9/18/2011

Doble suicidio



Carlos Bonfil



La realidad por sí misma no me interesa. Si mis películas tuvieran que ser una reconstrucción de la misma, no las haría. Parto de la realidad y veo qué idea superior puede salir de ella. Con estas palabras, el realizador japonés Masahiro Shinoda, de quien la Cineteca Nacional exhibe actualmente una sólida retrospectiva, marca distancias con su primer trabajo para la compañía productora Shochiku, a principios de los años 60. Aquellos filmes, volcados a la evocación del malestar juvenil, las turbias atmósferas del juego y la violencia urbana, y los ajustes de cuentas entre bandas criminales, marcaron un tono modernista y recio, influido por la cultura popular occidental, que fue identificado como una nueva ola del cine japonés. Los realizadores Nagisa Oshima y Yoshida Kiju son, a lado de Shinoda, los máximos exponentes de esa corriente fílmica.

Al abandonar la productora Shochiku a mediados de los 60, Shinoda incursiona en un cine más introspectivo y poético, fuertemente ligado la literatura y a una tradición teatral por la que siempre tuvo un especial apego. Doble suicidio (1969) es la película que mejor ilustra el deseo de rebasar un registro puramente realista y apostar por una estilización más arriesgada. Basada en una obra de teatro del siglo XVIII, Los amantes suicidas de Amijima (1720), de Monzaemon Chikamatsu, dramaturgo introductor del teatro de marionetas (bunraku) –antecedente del arte escénico kabuki, donde los actores provistos de máscaras acompañan la acción dramática con canto y baile– esta película es para muchos la obra maestra del cineasta.

En ella, Shinoda adapta libremente la obra teatral y propone un prólogo de corte documental sobre su escenificación moderna en Osaka. Un recitador comenta la acción y los marionetistas, vestidos de negro y con el rostro a mitad cubierto, acompañan a los personajes que han dejado de ser muñecos para cobrar forma humana. Estas figuras de negro semejan un coro griego en una historia marcada de principio a fin por la fatalidad, aunque en realidad, lejos de ser oficiantes de un ritual de castigo, son testigos conmovidos e impotentes, voces de la conciencia del dramaturgo y del cineasta. Son también personificaciones de la cámara y espejos del espectador de la obra, al que ocasionalmente se dirigen de modo directo, anulando la identificación escénica con un claro distanciamiento brechtiano.

Doble suicidio refiere la desgracia de Jihei, comerciante y padre de familia, enamorado de la cortesana Koharu, cuya liberación del burdel en que trabaja quisiera él poder comprar, topándose los dos amantes con las contrariedades de la penuria económica y del libre comercio que deja a Koharu a merced de un mejor postor. El mutuo sacrificio consentido queda como única vía para vivir con plenitud la pasión amorosa, ya no en el mundo de la adversidad y el mercado, sino en la muerte vista como última posibilidad liberadora. A esta exaltación de los sentidos que viven los amantes contrariados se opone, vigorosamente, una noción del deber conyugal, pero sobre todo, y de modo novedoso, la solidaridad moral de la prostituta y de Osan, la mujer engañada, interpretadas las dos por una misma actriz, Shima Iwahita, esposa del cineasta.

Muy atrás han quedado las novedades estilísticas de un Shinoda que en sus primeras películas de acción parecía fuertemente influido por el cine estaduinidense y los hallazgos formales de la nueva ola francesa. La recuperación de la tradición cultural japonesa, por la vía de la literatura y el teatro, alcanza en Doble suicidio una gran sobriedad artística, con planos largos y desplazamientos sensuales de una cámara que escruta las emociones en los rostros de los personajes. Los decorados, abiertamente teatrales, presentan sus cambios bruscos ante esa cuarta pared escénica que es la sala de cine. Las irrupciones musicales son breves, precisas, como un intenso contrapunto dramático. Hay un golpe de gong a manera de seca embestida amorosa. Los amantes se abandonan al éxtasis sexual en medio de un cementerio, y las inscripciones en las lápidas prolongan el grafismo mayúsculo que ha saturado misteriosamente paredes y pisos a lo largo de la película. Un largo discurso apagado sirve así de fondo al desgarramiento pasional de la pareja amorosa que ha desafiado las convenciones y exigencias del deber doméstico. La muerte transfigura y reivindica las sordas revueltas interiores de los personajes, mientras un mismo jirón de tela, desprendido del kimono de la mujer acuchillada, sirve de soga para el amante en la horca.

Doble suicidio, uno de los momentos más intensos del cine japonés, se exhibe este domingo a las 17:30 horas en la sala 4 de la Cineteca Nacional, y el próximo martes a las 17 horas.

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