Raquel Flores Muñoz es arquitecta, dueña de una academia de danza clásica, y desde octubre pasado es coordinadora del Consejo Ciudadano de Iguala por la Justicia y la Paz, una agrupación civil integrada por profesionistas y empresarios que, a raíz del secuestro de los 43 alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, decidieron unirse no sólo para reclamar la presentación con vida de los estudiantes, sino también para demandar medidas oficiales que permitieran la reactivación económica de la región, “ya que lo que ocurrió el 26 de septiembre, y todo lo que a partir de eso comenzó a decirse de nuestro municipio, que somos cuna de asesinos y cosas así, nos ha golpeado a todos“.
–¿Cuáles fueron las afectaciones que sufrieron, como habitantes de Iguala, tras el ataque a los normalistas?
–Yo creo que antes del ataque a los normalistas, la gente de nivel económico medio estábamos más o menos tranquilos,
dedicados a nuestro trabajo y, quizá, cómodamente sólo veíamos los
problemas pasar. Éramos gente a la que el ayuntamiento nos decía cosas
como “ya vienen los ayotzinapos” y para nosotros ese término, ayotzinapos, era sinónimo de maldad.
Y el 26 de septiembre nos dimos cuenta no sólo de que no era así, sino
que en los días siguientes nos percatamos de que algo similar estaba
pasando con la palabra “Iguala”: para el mundo, Iguala se
convirtió en sinónimo de maldad, y nosotros, como igualtecos, quisimos
contrarrestar eso, así que organizamos una marcha por la paz,
que se realizó el 26 de octubre, un mes después del ataque a los
normalistas, y a partir de esa acción, en la que participaron cerca de
mil igualtecos, decidimos conformarnos en Consejo Ciudadano de Iguala
por la Justicia y la Paz.
Luego del ataque policial contra los normalistas, que además de los 43 desaparecidos dejó seis personas muertas, y luego también “del ataque de las televisoras, que dieron duro contra Iguala, las ventas de los negocios cayeron sensiblemente –explica la arquitecta–, varios eventos culturales de importancia fueron cancelados, como la presentación de la Compañía Nacional de Danza,
así como un encuentro estatal de teatro, la gente simplemente ya no
quiso venir”, mientras que agricultores vieron canceladas las ventas
pactadas de sus cosechas, ante la negativa de los compradores a
ingresar en el municipio.
–Como igualteca, ¿qué opinión tienes de José Luis Abarca, cómo gobernaba?
–Mira, aquí siempre ha habido corrupción oficial, pero con él se disparó. Yo antes tenía un negocio de venta de tablarroca y pastas, y en el pasado le vendía productos al municipio, para sus obras, y ya sabía yo que había que pagar el famoso diezmo,
o sea que, de lo que me pagaban, yo tenía que devolver 10%, y ese
dinero se lo quedaba algún político. Yo sé que eso era corrupción, pero
era una corrupción en la que nosotros éramos las víctimas, y había que
entrarle, porque también yo tengo que mantener a mis hijas… pero cuando
llegó Abarca a la presidencia municipal, el cobro subió a 20%, así, sin
avisar, y yo vendí tablarroca para la remodelación de las oficinas del
cabildo, y cuando me pagaron fui avisada de que el diezmo
ya era del doble, y entonces ya no me costeó, así que dejé de buscar
surtirle al municipio… luego, Abarca generó nuevos impuestos, y aquí,
en mi escuela de danza, por ejemplo, nos empezaron a cobrar hasta por
las lonas con anuncios que colgábamos en la fachada… Abarca es un tipo prepotente, grosero, pero ya en 2014 como que se le quitó, porque su señora estaba ya en campaña,
y entonces querían que los invitáramos a todas nuestras presentaciones
en la academia de danza, querían ser vistos por la gente, y nos decían
que estaban muy interesados, aunque en realidad nunca hubieran apoyado
los pocos espacios para la difusión del arte y la cultura que existen
en Iguala.
–Y, con la captura de Abarca y su destitución como alcalde, ¿algo ha cambiado?
–En el fondo, yo creo que no. Por ejemplo: el
síndico procurador, Mario Castrejón Mota, encargado de la seguridad en
Iguala, cercano colaborador de Abarca, sigue en su cargo.
Cuando la Policía Municipal atacó a los normalistas, él era responsable
de la policía, y lo sigue siendo, y yo no sé por qué ni siquiera hay
una investigación en su contra. Y lo mismo es con el resto de los
regidores, los cuales debieron dejar el cargo aunque fuera por
vergüenza, porque todos ellos sabían de lo que ocurría en el municipio
y no hicieron nada, no dijeron nada. Pero ellos no tienen vergüenza, los que han anunciado que pedirán licencia lo hacen para ir a buscar una candidatura. Las cosas no han cambiado nada. Es muy lastimosa la situación que, como igualtecos, estamos viviendo.
