Somos testigos de muertes violentas, de crímenes sin justicia, de maldades acérrimas, de crueldad inaudita.
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El
jueves 14 de abril, Christopher Raymundo Márquez Mora, un niño de seis
años de edad, salió a jugar a la calle de su casa en las Laderas de San
Guillermo, justo atrás del Cereso estatal número uno, en Chihuahua,
capital. Al salir se encontró con un grupo de niños mayores a él,
adolescentes, no mayores de quince años…
Dos varones de 15 años, dos mujeres de 12 años y uno de 13. Le
llamaron a que jugara con ellos y a cortar leña cerca del lugar. El
pequeño aceptó gustoso. Dicen que se alejaron y comenzaron a jugar a
“los secuestros”. Amarraron al pequeño de pies y manos. Una vez atado
lo golpearon con palos y piedras y lo estrangularon con un palo con
espinas. Una niña lo acuchilló al ver que aún estaba con vida. Le
arrancaron los ojos y los cachetes. Lo arrastraron hasta un arroyo en
un terreno baldío en la colonia Laderas de San Guillermo.
Una de las niñas cavó una fosa y lo enterraron. Encima de la fosa
pusieron a un perro muerto para evitar que el olor del niño muerto
llamara la atención. Christopher quedó enterrado casi a ras de tierra.
Su madre Tanía Mora quedó viuda hace unos cuantos meses. Tiene
además a dos hijas, de cuatro y tres y uno de un año. Trabaja durante
la semana y deja a los niños con su madre, para su cuidado. Christopher
iba a la escuela de Aquiles Serdán porque no hubo cupo para él en
Ladera de San Guillermo. Una de las zonas más pobres de Chihuahua. Uno
de los lugares en los que el desahucio puede ocurrir en cualquier
momento y en donde se refugia gente con pocos o nulos recursos
económicos para vivir con el decoro que todo gobierno nos tiene
prometido.
Como el viernes era día del maestro no hubo clases. Desde el jueves
la señora se quedó en la casa de Aquiles Serdán para estar con sus
hijos. Y, como es usual, los niños salen a jugar a la calle ahí. Así
que Christopher salió, pero no regresó. La mamá comenzó a buscarlo en
los alrededores, fue hasta el día siguiente que dio aviso a las
autoridades que de inmediato emitieron el alerta Ámbar para localizar al niño.
Los vecinos ayudaron a la madre a tratar de localizarlo en las
cercanías. Los niños que habían jugado con él el jueves por la tarde, y
sus padres, se ofrecieron a ayudar en la búsqueda. No se encontró. La
comunidad sorprendida pidió ayuda a medios de comunicación que emitía
solicitudes de apoyo para localizar al pequeño…
El sábado uno de los niños que participaron en el asesinato, le dijo
a su madre lo que había ocurrido. Ella avisó a las autoridades. Los
cinco niños fueron detenidos y fueron ellos quienes guiaron a la
policía para encontrar al pequeño Christopher. Naturalmente nadie daba
crédito a lo que había ocurrido. La indignación de la comunidad iba en
aumento en la medida en que se conocían más detalles del homicidio…
Los niños detenidos fueron puestos a disposición de la autoridad.
Dos de ellos, los de 15 años podrían ser puestos a disposición y ser
enjuiciados. Los otros tres no. Estarán bajo custodia y de acuerdo con
la ley no podrán ser encarcelados… Hasta aquí los hechos. Y, si todo
esto fue así…
Estamos en un punto de descomposición social que podría ser muestra
de la tragedia de nuestros días. La de la violencia criminal sin cuotas
de justicia exacta. Pero también en la fase de indolencia social que
también es criminal. La sociedad ve con desgano estas tragedias que
todavía hace unos años hubieran sacudido la conciencia social. Hoy ya
no. O no tanto. Es cotidiano.
Somos testigos de muertes violentas, de crímenes sin justicia, de
maldades acérrimas, de crueldad inaudita y de medios de comunicación
que lo expanden sin el sentido humano de la información. Sin su
explicación de contexto y sin más elementos que la información por la
información: hedonismo periodístico, pues.
Pero más allá del contexto informativo está la realidad. Y en ésta,
la calidad humana de quienes inhumanamente cometen estas atrocidades
que son locura.
Quienes cometieron este crimen en contra de un pequeño de seis años,
inocente que lo único que quería era jugar con sus amigos, son asesinos
en una sociedad enferma. ¿En qué mente dañada cabe este grado de
crueldad? ¿Qué ideas habitan en las cabezas de los adolescentes que
cometieron tal salvajada infernal? ¿Y los padres de los adolescentes
podrán explicar el contexto en el que pudieron abrevar este odio
indigno de humanos?
Mucho hay en el ambiente que contamina vidas, hogares y comunidades.
Mucho hay ahí que tiene que ser revisado con sumo cuidado para entender
en qué grado de enfermedad estamos: la indolencia es un principio. La
locura del crimen entre niños es aún más grave porque se hace en
imitación a lo que se ve y se vive; aunque también por la patología
propia de criminales.
La Secretaría de Salud deberá iniciar procedimientos de
investigación de salud mental social para identificar qué pasa en la
mente de muchos aquí y por qué. Encontrar el foco de infección social,
particularmente entre los niños, será parte de la solución, pero ésta
tendrá que encontrar rutas que tienen que ver con pobreza, mala
educación, falta de alicientes laborales, trabajos mal remunerados,
desempleo… agobio-agobio-agobio…
Christopher tenía seis años y ya no está. Pero Christopher hizo un
llamado de atención… para evitar más casos de niños como el de él, que
tenía derecho a jugar, aunque en su inocencia no supo que lo hacía con
cinco ejemplos de lo peor de la naturaleza humana, aunque sean niños.
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