9/19/2011

Valerosas mujeres




Ángeles González Gamio

Aunque mucho se habló el año pasado por los festejos del bicentenario de algunas valerosas mujeres que participaron en el movimiento insurgente, de muchas otras poco o nada se dijo. Creo justo recordar a unas cuantas en estas fechas. Una de ellas fue Mariana Toro de Lazarín, cuyo esposo era un prominente minero con quien organizaba tertulias en su casa, a las que concurrían personas que simpatizaban con los ideales de emancipación. Un día llegó la noticia de la detención de Hidalgo y de los demás jefes insurgentes. Mariana exclamó indignada en una tertulia: Hemos de aprehender al virrey y ahorcarlo. Estas contundentes palabras dieron inicio a una conspiración, cuyo fin se suavizó buscando aprehender al virrey y, en lugar de ahorcarlo, hacerlo prisionero. Para este fin, Mariana asistía al Paseo Nuevo, donde estaban acampadas las tropas de la guarnición simpatizante de la insurgencia, participando activamente en la preparación del plan.

Éste se vino abajo porque uno de los conspiradores, temiendo morir, consideró necesario estar bien con Dios. El confesor lo denunció al virrey, quien ordenó aprehender al matrimonio Lazarín y a la mayor parte de los conspiradores. Mariana y su marido estuvieron presos en las cárceles de la Inquisición durante 10 largos años.

Otra valerosa mujer fue Rita Pérez; oriunda de San Juan de los Lagos. Se casó con el insurgente Pedro Moreno y participó en la guerra junto con su marido en el Fuerte del Sombrero, en donde se encargaba de cocinar y repartir la comida, así como de curar a todos aquellos rebeldes que resultaran lesionados en los combates. Por su entereza la apodaron La Generala. Al ser tomado el fuerte por los realistas, Rita y sus cuatro pequeños hijos fueron detenidos. Las penalidades del encierro, el hambre y las enfermedades causaron la muerte de los dos más pequeños. En prisión recibió la noticia de la muerte de su hijo mayor y la del asesinato de su querido esposo. Al salir del encierro, con las dos hijas que le quedaban, regresó a San Juan de Los Lagos, en donde atendió un expendio de tortillas hasta su muerte.

Y no olvidemos a Gertrudis Bocanegra, quien nació en Pátzcuaro, Michoacán, en el seno de una opulenta familia española dedicada al comercio. Se casó con un alférez de los ejércitos reales con quien procreó un hijo. Simpatizante de las ideas independentistas cuando Hidalgo y Allende proclamaron la Independencia, Gertrudis convenció a su esposo y a su hijo de unirse a los insurrectos. Al pasar la columna insurgente por Valladolid, padre e hijo se sumaron a las fuerzas rebeldes.

Meses después, Gertrudis recibió la noticia de la muerte del marido y del hijo. Sin embargo el dolor no menguó su espíritu y se incorporó a los insurgentes. Se le envió a Pátzcuaro, donde colaboró con la causa aportando noticias, dinero, víveres y pertrechos de guerra, y prestando su casa para que se llevaran a cabo reuniones de los partidarios del movimiento.

Finalmente fue delatada y hecha presa. Durante el proceso que se le siguió fue presionada para que denunciara a los conjurados; ella no delató a nadie. Fue condenada a muerte y con singular valor, segundos antes de morir arengó al pelotón de fusilamiento para que se uniera a la causa de la libertad.

Para seguir con las heroínas, los invito el sábado 24 de este mes, a las 12, a ver mi obra de teatro Josefa y su Independencia. La presenta el área cultural de la Secretaría de Hacienda, en los Patios Marianos de Palacio Nacional.

Y vámonos al tentempié a Puro Corazón, el simpático restaurante situado en Monte de Piedad 11. Desde su terraza en el sexto piso, se aprecia la mejor vista del Zócalo y sus alrededores. Qué tal una sopa de huitlacoche, costillitas con verdolagas en salsa verde o una pechuga rellena de flor de calabaza y bañada en salsa de poblano.

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