Por: ELIA BALTAZAR/ EL SIGLO DE TORREÓN / MÉXICO, D.F
Rebeldía
se escribe en femenino. Si lo sabrán ellas, las dirigentes, las
activistas, las brigadistas y militantes que en 1968 apresuraron el
paso para rebasar su tiempo.
Poco se sabe de ellas. Sus nombres y su historia son el intermedio
de un capítulo hasta ahora escrito en masculino: el movimiento
estudiantil. Pero allí estuvieron. Al frente y a los lados. Jóvenes
mujeres que desafiaron la inercia de las normas y la política de
pantalón porque también querían cambiar el mundo. Y el suyo, al menos,
cambió para siempre.
Myrthokleia González, Marcia Gutiérrez, Adriana Corona, Herlinda
Sánchez Laurel, Martha Servín y Patricia Martínez (entre muchas otras)
son las mujeres del 68 que hicieron política escabulléndose de casa,
las que cambiaron las fiestas por las asambleas, practicaron el
feminismo antes de conocerlo y se sintieron iguales como nunca a los
otros, sus compañeros, a quienes no abandonaron ni en la cárcel, aun
bajo riesgo de ser ellas mismas detenidas. En esos días la minifalda y
el pantalón corrieron parejo para escapar de las golpizas y las
detenciones. Unas y otros se apropiaron de las calles y las
compartieron, aprendieron juntos el arte de la arenga, el boteo y la
pinta en brigadas callejeras. Ellas también cayeron en la cárcel,
murieron, desaparecieron o fueron torturadas los días que siguieron al
2 de octubre. Las más afortunadas siguieron adelante hasta el invierno
del movimiento.
Hoy, en torno al fuego de la conmemoración, ellas se reúnen para
rescatar la voz de las mujeres en esta historia colectiva escrita 45
años atrás.
EL GERMEN DE LA POLÍTICA
Parece que el mal ya lo
traían de origen y brotó apenas hubo ocasión. Unas manifestaron
síntomas antes que en otras. Pero todas ya habían sufrido de fiebres
políticas antes de saltar al movimiento.
Adriana se hizo militante de "una secta" de izquierda en la
preparatoria: la Liga Espartaco. Marcia militaba en la fe: era
representante nacional juvenil de la Unión Femenina de Estudiantes
Católicas, hasta que el cisma de Juan XXIII dividió a la Iglesia y ella
optó por el ala liberal.
Martha se hizo militante del Partido Comunistas Mexicano en la
Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Politécnico y Mirthokleia,
única mujer en su escuela, aprendió de liderazgo en la sociedad de
alumnos de su Vocacional.
Herlinda, estudiante de arte en La Esmeralda, no hizo más que seguir
el trazo de vida de "los ídolos de entonces": Sequeiros y Rivera,
comunistas ambos, quienes la llevaron a olfatear la ruta de la
izquierda. Y Patricia, que siempre tuvo inquietudes, se entrenó en las
causas universitarias.
La biografía de cada una de ellas tiene sello propio. Mirthokleia
fue la primera mujer -y la única durante mucho tiempo- que ingresó a la
escuela Wilfredo Massieu del Politécnico para estudiar mecánica
industrial. "No había ni secretarias, pero ya estaba acostumbrada a
tratar con puros hombres desde la Vocacional". En el tercer año de la
carrera y con 21 años, se hizo maestra en la escuela técnica Juan de
Dios Bátiz, también del Poli.
Herlinda vino de Ensenada, Baja California, para estudiar arte, en
una época en que las mujeres no salían de casa. "Desde que llegué a la
ciudad de México, me hice de amigos con ideas de avanzada que estaban
metidos en causas políticas. Ya en las primeras luchas en la Facultad
de Derecho (el movimiento universitario de 1966) andábamos allí,
apoyándolos con carteles y mantas. La mayoría éramos norteños y
formamos parte de una célula del Partido Comunista. Éramos los más
aventados, los que podíamos aventarnos al ruedo porque aquí no estaban
las familias ni los padres para cuidarnos".
Adriana y Martha llegaron el movimiento estudiantil por la
izquierda. La primera de manera que parece casi natural. "Comencé a
militar y a hacer labor política en la preparatoria, donde hacíamos un
periodiquito en el que hablábamos de todo lo que estaba pasando en el
mundo con los jóvenes… quién lo iba a decir".
