El Salón Rojo
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Cuando
se trata de cine de verano, año tras año pareciera que ya lo hemos
visto todo: si no es una secuela es la adaptación de un cómic, de un
libro o de un programa de tv. Los blockbusters nos han mostrado tantas
explosiones, tantos héroes imposibles, tantos tiroteos, tantas veces
han salvado a la humanidad de peligros inenarrables que al final todo
pareciera una copia, un plagio vil, un videojuego donde el público se
sube una y otra y otra vez para vivir la misma historia con apenas
algunas variantes.
Lo fascinante con Edge of Tomorrow, el octavo largometraje
del irregular artesano Doug Liman, es que estamos frente a un filme que
no solo asume esa cualidad repetitiva de todo (o casi todo) blockbuster
sino que la utiliza a su favor a modo de interesante vehículo para
desplegar/justificar su propia historia.
Así como en The Matrix (1999) los Wachowski le dieron
sustento a la pirotecnia mediante una justificación cuasi filosófica,
Liman y sus guionistas dan sustento a las secuencias de acción
desmedidas y al reciclaje descarado mediante un guión (en tremenda
deuda con Groundhog Day, del recientemente fallecido Harold Ramis)
que condena a su personaje principal a vivir aquello que más teme: el
combate; llevándolo -una y otra vez- por el tormentoso camino que
transforma a un hombre común en héroe.
En los primeros minutos, la película nos hace creer que el
Comandante William Cage es un valiente e impoluto militar que promueve
la guerra haciendo de su perfecta sonrisa la mejor arma de
convencimiento. Pronto nos enteramos de la verdad: Cage no es el
experimentado soldado que aparenta ser, sino un publicista que, al
estallar la guerra mundial contra los alienígenas invasores, tuvo la
habilidad necesaria para hacerse de un puesto que le garantizara no
entrar nunca en combate; un pusilánime que ante la menor mención de ir
frente a la primera línea de golpeo, se torna en patético cobarde: “no
aguanto la sangre ni en las cortadas de papel”.
Para su mala fortuna, este pobre diablo no podrá morir; cada que es
letalmente herido, “renace” de nuevo justo en el momento que es
enlistado contra su voluntad. No importa que pase o que haga, el hombre
vive, muere, repite.
Inteligentemente, Doug Liman explota la imagen preconcebida de Tom Cruise como action hero
para darle la vuelta y convertirlo en una piltrafa que no tiene la
menor idea de cómo siquiera disparar un arma. Obviamente, el quid será ver cómo este patético personaje poco a poco se va convirtiendo en el Tom Cruise que todos conocemos.
Dos clichés juntos provocan risa, pero cientos de ellos unidos nos provocan emoción. Edge of Tomorrow no
solo asume los clichés del cine de acción sino que incluso persigue
algunos de sus peores defectos: si la estética del videojuego ha tomado
por asalto al cine, este filme no solo la hace propia sino que lo hace
de manera consciente y consistente; cuando un nivel se vuelve tedioso,
lo abandona; cuando pensamos que la ruta está trazada, cambia las
reglas; estamos ante un RPG (Role Playing Game) hecho película (¿o viceversa?).
¿Quién diría que la repetición sistemática de fórmulas podría dar
como resultado algo tan notable? La cinta nunca pierde el interés, no
se regodea en los efectos especiales y jamás abandona su verdadero
centro: las efectivas actuaciones de Emily Blunt y Tom Cruise.
Muchas cintas en su momento copiaron los efectos y la estética de The Matrix ad nauseam,
pero muy pocas se atrevieron a cambiar -como aquella- la estructura
misma del cine de acción. Tuvieron que pasar quince años para que
alguien lo intentara, ese alguien -sorprendentemente- fue Doug Liman,
haciendo de Edge of Tomorrow la mejor cinta de acción en lo que va del verano.
Edge of Tomorrow (Dir. Doug Liman)
4 de 5 estrellas.
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