11/24/2013

El festival de Baja, al alza



Leonardo Garcia Tsao

En México esto ya se ha vuelto una manía: en cuanto un lugar reúne pintoresquismo turístico, infraestructura hotelera y una sala multiplex, a alguien se le ocurre organizar allí un festival de cine, sin pensar en algo que lo distinga de los demás, ni en objetivos que vayan más allá de reunir a espectadores hipotéticos a ver películas.

Es mérito, pues, del Baja International Film Festival que haya conseguido un nicho distintivo en esa proliferación de festivales de cine. Hacer una programación concentrada en los países que integran América del Norte –Canadá, Estados Unidos y México– le dio un perfil especial a su competencia, sobre todo tratándose de ejemplos de cine independiente en el caso del segundo (es decir, no compiten películas hollywoodenses que, de cualquier forma, se exhibirán en nuestro país). A eso se añade otra sección competitiva, México Primero, dedicada a las primeras o segundas obras de realizadores nacionales. Los premios –en efectivo o en servicios– fueron más que generosos.

Pero lo más interesante del BIFF (esas son sus siglas) en su segunda edición fue la manera en que ha enfocado más bien asuntos de producción y distribución en su agenda. Con un taller de Work in Progress centrado en exclusiva al cine mexicano, el festival se ha propuesto favorecer la terminación de las películas que se encuentran casi en su etapa final. Asimismo, se dispusieron foros de discusión para promover la coproducción entre los tres países mencionados. También se estableció otro apoyo a los jóvenes cineastas con algo llamado Gabriel Figueroa Film Fund para proyectos en etapa de desarrollo o postproducción.

En ese sentido, fue admirable la capacidad de convocatoria del festival, pues la asistencia de relevante gente de la industria de las tres zonas fue más que satisfactoria. Y aunque los múltiples invitados estaban repartidos entre una variedad de hoteles, había un útil punto de encuentro en la comida gratuita ofrecida por los organizadores dentro del centro comercial Puerto Paraíso, donde también se encuentra el complejo de Cinemex donde se proyectaron las películas (enmiendo lo escrito por mí hace unas semanas en estas mismas páginas: Morelia ya no es el único festival que lo hace).

La programación en sí fue acertada aun tomando en cuenta que Morelia acaparó un buen número de títulos mexicanos recientes. El BIFF sólo repitió tres en sus dos competencias –Las horas muertas, de Aarón Fernández; Los insólitos peces gato, de Claudia Sainte-Luce (que resultó la ganadora de México Primero), y La vida después, de David Pablos–, y pudo estrenar un par de ficciones, La filosofía natural del amor, de Sebastián Hiriart, y LuTo, de Katina Medina Mora, así como un par de documentales: Bering-equilibrio y resistencia, de Lourdes Grobet, y el interesante misterio ¿Quién es Dayani Cristal?, dirigida por Marc Silver con la colaboración de Gael García Bernal. (De hecho, la única película de todo el programa cuya presencia fue inexplicable fue Machete Kills, de Robert Rodríguez, no sólo estrenada en Morelia, sino ya en exhibición comercial.)

Y si uno se queja a veces de que los festivales duran demasiado, en este caso se protestaría lo contrario: el BIFF resultó demasiado corto con sus cuatro días de actividades. Un par más serían recomendables para las diferentes instancias del festival. Por lo menos, poder agotar un programa atractivo, que no se excedió en número por esa confusión tan común entre cantidad y calidad.

Se anunció hacia el final un cambio de nomenclatura. El próximo año se llamará Los Cabos International Film Festival. Con cualquier nombre, este festival tiene todo para crecer y afianzarse.

Twitter: @walyder

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