4/19/2010

La Comuna: del modelo al módulo

John M. Ackerman

El futuro del país se juega en el destino de los más de 7 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan, los famosos ninis. Es impostergable el desarrollo de nuevas políticas públicas que canalicen el gran potencial de este rebosante ejército de ciudadanos marginados del desarrollo nacional. De otra forma, nuestros jóvenes seguirán alimentando las filas del narcotráfico y la delincuencia organizada, que tanto daño han hecho al país.

Las típicas políticas juveniles asistencialistas que sólo ofrecen una forma edulcorada del famoso pan y circo se encuentran en bancarrota. Los numerosos conciertos, concursos, pasarelas, bailes, tarjetas de descuento y estériles conferencias, que año a año son organizadas tanto por el Instituto Mexicano de la Juventud como por sus homólogos en las entidades federativas, de poco han servido en la urgente tarea de ofrecer alternativas para superar la situación de explotación, olvido y falta de oportunidades de la juventud.

En el Distrito Federal, tanto las nuevas preparatorias públicas como la Universidad de la Ciudad de México representan un avance importante. Las becas que ofrece el Gobierno del Distrito Federal a la población juvenil también son un aliciente importante. Sin embargo, el desprecio que las autoridades de la ciudad han demostrado hacia uno de sus programas juveniles más innovadores revela que incluso en la capital en movimiento es necesario un mayor compromiso con este grupo tan estratégico para el desarrollo nacional.

En 1998, el primer gobierno electo democráticamente en la ciudad inauguró un programa juvenil denominado La Comuna. Esta iniciativa se inspiró en el éxito de las Misiones Locales de Francia, creadas por el gobierno de izquierda de François Mitterand a principios de los años 80.

De acuerdo con el distinguido fundador de las Misiones Locales, Bertrand Schwartz, miembro de la Legión de Honor de Francia y doctor honoris causa de numerosas universidades europeas, el proyecto busca romper con la lógica dominante de control social que suele caracterizar los programas gubernamentales. En lugar de concebir a los jóvenes como objetos de intervención, parte de la idea de que son agentes de cambio capaces de construir soluciones propias y que cuentan con gran potencial para contribuir al cambio social de sus respectivas comunidades.

En México el programa se bautizó con el nombre de La Comuna, en referencia a la experiencia de la comuna de París, que simbolizó el momento de mayor esplendor de un gobierno popular durante la revolución francesa. El mismo doctor Schwartz realizó un largo viaje a nuestro país para acompañar el inicio del programa.

El personal de las comunas está constituido por un grupo sumamente dinámico, con sólida formación académica y social. Muchos de los fundadores siguen participando en esta iniciativa desde hace 12 años y han logrado convertir estos centros juveniles en verdaderos referentes comunitarios. Allí se realizan trabajos de desarrollo social, las instalaciones abren sus puertas a vecinos y se ofrecen asesorías individualizadas y grupales a jóvenes que buscan transformar sus vidas y la sociedad.

El éxito de las comunas se refleja en los miles de jóvenes que asisten a estos centros cada año, en la alta tasa de colocación laboral que tienen sus beneficiarios y en la ampliación del programa a lo largo de los años. Hoy existen comunas en siete delegaciones de la ciudad. Asimismo, ha recibido el reconocimiento de la UNESCO, la Organización Internacional del Trabajo y de investigadores de la Universidad Iberoamericana por su modelo innovador.

Hoy, sin embargo, el programa está a punto de naufragar. En noviembre pasado, los empleados de las comunas fueron notificados de que la Secretaría de Trabajo y Fomento al Empleo del Distrito Federal, a cargo de Benito Mirón, decidió recortar sus ya reducidos ingresos en 25 por ciento. Hoy, el trabajo especializado que realiza el coordinador de una comuna es remunerado con apenas 7 mil 200 pesos al mes. Los consejeros que atienden directamente a los jóvenes reciben 4 mil 666 pesos mensuales. Un agravante es que estos trabajadores laboran bajo el régimen de honorarios, como si fueran colaboradores externos, y no cuentan con prestación laboral o seguro médico alguno. Quienes se han atrevido a levantar la voz en contra de esta situación han recibido la invitación a presentar su renuncia.

Resulta paradójico, por decir lo menos, que precisamente la secretaría dedicada a defender los derechos laborales en el Distrito Federal trate con tanto desdén a su propio personal. Pero resulta mucho más preocupante la intención gubernamental por desechar totalmente el modelo original de La Comuna. El gobierno ya ha rebautizado a las comunas como módulos del Servicio Nacional de Empleo y ha ido eliminando su perfil como un programa de atención integral a jóvenes desempleados. Al parecer, el verdadero objetivo es forzar la renuncia de los comuneros originales para remplazarlos con simples burócratas dedicados a administrar una bolsa de trabajo para jóvenes.

Una transformación de esta índole implicaría un preocupante retroceso en las políticas juveniles de la ciudad, así como una pérdida imperdonable de más de una década de experiencia y capital humano acumulado en la materia. Habría que exigir a las autoridades que rectifiquen el camino antes de que sea demasiado tarde.

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