Ricardo Raphael
Durante el sexenio de Felipe Calderón en los medios de comunicación se gestó un síntoma que todavía sigue produciendo tontería en la opinión pública. Como hongos, surgieron especialistas en el tema de la seguridad, que solo dos días antes se dedicaban a otra cosa.
De la noche a la mañana muchos eran Eisenhower después de haber desembarcado en Normandía. Generales de cinco estrellas que le enmiendan la plana a quien esté a cargo de las operaciones en contra del crimen organizado. Solo repiten lugares comunes, pero la seguridad con que utilizan su voz los hace parecer Ike persiguiendo espías soviéticos.
Este síndrome está de vuelta con los nuevos episodios de Michoacán. Los generales pronuncian discursos airados a favor de las autodefensas. Les pintan igual a la resistencia comandada por De Gaulle en la Francia de 1944. También están sus opositores, quienes con gran certidumbre afirman que esos grupos son una forma de criminalidad disfrazada con la que el Estado no debe tener ningún trato.
¿Qué evidencia aporta Ike para emitir una opinión o la contraria?
El síndrome Eisenhower no conoce pudor, ni recato. Basta con hacerse de un micrófono para criticar o aconsejar sobre la seguridad nacional. Es irrelevante que se cuente con información cierta o con testimonio directo sobre los hechos. La gran mayoría de los supuestos especialistas en el tema no necesitan ninguna credencial para predicar sus verdades pensadas a medias.
Se ha hecho costumbre en este tema que para hablar no hace falta información cierta, bastan jirones argumentales plausibles y dichos de manera enfática. La sobre-simplificación es típica del síndrome.
Evidencia de ello es la reciente identificación de los operativos policiales como si se tratara de partidos de futbol y otros ejemplos fallidos. ¿A quién se le ocurre calificar, por ejemplo, a Alfredo Castillo —responsable por ordenes presidenciales del reciente operativo en Michoacán— con el director técnico de un equipo de futbol, o al resto de los funcionarios que le acompañan como jugadores en el estadio. Nada más ridículo que identificar una compleja operación, como la referida, con el deporte popular de la sociedad mexicana.
Y sin embargo fue el mismo funcionario, Alfredo Castillo, quien propuso la metáfora.
Con alta probabilidad, el síndrome Eisenhower se desarrolló primero entre los funcionarios del gobierno. Y es que no solo los opinadores profesionales han padecido impune improvisación. También para un número grande de funcionarios encargados de combatir criminales, el tema es absolutamente nuevo.
Fue Felipe Calderón quien corrió muy pronto en su mandato a vestirse de general, cuando nunca antes había estado cerca del oficio. No quiero inferir que fuera ilegal, solo que fue exagerado. Durante su gestión asumió un papel protagónico en la tarea de erradicar el crimen organizado. Acaso por esta decisión presidencial es que la opinión publicada comenzó equivocadamente a seguir las operaciones del Estado como si se tratara de una novela épica medieval.
No parece necesario aclarar por qué la gesta del Rey Arturo o la de un partido de futbol son hechos muy distintos a una operación policiaco-militar, como ejemplo, la que hoy se ha emprendido en contra de la organización criminal conocida como Los Caballeros Templarios.
Tampoco habría de ser necesario precisar la diferencia entre el comandante de una intervención armada del Estado y el director técnico de un equipo futbolero; pero algunos se han tomado lo que está ocurriendo en Michoacán como si fuese un espectáculo que solo sirve para espantar el ocio y provee circunstancia para la conversación entre personas adictas al cine bélico.
Hoy hay constancia de que este síntoma ha trascendido el mandato sexenal. Ya no es el presidente quien juega un papel estelar sino otro individuo que se compara a sí mismo con El Piojo Herrera. Le hacen eco, un grupo grande de comentaristas de partido futbolero, recién habilitados como expertos definitivos sobre la violencia y la inseguridad. Improvisados, muy seguros de sí mismos, que todos los días peroran sobre táctica militar, operativos policiales e inteligencia de Estado.
Pocas soluciones hay para combatir la idea de que todos podemos ser Eisenhower. Por lo pronto se me ocurre una: pudor. O puesto en términos aristotélicos: mayor humildad y vergüenza frente a la complejidad de la situación.
Analista político
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