Víctor M. Quintana S.
La Jornada
La Jornada
Pocos
temas constituyen en sí mismos un nudo, un microcosmos donde concurren
las violencias y los atropellos a los derechos de las personas como el
que abordará el Tribunal Permanente de los Pueblos en la audiencia
final sobre Feminicidio y violencia de género, del 21 al 23 de
septiembre en la ciudad de Chihuahua.
Es en la violencia multiforme contra las mujeres donde se manifiesta
más ilustrativamente el gran tema que trajo a México a este tribunal de
conciencia: “libre comercio, guerra sucia, impunidad y
derechos de los pueblos”. Sin simplificar, en este eje convergen los
ejes de todas sus audiencias: devastación del maíz y de la vida rural;
migración y desplazamiento forzado; violencia contra las y los
trabajadores; destrucción de los jóvenes y de las generaciones futuras;
devastación ambiental, desinformación, censura y violencia contra los
comunicadores; agresiones a las defensoras y defensores de los derechos
humanos. En todos los casos son las mujeres, en lo individual o en lo
colectivo, las más vulneradas.
Es una muy buena decisión realizar la audiencia final de este eje en
Chihuahua. Aquí se condensan las violencias de género de las que el feminicidio no
es más que el terrible desemboque. Libre comercio, primero para la
frontera y luego para todo México, es el régimen de las maquiladoras:
reducción de las mujeres a fuerza de trabajo, prescindible,
sustituible. Hostigamiento de jefes, supervisores, cónyuges, parejas.
Triple jornada extendida por los extenuantes traslados, la falta de
apoyos para el cuidado de los hijos, por la lejanía y precariedad de
las viviendas, por los extras que hay que buscar para que el sustento
no se siga enmagreciendo. Con el neoliberalismo las mujeres no sólo de
Juárez, de la frontera, de todo México, trabajan más, se desgastan más,
se enferman más. Libre comercio es devastación del campo, destrucción
de comunidades, mujeres migrantes ultrajadas.
También las guerras sucias han golpeado mucho más a las
mujeres mexicanas. Comenzando por las guerrilleras de los años 70,
torturadas, desaparecidas, arrancadas de sus hijos. Continuando por la
guerra que desató Calderón contra el crimen organizado. Han sido más
los hombres ejecutados, pero precisamente por eso, más las
mujeres que se quedan al frente de sus hogares, con la responsabilidad
de sus hijos, de sus sobrinos, de sus nietos huérfanos. Pero también
son muchas las mujeres asesinadas, torturadas, desaparecidas. Han sido
botín de guerra para uno y otro bando. De Chihuahua han tenido que
pedir asilo político en Estados Unidos más mujeres amenazadas por
criminales, soldados y policías, que hombres. Son las mujeres también
las que más sufren la situación de guerra y de ocupación de sus
comunidades por parte del crimen organizado. Las que viven la pesadilla
de poder ser objeto del deseo o del simple capricho de los narcos y sicarios que dominan las comunidades rurales.
Son mujeres quienes mejor han narrado y documentado estos años de
muerte, estos años de horror y autoritarismo. Por eso los poderes
institucionales y fácticos sin piedad han asesinado, amenazado y
golpeado a las periodistas. También a las derechohumanistas que
acompañan a las familias de las y los desaparecidos, los asesinados,
los detenidos ilegalmente. La Comisión y la Corte Interamericana de los
Derechos Humanos rebosan de este tipo de denuncias. A las que organizan
la autodefensa de sus asoladas comunidades, como Nestora Salgado.
Mujeres también han caído en defensa del territorio, del medio ambiente
y de sus comunidades, como Manuelita Solís, asesinada junto con su
esposo Ismael Solorio en octubre de 2012 por defender el territorio y
el agua de su ejido contra la minera Mag Silver y los menonitas
depredadores del río del Carmen.
Por eso no todo puede reducirse al feminicidio. Éste
es más bien el desenlace de la cadena de las violencias, estructurales,
físicas, mentales, institucionales, que acabamos de enumerar. “Nos
matan en un presente perpetuo…” claman las feministas argentinas,
refiriéndose al holocausto que comenzó en Juárez y ahora cunde por todo
México. Detrás de este feminicidio multiplicado, prosiguen,
están los circuitos protegidos por el Estado que hacen rodar el engranaje de toda la maquinaria, dirigidos por los señores del poder.
Esto nos lleva al otro tema de este tribunal: la impunidad: de
violadores, de funcionarios omisos, de policías y burócratas sexistas,
de empresarios explotadores, de maridos golpeadores, de tratantes,
negociantes del sexo. Es lo que permite que las violencias se instalen,
crezcan, se reproduzcan y nunca mueran. Violencia estructural,
impunidad institucional.
Esto y mucho más va a ser denunciado en Chihuahua ante el TPP. Si
sólo esta audiencia se hubiera dado, hubiera bastado para asomarse al
horror de las violencias y atropellos a los derechos que vive este
nuestro México.
El TPP es esfuerzo colectivo, de mucha gente. Pero es muy justo
reconocer el compromiso, la entrega y la pasión puesta en él por una
persona: Emilia González Tercero. Luchadora de toda la vida, cristiana
de convicción, pionera de las luchas por los derechos humanos y de la
democracia en Chihuahua y en México, cofundadora de la Comisión de
Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos. Denunciante con valentía
de los abusos del Ejército en la sierra Tarahumara en los años 80 y 90;
de las desapariciones forzadas, que también involucran a las fuerzas
armadas en años recientes. Sin su tesón, la audiencia inicial del TPP
en Ciudad Juárez, y varias otras, así como la audiencia final del feminicidio en
Chihuahua no hubieran sido posibles. La celebración de este tribunal de
conciencia ha sido el gran acicate para sacar vida en medio de la
enfermedad que la aqueja.
Con esto Emilia nos muestra que el Tribunal Permanente de los
Pueblos no sólo es un llamado a la conciencia. Es también un llamado a
la vida, a vivir intensamente para que defendamos la vida de las
personas, de las comunidades, de la naturaleza, contra esa muerte que
nos quiere hacer omnipresente el mundo del lucro, de la exclusión, de
la violencia.
Vale, Emilia.
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