Esa misma visión comparte la madre de N., un joven de 32 años desaparecido en febrero de 2014.
Para narrar su historia, advierte la madre, es necesario omitir el nombre de ambos, ya que N. “años
antes se fue a Estados Unidos y cuando volvió, ya él estaba muy
enviciado, y aquí (en Iguala) se empezó a juntar con gente mala…”
Cuando él desapareció, recuerda, “una mujer me habló por
teléfono para decirme que a mi hijo lo habían alevantado dos patrullas
de la Policía Federal, y que estaba en el Cereso (Centro de
Readaptación Social) de Acapulco, y ahí llamé yo tres ocasiones, y las
tres veces me dijeron que sí, que a mi hijo lo tenían ahí preso, pero en
marzo, cuando pude yo reunir dinero suficiente para ir a buscarlo,
porque soy gente pobre, que lava ropa ajena, en esa cárcel me dijeron
que no, que mi hijo no estaba y nunca había estado, y hasta
ahorita yo no me puedo explicar cómo es posible que primero sí
apareciera en sus registros y luego ya no…”
–¿Qué hacía su hijo, a qué se refiere cuando dice que él se juntó con gente mala? –se pregunta a la madre.
–Yo no sé qué hacía… él nunca quiso decirme, siempre me decía que mientras menos supiera yo, era mejor.
Pero cuando él desapareció, un sujeto me habló por teléfono, para
exigirme que le dijera dónde estaba N., porque le había hecho un
encargo y no lo había cumplido… con majaderías, este señor me dijo que cuando lo encontrara me lo iba a mandar en cachitos, en bolsas negras para la basura… y yo supe quién era el que me hablaba, era un policía auxiliar que supuestamente vigilaba un negocio de venta de cerveza,
y ahí se juntaba mi hijo, y yo sabía que ahí vendían droga… entonces,
yo fui a buscar a este señor, porque me dio mucho coraje lo que me
dijo, y cuando lo encontré le grité que quién era él para
decirme que iba a descuartizar a mi hijo, y terminó retractándose,
pidiéndome perdón, porque estábamos enfrente de mucha más
gente… y desde entonces yo ando con miedo, porque sé que es gente muy
peligrosa, y más coraje me da que las autoridades digan que ya se acabó
el problema, porque se llevaron a los policías preventivos de Iguala, ¿y los demás policías qué, los auxiliares y los de tránsito? Todos ellos son parte del crimen organizado, ¿o a poco creen que sólo los preventivos trabajaban para el narco y los demás no? Pues no es así,
todas las corporaciones de la Municipal están involucradas, la Auxiliar
y la de Tránsito incluidas, y ellos siguen dizque vigilando Iguala.
Este señor del que te hablo, por ejemplo, él sigue activo, él es
miembro de Guerreros Unidos, y ni quién le diga nada, a él lo ves ahí,
en la calle, con su uniforme de policía azul clarito, y el depósito de
cerveza donde venden droga, y donde él es el líder, también sigue
abriendo como si nada. Pasa el Ejército y pasa la Federal, pero nadie
los molesta.
El mal… “necesario”
El Jardín es un bar sin plantas, sin ventanas, oscuro, vigilado por tres hombres obesos,
que a las 14:00 horas devoran chilaquiles en una de las mesas
metálicas, mientras en la barra tres mujeres jóvenes se maquillan para
la jornada que, en una hora, habrá de iniciar.
Ubicado a 200 metros de la esquina de Periférico y Álvarez, donde el
26 de septiembre fueron baleados los estudiantes de la Escuela Normal
Rural de Ayotzinapa, El Jardín se anuncia como el prostíbulo de Iguala
“con las mejores edecanes: Camila, Paola, Perla, Karen, Jenny, Rocío,
Mariel, Azul, Jazmín, Chuy, Paloma, Lupita, Rubí, Violeta, Yinna, Mary,
Liz, Luz, Karla, Vanessa y Deisy”.
Este negocio pertenece a Fernando Álvarez Brito, presidente de la Asociación de Bares y Cantinas de Iguala,
municipio donde operan, según sus cálculos, alrededor de 90
establecimientos similares, a los que deben sumarse decenas de
“botaneros” irregulares más, donde se ejerce la prostitución de manera
clandestina.
“Nuestro giro es el de bares con servicio de meseras, con botana y con diferentes horarios”,
dice Fernando, al tiempo que uno de sus empleados le entrega una caja
con 200 condones, así como un fajo de preservativos “sabor a naranja”,
sobre los cuales, como broma, afirma: “ai’ al rato que me los prueben”.
Fernando ríe, y luego retoma el hilo de sus ideas: “Estos
negocios son un mal necesario en Iguala, y están permitidos por el
mismo gobierno de tiempo atrás, sólo que nosotros trajimos algunas
innovaciones: tratamos de que nuestro personal esté al 100 por
ciento regularizado en salud, con sus exámenes de VIH, de VDRL
(sífilis) y su copro(cultivo)… son estudios que se tienen que hacer las muchachas porque alternan con los clientes… En nuestra asociación tenemos 46 agremiados, y cada negocio tiene en promedio 35 empleados, así que damos trabajo a cerca de mil 400 personas.