En Ciencias Biológicas, Martha se integró al Ateneo Nezahualcóyotl,
una organización estudiantil de carácter político y cultura que más
tarde la impulsó como secretaria general de sociedad de alumnos de la
escuela. "No había mujeres en esos cargos de representación estudiantil
y al lanzar mi candidatura se desató una campaña en mi contra: ponía
carteles que dibujaban a una mujer con un látigo en la mano, azotando a
un hombre. Yo hice lo mío, busqué a los mejores para integrar mi
planilla, y arrasamos. Al mismo tiempo, mi relación con el Partido
Comunista se volvió más estrecha y más tarde me integré a la Central
Nacional de Estudiantes Democráticos".
Marcia y Patricia dieron sus primeros pasos en lucha estudiantil, en
un movimiento que surgió en la Facultad de Odontología, en abril del
68. Fue en defensa de un grupo de maestros cesados "de manera injusta"
por las autoridades de la facultad. "Perdimos, pero nos identificamos
los estudiantes con inquietudes políticas", recuerda Patricia.
Marcia fue representante en ese movimiento que se convirtió en
ensayo de lo que vendría después. Además acudía regularmente a la
Parroquia Universitaria del CUC, donde los estudiantes católicos
hablaban sobre temas de política y el mundo: el mayo de París
concentraba su atención.
"Muchas de quienes estuvimos en el CNH ya teníamos una experiencia
previa, muy temprana, en actividades políticas y nos distinguíamos como
representantes de nuestras escuelas. Además, cada una representaba muy
bien el medio del que venía. Yo, con mi perfil católico, no hubiera
podido ser representante en la Facultad de Derecho. Pero la Tita
(Roberta Avendaño, dirigente en leyes) tampoco hubiera podido serlo en
Odontología, donde los compañeros eran más conservadores.
SALTAN A LA PROTESTA A quién sorprende entonces
que aquellas jovencitas saltaran espontáneamente a la protesta contra
la irrupción de los granaderos en las vocacionales, el bazucazo en San
Ildefonso y la represión de la marcha del 26 de julio.
Adriana, que había estado en aquella manifestación (en la que
granaderos y policías la emprendieron contra estudiantes y comunistas),
fue elegida en su preparatoria como representante ante el Consejo
Nacional de Huelga. Esa misma noche fue detenida la primera mujer del
movimiento estudiantil: Oralia García Reyes, una jovencita de 17 años,
hermana menor de Efraín y Jaime García Reyes, los dos dirigentes
estudiantiles en el Politécnico y miembros de la CNED.
"Tan pronto supe que habían comenzado las detenciones, decidí
quedarme toda la noche en la UNAM, en la Facultad de Ciencias Políticas
que ya estaba en huelga, lo mismo que mi preparatoria", recuerda
Adriana.
A Marcia no se le olvida "el shock" de su primera asamblea en el
CNH. "Pensé que iba a ser algo muy serio, muy formal, y cuando vi
aquella cantidad de gente, sólo atiné a pescarme del brazo de mi
compañero de Odontología. Algunos se preguntaban qué hacíamos allí los
de esa facultad, que no tenía mucha tradición de lucha libertaria. Pero
allí estábamos. Para mí fue toda una escuela de política".
Patricia se sumó al movimiento en la marcha de protesta que encabezó
el rector Javier Barros Sierra, el primero de agosto. En Odontología no
hubo asamblea que eligiera representantes, como en el resto de las
escuelas. "No era un escuela politizada y la representación la tomamos
de manera natural quienes estábamos interesados en el movimiento. Como
éramos muy pocos, unos 15 quizá, nos juntábamos con las brigadas de
Ciencias Políticas o Derecho".
Mirthokleia admite que tardó algunos días en que "me cayera el
veinte de lo que había pasado". Pero tan pronto tomó conciencia de la
dimensión de la violencia contra sus compañero, organizó una asamblea
informativa en la Wilfredo Massieu. Como única mujer, sus compañeros
quisieron asignarla a las labores de la cocina al organizar la huelga,
pero ella se negó de tajo. "A mí me gustaba prensa y propaganda,
repartir volantes, conseguir cosas en la radio".
