El encuentro de los zapatistas en el caracol de
Oventik el 15 de noviembre con las madres, los padres y familiares de
los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzipana subraya la centralidad
de la palabra de los que están directamente afectados por la violencia
del Estado. Como señala el subcomandante insurgente Moisés, la palabra de los familiares ha conseguido que
muchas, muchos, en México y en el mundo, despierten, pregunten, cuestionen.
Es
gracias a la lucha de los familiares que se ha roto con el intento de
inculpar a los mismos estudiantes y es gracias a la ampliación de la
solidaridad que se exhibe como absurdo el argumento de la Secretaría de
Relaciones Exteriores en el sentido de que el de Ayotzinapa es un
caso aislado. Si se han registrado más de 150 mil muertos y más de 27 mil desaparecidos desde el comienzo de la llamada guerra contra el narcotráfico en 2006, ¿cómo es posible decir que los 43 desaparecidos de Ayotzinapa representan un caso aislado? Más bien los aislados serán los funcionarios que solamente buscan controlar los daños políticos y recomponer su imagen internacional.
Los zapatistas también
agradecieron la palabra de los familiares como la mejor arma para
cumplir el deber de no olvidar lo que ha pasado. Este deber de recordar
es fundamental para la construcción de nuevas relaciones humanas
solidarias. El pasado, presente y futuro se entrelazan en una memoria
histórica que exige la justicia y el fin de la impunidad.
La
memoria histórica cobra especial importancia en una semana en que se
celebran tanto el aniversario de la Revolución Mexicana, el día 20 de
noviembre, como la fundación del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN), el 17 de noviembre, dos acontecimientos separados no
sólo por el tiempo, sino también por sus características políticas y
sociales. Si bien el 20 de noviembre de 1910 representa la ruptura con
el régimen porfirista, el resultado fue la reconstrucción de un poder
político autoritario de una forma más institucionalizada. El régimen
pos-revolucionario retomó las justas demandas populares y, en gran
parte, las convirtió en mecanismos de control corporativista y
clientelar, generando nuevos ciclos de resistencia obrera, campesina y
popular. El movimiento estudiantil de 1968 puso en evidencia la crisis
de este sistema y desató una larga lucha por democratizar la vida
política y de crear condiciones más justas para la mayoría de la
población. Sin embargo, la crisis del régimen priísta no fue resuelta
en este sentido, sino por la imposición de un régimen neoliberal
dirigido por los sectores empresariales y políticos más alineados con
los intereses de gobiernos extranjeros y empresas trasnacionales.
Otra
salida al autoritarismo posrevolucionario ha sido la emprendida por el
EZLN, un movimiento que representa la convergencia de la izquierda
revolucionaria de las décadas de 1960 y 70 con la resistencia local de
las comunidades indígenas chiapanecas a la explotación de finqueros y
la represión política por parte de las autoridades del estado. Durante
10 años los zapatistas construyeron un movimiento en silencio y su
declaración de ¡Ya Basta! el primero de enero de 1994 rompió la imagen
del México de
primer mundoque Salinas quiso vender a los inversionistas. De ahí en adelante los zapatistas han construido sus propias formas de gobierno autónomo, a pesar de las agresiones a manos del Ejército, paramilitares y grupos afiliados a los diferentes partidos.
Por eso, para los zapatistas, la crisis actual en
México abre diferentes posibilidades. Una es la recomposición de los
grupos y dirigentes de los partidos en el poder, lo cual no ofrece
justicia, sino más bien la continuidad. Una alternativa es la
construcción de otras relaciones basadas en el control del gobierno por
parte de la sociedad. De esta forma, dice el subcomandante Moisés,
el resultado no será un cambio de nombres y de etiquetas donde el de arriba sigue estando arriba a costa de quienes están abajo. La transformación real no será un cambio de gobierno, sino de una relación, una donde el pueblo mande y el gobierno obedezca.
En
este momento las demandas son muy claras: la aparición con vida de los
desaparecidos; el castigo a las autoridades en todos los niveles, y
acabar con las condiciones que sigan permitiendo estos crímenes. Son
demandas que se han convertido en el deber de todos y el paso necesario
hacia un futuro justo y digno.
Neil Harvey es Profesor-investigador, Universidad Estatal de Nuevo México, Las Cruces.
Fuente original: http://www.jornada.unam.mx/2014/11/19/opinion/020a1pol
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