Además, en Iguala hay otros tantos negocios de los que anochecen pero
no amanecen, son negocios que no sé por qué trabajan, pero lo hacen con
permiso de las autoridades”.
Como principal punto de comercio de los 16 municipios del norte de Guerrero, Iguala es “desde hace unos 40 años”, un importante punto de prostitución,
explica, y sus decenas de giros rojos se distribuyen en la zona
periférica de la ciudad, y en la “zona de tolerancia” conocida como
Fraccionamiento Los Chocolines, punto donde el mismo Fernando reconoce
que “operan negocios con otra doctrina. En Los Chocolines no hay límites, todo es libre, es otro mundo…
desde que vas entrando la inseguridad se siente, y si estacionas ahí un
carro, cuando sales ya tu carro está en ladrillos, y aguas con que
digas algo, porque si lo haces, te llevas unos golpes”.
Vienen entonces a cuento las palabras que, por su parte, expresara
el padre Óscar Mauricio Prudencio al respecto de la expansión del
crimen organizado en Iguala, la cual, afirmó, en parte se explica por
la existencia de esta industria local de giros rojos, ya que “en
Iguala hay muchísimo antros, lugares donde hay prostitución, donde la
gente se alcoholiza y, obviamente, donde se distribuye droga al por
mayor. Entonces, una de las causas de que el crimen organizado
haya agarrado fuerza es que tienen de dónde agarrar reclutas, tienen
dónde distribuir sus drogas, tienen dónde traficar con personas, porque
ahí se prostituye lo mismo a mujeres que hombres, y lo hacen con la
clara autorización del gobierno municipal.”
–¿En algún momento a usted o a sus agremiados le ha tocado ser acosado por alguna autoridad o por la delincuencia organizada?
–Gracias a dios nunca, nunca nos han pedido extorsión ni cobros de nada, ningún entre.
Y de las autoridades tampoco, pagas tu refrendo anual y ya, claro que
de repente hay alguna infracción por cosas mínimas, como alguna mujer
extra que te llegue y no tiene papeles, son cosas simbólicas, multas de
150 pesos (…) Eso del crimen organizado para mí es mentira, un sueño. Yo he estado 26 años en este negocio y nunca me vinieron a cobrar nada…
Yo siempre pensé que estábamos en la gloria al estar en Iguala, tú
podías salir a las tres de la mañana sin problemas, y la Policía
Municipal siempre nos apoyó, como negocios establecidos, yo siempre
tuve su apoyo, si a algún cliente lo arrestaban al salir, yo hablaba
con ellos y siempre me daban la atención, porque la imagen de mi
persona es buena… La cosa, sin embargo, se descompuso a partir
del 26 de septiembre, andan muchos policías nuevos (actualmente, la
conducción de la seguridad pública en Iguala está a cargo de la Policía
Federal, que apoya sus labores en la Policía Auxiliar y la de Tránsito
Municipal), ya no sabemos si son policías buenos o malos… Pasó lo de los ayotzinapos y nuestras ventas cayeron 60%, esa Normal es una cuna de vándalos.
–¿Qué es lo que usted avisora para Iguala en el futuro próximo?
Esto se compone en un par de meses. Yo le pido a dios que la
Feria de Iguala (del 13 de febrero al 1 de marzo) esté muy bien, que el
gobierno del estado y la federación nos apoye con seguridad y
ya no permitan que vengan los ayotzinapos, porque la ciudad no tiene
culpa de lo que pasó. Lejos de que antes los veíamos como ‘pobrecitos’,
ahora ya los vemos con coraje, porque cada vez que vienen hay que
cerrar negocios. Ahora, ya estamos organizándonos para frenarlos desde
la entrada, ya tenemos un acuerdo con los comerciantes del mercado, y si vienen los vamos a frenar y a decirles “saben qué muchachos, váyanse a hacer su escándalo a donde viven
y a Iguala déjenla vivir en paz, los del mercado están dispuestos a
armas tomar, no vamos a permitir que a la hora que se les ocurra
vengan, yo creo que ya detuvieron a los posibles responsables, no somos
nadie para tomar la justicia por propia mano y sí, nos están lastimando
estos muchachos.
La plática concluye con un apretón de manos, y con un
ofrecimiento de pasar al establecimiento, “para que te eches un
refresquito”, esto, mientras una de las “edecanes”, de acaso
20 años, se posa en la puerta del negocio, vistiendo un short diminuto,
una blusa de red, tejida con estambre, que deja a la vista su brasier.
Son las 15:00 horas y el bar está a punto de iniciar operaciones. La oferta es declinada.
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