Su liderezgo se impuso y a las dos semanas de que estalló el
movimiento "me pidieron que leyera el pliego petitorio". A partir de
entonces organizó las asambleas en su escuela y la nombraron
representante ante el CNH.
Para el 68 Martha Servín ya no era estudiante -como tampoco Raúl
Álvarez Garín-. Trabajaba como vendedora de libros de la editorial
Siglo XXI, pero igual se involucró en el movimiento no sólo por ser
parte del Poli, sino como militante del Partido Comunista. Fue delegada
al Consejo Nacional de Huelga en la etapa posterior a la ocupación
militar del Casco de Santo Tomás. "Primero fui brigadista en provincia,
enviada por el PMC. Visitaba las universidades y centros de estudio de
toda la República para plantear los propósitos del movimiento. Iba y
regresaba para asistir a las marchas y los mítines, y luego del 23 de
agosto la asamblea aprobó mi representación ante el CNH. Me tocó la
parte más difícil del movimiento, cuando ya todo el mundo está en la
cárcel. Más que representante, me sentía la mamá de Ciencias
Biológicas, porque todos acudían a mí para cualquier problema".
ERAN POCAS De los 200 delegados que conformaron el
CNH, sólo 15 eran mujeres. Si acaso, dice Adriana Corona. "Fuimos pocas
en los órganos de dirigencia, pero muchas en las brigadas".
Paco Ignacio Taibo II las recuerda en su libro 68: "Las mujeres eran
maravillosas. Eran guapas, guapísimas… Paseaban su indiscutible belleza
con desenfado y sin cosméticos (…) Tenían mayor sentido de lo
cotidiano, eran menos limitadas que uno. Y además podían reírse, y tú
hacerte eco de ellas, si algún primate decía que las compañeras no
podían salir a pintar en las noches. Éramos tan endiabladamente iguales
y diferentes…" Muchas de ellas asumen que no tenían la preparación
política de los hombre "ni sabíamos echarnos rollos como ellos, pero
nuestra presencia fue masiva, como nunca se había visto", dice Adriana.
No hubo miedo que les cortaran las alas. Para muchas, el movimiento
estudiantil fue el primer campo de batallas personales. "A muchas
compañeras sus padres las encerraban o las mandaban a provincia con
familiares para impedirles participar. Otras se rebelaron o mintieron:
decían que iban a una fiesta y se escapaban a las asambleas de sus
escuelas, pero así fuimos ganando libertad y confianza".
Todas nos la jugamos igual que los hombres, sigue Marcia. "Al
principio, una amiga me dijo: oye, y qué es eso de botear. Aprendimos y
lo hicimos… Íbamos a Sanborn's, nos poníamos afuera de las iglesia, nos
subíamos a los camiones y con todo el miedo nos echábamos el rollo. Era
dificilísimo y a veces teníamos que ir a Ciencias Políticas a copiar
las consignas. Hay quienes niegan la importancia de esa participación
al decir: es que yo nomás era de las brigadas. ¡Pero las brigadas
hicieron el movimiento en las calles, con la gente!".
A tal punto se involucró Patricia en el movimiento, que de plano
dejó el trabajo. "Las asambleas en Odontología era muy difíciles,
porque la escuela quería regresar a clases y nosotros queríamos seguir
en huelga. Fue archidifícil sostenerla con 15 compañeros, siete mujeres
y el resto hombres".
Para Mirthokleia las cosas no se pusieron tan complicadas en su
casa. Toda su familia apoyaba el movimiento. Su papá, el primero,
porque era maestro de ciencias biológicas en la vocacional 3. "Mis
hermanas boteaban y mi mamá repartía propaganda en el mercado y llevaba
comida a los muchachos de la Wilfredo Massieu. Raro que nos hubieran
dejado, porque mi papá era muy estricto. Por eso también me metí al
movimiento. Nos tenían amarrados por todas parte, en la casa, en la
escuela, en todos lados".
A Herlinda quisieron regresarla a casa, pero no pudieron. Un día,
preocupado por lo que ocurría con los estudiantes, su padre viajó a
México para ver qué pasaba con su hija. No pudo hacer mucho. "Nos veía
salir disfrazadas, con peluca, y preguntaba qué pasaba. Pues pasaba que
nos querían agarrar. Yo le dije que se regresara a Ensenada, que iba a
estar bien".
