A propósito de este día conviene reflexionar y cuestionar el lugar que han tomado las luchas de género en nuestra sociedad. Asimismo es una oportunidad propicia para referirnos a la necesidad de seguir cuestionando los esquemas de producción y reproducción de sentidos, que siguen contribuyendo con la creación de una imagen-objeto en torno a la condición del ser femenino.
Actualmente, la militancia activa feminista mantiene su ímpetu y lucha para que cada vez más mujeres tomen conciencia en torno a la necesidad de romper con los patrones de poder y desigualdad, los cuales han generado la división sexual del trabajo a través de la naturalización de roles (femenino y masculino) que son producto de una construcción social que condiciona patrones de comportamiento, tareas y acciones en función del sexo con el cual la persona nace.
Hoy en día esta lucha ha tenido una trascendencia como nunca había ocurrido en épocas precedentes en Venezuela. Se han creado condiciones desde el punto de vista jurídico e institucional, formal, en aras de reivindicar y proteger a la mujer frente a la violencia machista del patriarcado, que sigue fuertemente arraigada con terribles estragos en nuestra sociedad.
Sin embargo, los avances del Estado venezolano en lo jurídico e institucional formal, para enfrentar la violencia contra la mujer, no nos está indicando que realmente nos estemos acercando a la liberación de la mujer de las ataduras del machismo y su carga de violencia
La mujer, maltratada y víctima de violencia de género en Venezuela, se autoexcluye o ha sido excluida de su activismo presencial en esta lucha histórica, que sigue siendo llevada adelante sólo por los colectivos feministas y alguno que otro organismo gubernamental con sus campañas.
En ese sentido, la vocería en presencia pública en torno a la violencia de género no la lleva a cabo las propias mujeres víctimas de la violencia de género. A partir de aquí surgen diversas interrogantes: ¿dónde están las mujeres víctimas de violencia?, ¿por qué no hablan?, ¿hay verdaderos esfuerzos desde los colectivos y sectores feministas, desde los organismo gubernamentales, para otorgarles voz?
Aunque se entiende que la propia sociedad y su orden formal ha creado sus aparatos de coacción que inciden en el temor que tienen las mujeres maltratadas y vejadas por el machismo a denunciar y hablar desde su propia experiencia, la tarea impostergable debería orientarse a impulsar el activismo en pro de la transformación de las viejas estructuras patriarcales para incluir y darle voz a las excluidas de vocería pública, víctimas de la violencia: en los barrios, en diversos espacios sociales, y que se mantienen calladas y sumisas frente a la injusticia y la desigualdad con respecto a los hombres, cuyo testimonio se desconoce en el espacio público.
De la violencia simbólica a la violencia física
Ahora bien. Cuando se trata el tema de la violencia contra la mujer, por lo general se le otorga mayor importancia a la violencia física. No obstante, existe otro tipo de violencia: la violencia simbólica, que está enraizada en matrices de pensamiento o en percepciones tomadas como universales y fijas, que hacen mucho daño a la mujer.No se trata en este caso de minimizar el daño que produce la violencia física, ni negar el hecho de que existen mujeres golpeadas, violadas, explotadas y humilladas, sino que el orden simbólico ha mantenido a la mujer dominada y ceñida a las ataduras de poder impuestas por el machismo en la sociocultura, que preceden al uso de la fuerza.
Dentro de este proceso han tenido una poderosa contribución instituciones como la familia, la iglesia, la escuela y el Estado. Basta señalar la enorme carga de culpabilidad, discriminación y control que sobre la mujer ha impuesto la iglesia católica, una institución profundamente patriarcal.
Como lo explicó Pierre Bourdieu (2000) en su texto La dominación masculina, la violencia simbólica ha hecho que la propia mujer se autodenigre, reproduzca y asimile las categorías de dominación que proceden desde los dominadores.
Es así como la mujer ha instituido su propia subvaloración, como lo es una constante dificultad para aceptar su cuerpo, en aras de reproducir un estereotipo de belleza o de la moda, que la ha cosificado, la ha convertido en un objeto para el otro.
¿Cuerpo para sí misma o para el otro?
En el marco de la violencia simbólica, la mujer ha sufrido un proceso de inseguridad corporal, en el que ha marcado distancia entre el cuerpo real y el cuerpo ideal, siguiendo con ello los estereotipos de la belleza fabricados desde las industrias culturales, acercándose insistentemente a un modelo estético artificial.Para muestra, de manera alarmante se puede observar como en Venezuela, así como en diversos países de la región y del mundo, se ha disparado la tasa de cirugías estéticas, principalmente de implantes en senos y glúteos, a través de cuyos procedimientos quirúrgicos las mujeres persiguen un ideal de belleza machista, promovido desde los medios de comunicación, con consecuencias muchas veces trágicas.
Algunos podrán pensar que este tipo de intervenciones estéticas se hacen de manera voluntaria y corresponde con el derecho libre que tienen a hacer y decidir sobre su cuerpo. Pero, ¿a qué ideal están respondiendo estas mujeres?, ¿acaso no están demostrando la asimilación de un esquema de dominación androcéntrico que las lleva a convertirse en objeto de deseo para el hombre?
En la subvaloración que hace la mujer sobre sí misma y sobre su cuerpo, han tenido una carga enorme la publicidad y las industrias culturales, que de manera sutil siguen reproduciendo expresiones machistas, a través de piezas publicitarias que utilizan a la mujer para promocionar artículos de belleza y estética, bebidas alcohólicas, productos para el hogar, higiene y cuidado o artículos sexuales, con lo cual, se maneja una percepción que la enclaustra en estereotipos convencionales. Es así como se muestra en los espacios publicitarios a la mujer preocupada por su imagen, por la casa, por los hijos, por su pareja, pero no por sí misma.
Desafortunadamente, erradicar estos esquemas que frenan la emancipación de la mujer no pasa por la preocupación o esfuerzos desde el Estado, la familia, la escuela o un cambio de comportamiento de parte las empresas de comunicación e información. Esas transformaciones serían significativas; pero es sólo la consciencia de la mujer como individuo y colectivo lo que le permitirá superar el profundo daño de la violencia simbólica y sus terribles consecuencias físicas.
*Lic. en Comunicación Social. Actualmente ejerce la docencia en la carrera de periodismo, Universidad de los Andes, Núcleo Trujillo, Venezuela.
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