politóloga Amparo Casar, quien desafía ese dogma precisamente con argumentos técnicos y operativos).

C) Otra objeción muy difundida es la falta de elecciones limpias, equitativas e imparciales, ante lo cual la reelección se traduciría en la inmovilidad de élites enquistadas e impunes, pues la decisión de su permanencia no radicaría en los ciudadanos, sino en cúpulas partidarias, gobernadores y caciques. La relación entre ambos conceptos es esencialmente la siguiente:

1) sufragio no efectivo + reelección = dictadura;

2) sufragio efectivo + no reelección = representación truncada e ineficaz y, finalmente:

3) sufragio efectivo + reelección = representación democrática. De tal modo que, para quien piensa que aún no tenemos elecciones libres y eficaces, no conviene la reelección.

Quien cree que ya hay sufragio efectivo, entonces resulta irracional no reinstaurar la reelección legislativa, para avanzar hacia una representación política más eficaz y responsable. Desde luego, falta camino por recorrer —como en muchas democracias, nuevas y viejas—, pero si no hubiera alguna eficacia en nuestro sufragio, seguiría gobernando el PRI con mayorías calificadas a nivel federal, en todos los estados y en la capital. No se hubiera registrado la alternancia en el año 2000, no habría gobernadores del PAN ni del PRD, no cambiarían las mayorías en los congresos.

D) También se dice que, para que la reelección funcione, se requiere una ciudadanía altamente informada y politizada. Y que no hay tal, pues al menos 80% no sabe quiénes son sus representantes. Con esa lógica, tendríamos que esperar a que el 80% de los ciudadanos supieran ya quiénes los representan y cómo se vota en las cámaras. Es decir, nunca estaríamos preparados para la reelección (ni para la democracia, si me apuran).

Pero justamente la reelección provoca un creciente interés por dar seguimiento a los legisladores, y no a la inversa. Y durante los comicios, los retadores recuerdan al electorado qué hizo y qué no hizo el titular del cargo, el cual se defiende, lo que da elementos al elector para refrendar a su legislador o removerlo.

Si bien en México tenemos aún deficiencias electorales, altos índices de corrupción, pobreza y desigualdad social, el resto de América Latina está igual o peor, y existe la reelección (salvo en Costa Rica). Aquí no hay más que una de dos: o todos esos países están mal o somos nosotros quienes andamos medio perdidos. ¿De verdad Nicaragua, Guatemala y El Salvador tienen mayores niveles de democracia, de modo que ahí ya están calificados para la reelección, y nosotros todavía no?

El argumento de la excepcionalidad mexicana recuerda aquel cuento en que un automovilista que va en sentido contrario en el Periférico, al oír la noticia por radio, exclama que no se trata de un loco aislado, sino de muchos.

Aquí no hay más que una de dos: o todos los países de América Latina están mal o somos nosotros quienes andamos medio perdidos.

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