Marcia aclara que en el movimiento estudiantil las mujeres rompieron
roles y estereotipos. Y es un error si se piensa que ellas ocuparon las
cocinas de las escuelas. "Es cierto que muchas no teníamos experiencia
política, pero hubo una evolución de ideas y actitudes en un lapso
realmente corto".
Una anécdota ilustra el tránsito de las mujeres en aquellos días:
"En las maratónicas asambleas del CNH, los compañeros a veces
utilizaban palabra de las que no teníamos ni idea. Me acuerdo de una
que me dejó con la boca abierta: plusvalía. Supe después lo que
significaba y cuando caminábamos sobre Insurgentes señalábamos los
restaurantes y negocios como ejemplo de la condenada plusvalía. Así nos
entrenamos".
CUENTAN ANÉCDOTAS Divertidas, gozosas,
melancólicas, cada una de ellas desgrana a la distancias sus anécdotas
del movimiento y traza en el recuerdo a las mujeres que ya no están.
Entre ellas, Roberta "La Tita" Avendaño, una de las dirigentes más
recordadas, presa en Santa Martha, aguerrida y mal hablada como pocas.
"Ella venía del movimiento magisterial. Tenía un carácter muy
impulsivo y era capaz de controlar con groserías al consejo, cuando ya
no se podían soportar las discusiones", recuerda Marcia.
Adriana, por su parte, se hace eco de la memoria de María Eugenia
Valero, que a los 16 años era representante de la Preparatoria Uno y
cayó presa en la toma militar de CU, junto a sus padres, quienes
también estaban en asamblea. "Hubo como 40 mujeres detenidas esa noche
y a todas las llevaron a Lecumberri, las metieron en una sola celda.
Como había ratas, todas terminaron arriba de una especie de mesa
grandota de concreto, abrazadas unas con otras".
Ella, además, fue una de las chavas de la Prepa Uno que corrieron de
su escuela a los porros: "Los corretearon hasta alejarlos, y a eso no
se atrevían ni los hombres", dice.
En Herlinda, pintora, las palabras se le vuelven colores al recordar
las noches y los días que pasaban en San Carlos y la Esmeralda pintando
las mantas para las manifestaciones, los carteles, haciendo los
grabados. Luego atacaron San Carlos, destruyeron los talleres y todo el
trabajo se trasladó a La Esmeralda, ocupada de tiempo completo por los
estudiantes para impedir que la atacaran.
Su voz hace énfasis cuando relata el día que retomaron las oficinas
del Partido Comunista, en la calle Mérida de la colonia Roma, luego de
que el 26 de julio las ocupara la Policía política. "Me tocó a mí
retomarlas junto a un club de barrio de la Juventud Comunista. Las
limpiamos, las ordenamos y montamos una guardia. A mí me dieron la
misión de ese acto simbólico que hice sin pensarlo, no quise pensarlo,
porque podíamos ser detenidos reprimidos. Fue un hermosísimo acto que
nunca voy a olvidar".
En el movimiento Patricia se enamoró del hombre que hoy es su
esposo, Javier Mastache, entonces dirigente estudiantil. Y había
política hasta en el amor: "Hallé en él una afinidad, principalmente,
de ideales y visión de futuro".
La noche más emocionante: aquella en la que, a petición de Marcia,
escondió a un compañero de Chapingo que ni conocía, sin que sus papás
se dieran cuenta. "Lo metí a escondidas y le di unos sarapes y le dije:
ahí te duermes, escondido detrás de un sillón en la sala de mi casa.
Esperé a que mi mamá se fuera a misa y papá al trabajo para sacarlo.
Jamás se enteraron. Ya entonces era peligros esconder a cualquiera".
A Mirthokleia el riesgo y la aventura la persiguieron siempre
durante el movimiento. Fue ella la que rescató a Fernando Zárate del
hospital La Villa, donde se encontraba herido luego de los
enfrentamientos con los militares en la unidad profesional Zacatenco.
"Me hice pasar como su prima para sacarlo y llevarlo en una ambulancia
de la Escuela Superior de Medicina".
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