José Antonio Crespo
El gobierno de Vicente Fox intentó zanjar de manera de decisiva el conflicto chiapaneco en “15 minutos”. Bastaría con que se reuniera a conversar con su “amigocho” de la selva, el subcomandante Marcos, para que todo quedara resuelto. Buscaba con ello distinguirse del régimen priísta y acentuar el carácter democrático de su gobierno. 12 años después, el problema con el EZLN subsiste. Y ello fue por la enorme novatez e ingenuidad con que Fox manejó el asunto. Removió el cerco militar y aceptó las condiciones de diálogo del EZLN sin haber exigido nada a cambio. Los zapatistas aprovecharon la situación para recorrer parte de la república y presentarse en el pleno del Congreso a exponer sus puntos de vista, todo lo cual fue saludado por buena parte de la opinión pública, pero no del PAN. Y sin los votos del PAN no se podría reformar la normatividad en los términos planteados por los zapatistas, que incluía la autonomía indígena. El PRI tampoco estaba de acuerdo con ese punto. Apenas se aprobó la reforma indígena en los términos limitados, Marcos los descalificó y mandó al diablo a su supuesto “amigocho” de Los Pinos. Según Jorge Castañeda y Rubén Aguilar, “el error de Fox y su equipo consistió en pensar que Marcos aceptaría saldar el problema definitivamente para un presidente del PAN, conservador, empresarial y globalizado”. Y es que el PAN siempre ha mostrado desprecio por el zapatismo (aunque hoy sabemos que Fox en realidad no era panista, sino que, como muchos otros, utilizó a ese partido para ascender y enriquecer a su familia, y abandonarlo justo después de su derrota).
El zapatismo llama ahora a la unión de las fuerzas progresistas para resistir el retorno del priísmo, al que no concede el beneficio de la duda en su planteamiento renovador. Mas no está claro que el zapatismo haya sido una alianza benéfica para la izquierda institucional. Eso parecía cuando surgió en 1994 ante el respaldo que suscitó en la opinión pública. Pero Marcos menospreció y regañó al PRD, que tuvo la imprudencia de acercarse en exceso a los zapatistas. Cuando el EZLN rompió las negociaciones con el gobierno con un discurso amenazador, el PRI aprovechó la ocasión para una campaña del miedo muy eficaz. En 2006, ante la mayor oportunidad de la izquierda para alcanzar el poder, Marcos decidió emprender la “otra campaña”, pidiendo boicotear la elección. Quizá haya inhibido a votantes potenciales de la izquierda radical, que pudieron haber sido determinantes dado lo estrecho del resultado. Ahora el EZLN propone a las fuerzas progresistas el embate presuntamente restaurador del PRI. AMLO, que ve con recelo todo liderazgo alternativo de izquierda, no ha comentado nada al respecto. En todo caso, el EZLN busca calar al gobierno de Peña, y, en su caso, aprovechar su anunciada disposición a la apertura y la inclusión. Ya se verá.
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Investigador del CIDE
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