Cristina Pacheco
l. La serpiente en el paraíso
Este rumbo ha cambiado mucho.
Reconocerlo me provoca dolor. En donde había casas hay edificios,
talleres, pensiones, salas de masaje, cervecerías, sado-boutiques y un
centro comercial: CC. Desde mi ventana, junto a la que tengo mi mesa de
trabajo, puedo verlo. Resulta diminuto en comparación a los monstruos
que albergan centenares de tiendas y cuentan con estacionamiento para
dos millones de automóviles. (Al dueño del coche que supere esta cifra
se le regalará un anticongelante, un líquido para frenos y una banda.)
Gracias a la variedad de mercancías que brindan, esos megacentros
(los nuevos paraísos terrenales) se han convertido, sobre todo los
fines de semana, en refugio de mujeres solitarias, una buena
alternativa para los novios indecisos y en el sitio más frecuentado por
las familias. Durante las horas dominicales el papá, la mamá, los niños
y los abuelos (siempre y cuando lleven pañal y bien adherida la
dentadura postiza) se detienen ante los escaparates y contemplan a los
esbeltos maniquíes que exhiben la última tendencia de la moda
primaveral.
II
El colorido y la ligereza de las prendas alimentan
deseos, despiertan recuerdos e inspiran buenos propósitos, entre ellos
el más común y frecuente: bajar de peso. Para fortalecer el ánimo se
toman por ejemplo la amiga, el primo, la vecina que de ser más que
gorditos pasaron a convertirse en auténticas sílfides con sólo doce
minutos de ejercicio y renunciar a las grasas, las harinas, el azúcar,
los helados, los refrescos, la cerveza y una larga lista de etcéteras.
Si esas personas lograron derrotar a la báscula ¿por qué yo no?
Quien se formula tal pregunta es la mujer X. Respira hondo y decide
comenzar una nueva vida a partir de mañana. Se da cuenta de que faltan
muchas horas para el lunes y no quiere perderlas. Será mejor aprender
nuevos hábitos alimenticios a partir de este momento. Orgullosa, más
segura de sí misma que nunca, adelanta el resultado de su sacrificio:
en las vacaciones de diciembre podrá darse el gusto de lucir una tanga
rosa mexicano.
La mujer X cierra los ojos. Se esfuerza por imaginar cómo se verá
con el 94 por ciento de la materia corpórea expuesta (leyó la frase en
una revista) y lo que les dirá a sus amigas cuando le pregunten cómo le
hizo para verse así. ¿Cuántas amigas tiene? Once, contando a
su prima Eudora. Su decisión de adelgazar y el método que siguió para
conseguirlo merecen un auditorio más amplio, o sea lectores.
III
Viéndolo bien, escribir un libro no será difícil
mientras lo haga imaginando que está platicándole su experiencia a su
amiga M, a quien, de paso, le hará confesiones acerca de cómo fue
reaccionando su cuerpo al sentirse aligerado, más dúctil, más... Los
dos ingredientes –el tono coloquial y el otro más íntimo– bien
manejados podrían convertir su libro en el best-seller de diciembre. Muchos colores, algo de escarcha en los aparadores y su foto en tanga como ilustración de la portada.
En medio del camino allanado aparece un obstáculo: el título. Debe
ser directo, sincero y al mismo tiempo atractivo para todo el mundo. La
mujer X cierra los ojos. La sorprende que, ante la sola idea de
adelgazar, su cabeza se haya convertido en una fábrica de ideas. Se
deja seducir por la primera: Sentí miradas de lobo. Es un
buen título pero resulta ambiguo, le falta peso y aunque su libro vaya
a girar en torno a ese tema necesita algo concreto que suene a
confesión de amiga.
Cuando
se habla con alguien de confianza se llama a las cosas por su nombre.
La mujer X piensa, piensa hasta que logra murmurar los títulos que su
pensamiento le dicta: La vida sin michelines. Adiós a mis chaparreras. ¡No más rollos!
Son tres posibilidades interesantes pero no es necesario precipitarse.
De aquí a fin de año sobra tiempo para elegir una o inventar otra que
refleje el contenido del libro.
IV
Los objetivos –disminuir de peso y convertirse en best-seller–
pierden importancia y fuerza en cuanto aparece ante la mujer X la
serpiente que se agazapa en los nuevos paraísos: la pizza. Parece fácil
rechazar la tentación de comerla mientras no se caiga en la trampa
escrita con gises de colores sobre un pizarrón negro:
Hoy: doble queso con más hebras, triple salsa, más costra, más ingredientes. Aproveche: más pizza por menos pezzos.
La mujer X reconoce que comer bien es sensacional. Al cuerno con la
dieta y con el libro. Además es domingo y el lunes, como bien se sabe,
todo cambia y empieza también en los centros comerciales, incluido el
que veo desde la ventana: CC, el pequeño paraíso terrenal de mi colonia.
2. Destino turístico
Cada vez que termino una docena de rosas, para
descansar, miro hacia el CC. Me sorprende que un centro comercial tan
pequeño se vuelva un auténtico hormiguero en cuanto se acercan las
vacaciones y aparecen en los periódicos las ofertas de ropa de playa y
las fotos de posibles destinos turísticos: playas, zonas arqueológicas,
pueblitos donde se respira tranquilidad y es posible recobrar –sobre
todo en fondas y merenderos–
los sabores de la abuela.
Ese anuncio es muy socorrido. Llama la atención pero a mí no me
gusta. Siempre que lo leo me parece discriminatorio hacia los otros
miembros de la familia. ¿Por qué atraer al turismo con los sabores de
la abuela y no con los de hermanos, tíos o primos? Algún día lo sabré.
Por lo pronto no tengo tiempo de pensar en eso. Durante la Semana
Santa que para la mayoría significa descanso, es cuando tengo más
trabajo. Me paso de la mañana a la noche recortando papel, forrando
alambritos y anudando moños. Antes de que termine el mes debo
entregarles a mis clientes –dueños de tienditas y boutiques– las rosas
con que adornarán las cajas de regalo para el Día de las Madres.
En mayo también habrá vacaciones. A ver cómo le hago, pero voy a pasarme unos días en algún
destino turístico. Después de hacer mil rosas de papel necesito cambiar de aires. Elegiré entre las playas (me urge ver el mar) y las zonas arqueológicas. Descarto los pueblitos que prometen devolverme
los sabores de la abuela. Los de mi mamá grande, Deódora, eran amargos como la soledad, como las lágrimas.
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