Esto no se acaba hasta que se acaba
Alejandro Encinas Rodríguez
- (Candidato a senador por el Estado de México)
La
premisa básica de los sistemas democráticos modernos, parte de los
principios de equidad, legalidad, transparencia, imparcialidad y certeza
en los procesos electorales y sus resultados.
La creación del
Instituto Federal Electoral respondió a la exigencia social que, ante el
agotamiento de un régimen autoritario donde el gobierno controlaba los
órganos electorales, pugnó durante décadas por una verdadera apertura y
democratización de las instituciones políticas del país.
Las
reformas electorales de los últimos años buscaron dotar de autonomía y
fortalecer a las autoridades electorales y garantizar el ejercicio de
los derechos políticos de los ciudadanos, entendiendo que la
imparcialidad es el principio máximo en el diseño de instituciones
electorales democráticas.
Pese a estos avances, asistimos a un
proceso que registra un vuelco a las viejas prácticas de control
político sobre un amplio sector de la población carente de solvencia
económica, que subordina su iniciativa a las prácticas clientelares del
gobierno, y a la creciente ascendencia de las elites del poder que, a
través de la manipulación de la información que emiten los medios de
comunicación y del dinero, se han constituido en un metapoder por encima
del gobierno y los ciudadanos.
Los medios difunden su agenda de
prioridades, generan información selectiva para impulsar lo que en
psicología se llama, “ilusión de la verdad”, que es el cambio de la
percepción a través de simulación y manipulación. Coloca marcas y
productos en el mercado, convierte el debate político en mercadotecnia
publicitaria, induce encuestas y programas de opinión, se erigen en gran
elector al favorecer a un candidato sobre el que promueve encuestas y
resultados antes de que ciudadanos voten y se cuenten los sufragios.
Ese
es el asunto que evidenció la irrupción de los jóvenes del Movimiento
#Yo Soy 132, que, con imaginación rompieron el desencanto de las
campañas electorales y evidenciaron cómo los medios de comunicación se
han convertido en instrumento de reproducción de las relaciones de poder
y de la pobreza cultural que alientan.
De nueva cuenta las
televisoras, erigidas en gran elector, proclaman como concluyentes los
resultados de encuestas de salida definiendo un ganador, a la que se
sumaron lastimosamente las autoridades electorales cuando no se llevaba
ni la décima parte de las actas computadas, cuando falta la revisión de
recursos de impugnación que acreditan graves anomalías en el uso
desmedido de dinero y el desvío de recursos públicos, que de entrada
desestima y que con seguridad dejará impunes al considerar que no serán
determinantes en el resultado.
De nueva cuenta el presupuesto
público, que debería utilizarse en beneficio de los ciudadanos, se
malversó en los procesos electorales; las dependencias gubernamentales
se transformaron en promotores electorales violando la ley, ante la
pasividad de las instituciones electorales que denotan una clara lejanía
con los ciudadanos que reclaman una verdadera democracia en condiciones
plenas de equidad.
Como siempre, quienes se desgarran las
vestiduras en la defensa de las “inmaculadas instituciones” se apresuran
en querer finiquitar este proceso, sin que se computen correctamente
los votos, se sancionen las irregularidades sean o no determinantes en
el resultado y se rinda cuentas a satisfacción de los electores sobre la
elección, pero deben tener claro: esto no se acaba hasta que se acaba.
El Universal
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