Carlos Bonfil
El claustro conyugal. Conviene primero precisar que la cinta israelí El juicio de Viviane Amsalem
es la parte final de una trilogía, cuyos dos primeros segmentos son, al
parecer, inéditos en México. El conjunto de relatos, escrito y dirigido
por Shlomi Elkabetz y por su hermana Ronit, es parte de una biografía
familiar inspirada en episodios de la vida de la madre de ambos. Así, a
través del personaje ficticio de Viviane Amsalem, los cineastas
exploran no sólo una vivencia muy íntima, sino la condición de la mujer
israelí en una sociedad patriarcal y autoritaria donde la religión
domina tanto la esfera pública como la privada.
En la primera cinta de la trilogía, Tomar esposa (2004),
Viviane manifestaba ya el deseo de abandonar a un esposo indiferente y
seco. La presión familiar la obligaba a renunciar a su empeño. En un
segundo filme, 7 días (2008), conseguía alejarse de él, pero
de nueva cuenta el acoso verbal y el rechazo de sus parientes le hacían
la vida difícil. Finalmente, en El juicio de Viviane Amsalem (2014),
segmento final, la protagonista (estupenda actuación de la cineasta
Ronit Elkabetz) está a punto de obtener un anhelado divorcio que, según
la ley rabínica, sólo el marido puede conceder luego de un proceso en
que intervienen autoridades religiosas claramente inclinadas a
favorecer los intereses del marido.
La escenificación del prolongado juicio, de resonancias kafkianas,
transcurre en una misma sala judicial, donde marido y mujer se
enfrentan ásperamente, menos mediante el diálogo, entre ellos lacónico
y mordaz, que por medio de un registro muy amplio de miradas y gestos
de consternación, reproche y rechazo que acentúan el dramatismo de los
sucesos. Hay también un duelo memorable entre defensor y fiscal, y la
intervención de testigos que operan como puntos de vista variados y
contrastantes de la misma historia. Un testigo femenino, en particular,
se muestra como exacerbación de esa condición de mujer sumisa en el
matrimonio contra la que se rebela Viviane.
Esa
rebelión que es simple reivindicación del derecho a no permanecer atada
de por vida a un hombre al que ya no se ama, la cinta la registra
oponiendo los argumentos de ambas partes, con objetividad impecable,
respetando la libertad del espectador para extraer sus propias
conclusiones. Los hechos, sin embargo, son elocuentes. Basta un gesto
de Viviane –soltarse con desenfado la caballera hasta entonces
recogida–, para suscitar la indignación de los rabinos que
jurídicamente le conceden la supuesta imparcialidad de un juicio, pero
que moralmente ya la condenan. Esta cinta israelí parece tener
semejanzas reveladoras con el mejor cine iraní (El círculo, de
Jafar Panahi, por ejemplo). Un país en principio democrático y un
Estado fundamentalista se ven irónicamente hermanados en una misma
lógica de prepotencia patriarcal. Se exhibe hoy en la sala 3 de la
Cineteca Nacional, a las 15 y 20 horas.
Twitter: @Carlos Bonfil1
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