En
el declarado propósito de encontrar a los 43 normalistas levantados y,
de paso, arrestar a los responsables de esas 43 desapariciones
forzadas, hasta ahora “todo el poder del Estado” no ha servido para
nada. Ninguna dependencia oficial con facultades y obligaciones para
intervenir en el asunto ha dado el menor resultado. Y esto, luego de
más de treinta días de reales o supuestas investigaciones.
Nadie ha
hecho nada. Ni la Procuraduría General de la República, ni la Policía
Federal, ni el Cisén (Centro de Investigación y Seguridad Nacional), ni
la inteligencia militar, ni las célebres orejas de Gobernación, ni los
soplones y madrinas a sueldo del gobierno, ni las diversas
corporaciones policiacas del Distrito Federal, ni sus equivalentes de
los estados de Guerrero, Morelos y Michoacán, ni la nueva Gendarmería
Nacional.
Es tan inmenso el grado de ineptitud de todas esas
dependencias gubernamentales, que hay lugar para la sospecha. ¿Es pura
ineptitud, pura incapacidad? ¿Son igualmente torpes todos los
funcionarios que en ellas trabajan? ¿No hay en México ni un solo buen
policía? ¿No hay en todo el país siquiera un buen investigador, un solo
buen criminalista? Parece absurdo que hasta los buenos soplones estén
escaseando.
Un muy espeso velo de silencio cubre el asunto.
Pero, aun así, hay datos. Datos duros, fidedignos. Y testimonios
abundantes y bien documentados sobre algunos momentos de la tragedia de
Iguala.
Se sabe a ciencia cierta que los 43 normalistas
desaparecidos fueron capturados por elementos de la Policía Municipal
de Iguala. Y se sabe perfectamente, asimismo, que en esa captura
participaron elementos de la Policía Estatal de Guerrero, cuyo jefe en
esos momentos, no se olvide, era el defenestrado Ángel Aguirre.
Cualquiera
diría, sin ser experto criminólogo, que ahí hay abundantísimas y muy
buenas pistas para averiguar el destino de los muchachos secuestrados y
los nombres y demás datos generales de los agentes policiacos
participantes en aquellas atrocidades.
¿Nadie sabe nada? ¿Todos
desaparecieron? ¿Se mudaron de ciudad? ¿Partieron, como reza la famosa
frase, “con rumbo desconocido”? ¿Se fueron todos con la familia a
cuestas? ¿La esposa, los hijos, los abuelitos y demás parentela?
¿Y
lo mismo hicieron los agentes de la Policía Estatal participantes
directos o indirectos del múltiple secuestro? ¿No están sus nombres y
domicilios en el archivo? ¿También desaparecieron las bitácoras de
actividades? ¿De veras no hay registros de las órdenes superiores del
día de los asesinatos y los secuestros? ¿Van a negar ahora las
autoridades municipales, estatales y federales la documentada y
testimoniada participación de agentes policiacos municipales y
estatales en los horrendos crímenes? Eso se llama querer tapar el sol
con un dedo.
¿Es pura ineptitud o se trata de una gran
operación de encubrimiento? Y si es encubrimiento, ¿quiénes son los
encubridores? ¿Los jefes o los subalternos? ¿O, como en Fuenteovejuna,
todos a una?
Pero, además, ¿no es cierto que México tiene
firmados convenios de colaboración con el FBI estadounidense,
expertísimo según se dice en la investigación y resolución de difíciles
casos de secuestro? ¿Y no es verdad igualmente que en la ciudad de
México y en otras urbes del país hay una así llamada “estación de la
CIA” laborando permanentemente en tareas de espionaje? ¿No han
aparecido por ahí, en algunas de las dos agencias gringas, algún dato,
alguna pista, algún soplo sobre los hechos de Iguala y acerca del
paradero de los muchachos?
¿También el FBI y la CIA están
llenos de ineptos? Y si es bien sabido que se encuentran en México
algunos especialistas forenses argentinos, ¿no sería bueno que también
vinieran algunos detectives platenses, expertos en desapariciones
forzadas, para ayudar a los genízaros mexicanos a hacer su tarea,
encomienda que, según parece, no pueden o no quieren hacer solitos?
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor
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