Siempre
pensé en la posibilidad de ese avistamiento. Radicando en la misma
ciudad lo probable es que tarde o temprano podría topar con alguna de
ellas o ellos.
En una tienda cualquiera, para gente de clase media, es posible encontrarse a personas comprando alimentos o los componentes de la comida que prepararán en breve.
Son las 13:30 de un miércoles y a esa hora todavía quienes no prepararon la comida temprano, a veces a la carrera, a veces programado así, entran para adquirir sus productos. Se observan mujeres y hombres con las manos y los carritos ocupados por comestibles diversos.
En la fila para pagar diviso a una mujer blanca, delgada, con el cabello recogido hacia atrás sin mayor arreglo ni en peinado ni en maquillaje. Es una mujer sencilla, austera en su vestir, discreta y su mirada es huidiza.
Al observarla por más de dos segundos da la impresión de que tiene miedo a algo o que recordó algún pendiente relacionado con algo que busca a su alrededor. Una suerte de evasión de mirada directa, como escondiendo la parte del cuerpo que nunca cambia: los ojos.
Por un segundo las miradas suya y mía se cruzan. Ella la evade inmediatamente. Mira al suelo, con levantamiento intermitente, nervioso.
De inmediato me parece conocida. ¿Será o se parece? –me cuestiono–. Y es que ese rostro es difícil de olvidar. El gesto de aparente tristeza es notorio, particularmente las bolsas debajo de los ojos, como de un llanto prolongado o de noches privadas de sueño reparador.
Todo su aspecto denota fragilidad, es casi como si estuviera a punto de soltar las lágrimas. Su cara, su expresión es la misma. Aquella que recuerda a quien representa uno de los más tristes lastres del país.
Es el rostro del capitalismo voraz, el que carece de escrúpulos, el que antepone la relación costo-beneficio al desarrollo humano.
Siempre me pregunté: ¿Qué haría si de pronto me encontrara a alguno de ellos? ¿Qué le preguntaría? En cinco años es la primera vez que veo en vivo a alguno de ellos. Siempre en foto, siempre la misma imagen.
Aquella que nos dejó la idea de cinco personas que mientras más de 30 familias enterraban a sus niñas y niños muertos en un siniestro que trastornó la ciudad y reescribió la historia del país; y otras se dolían en vilo en hospitales junto a los cuerpecitos sufrientes de otros que llegaban a casi 20, que morirían en los siguientes días, explicaban en una rueda de prensa que estaban muy afligidos pues ellos también eran víctimas al perder parte de su patrimonio en un “desafortunado” incendio.
Es tanto el tiempo que hemos acompañado a madres y padres de la Guardería ABC, tanto el afecto que hemos cultivado por ellos, por sus niñas y sus niños, tanta la empatía que estas víctimas del contubernio gubernamental y la corrupción nos han inspirado, que nos es difícil al ver esa cara tan cerca no pensar en varias opciones.
¿Qué se siente ser una asesina de niños? Es una de las preguntas que alguna vez pasó por mi mente haría si me llegara a encontrar a esta empresaria del cuidado infantil.
¿Cuánto le costó ser exonerada? Es otra cuestión que se me ocurriría alguna vez. ¿Cree que su parentesco con la esposa del ex presidente Felipe Calderón le será útil toda la vida? Podría ser otra interrogante.
Otra fugaz inquietud fue alguna vez solicitarle una entrevista periodística para conocer su punto de vista sobre todo lo que ocurrió después del 5 de junio de 2009.
Al verla de frente, de repente se me agolparon los recuerdos de los primeros días. Las horas interminables en que discutíamos la estrategia de movilización ciudadana para exigir justicia por la ABC en nuestra sede, la Plaza Emiliana de Zubeldía.
Por ello es que al tenerla tan cerca en forma casual, ahora pensaba: “No son preguntas lo que debería hacer. Lo que se merece son señalamientos directos. ¡Asesina!”, podría ser alguno.
De pronto, trato de ponerme en sus zapatos. No puedo, es tanta la claridad del lugar de cada quien, que no puedo. En mi balanza gana la vida destrozada de las familias a las que he tenido cerca, pues me han permitido acompañarlas, convivir de una u otra forma, y cerrar filas con ellas para exigir justicia por la muerte de sus hijas e hijos, y por los pequeños que quedaron lesionados de por vida.
Ese rostro que parece estar a punto de soltar el llanto voltea nervioso hacia uno y otro lado impaciente. No me atrevo a dirigirle la palabra, pero la observo.
De pronto llega alguien que parece ser un amigo suyo que entra a la tienda, la ve y se acerca directo a ella sonriendo. La saluda, le besa la mejilla y me hace el favor de hacer una pregunta que encierra todas mis dudas hasta ese momento: “¿Cómo estás?”.
Y ella contesta lo que siempre nos hemos imaginado todas y todos los que nos consideramos agraviados como sociedad hermosillense: “Muy bien. ¿Y tú?”.
Y es entonces cuando comprendo que el suyo también es el rostro de México. En ese simple saludo se responden todas nuestras exigencias de castigo a todas las personas responsables por el crimen de la Guardería ABC en el que murieron 49 niñas y niños mientras eran cuidados en la empresa de quien enfrente de mí responde que está “muy bien”.
Me contesto a mí misma: éste es México, es el Estado revuelto, amarrado y amafiado con empresarios voraces. Es el país que permite que alguien asociada con otras personas pueda dejar morir tranquilamente a casi medio centenar de niñas y niños sin tener una sola sanción, resolviendo expresamente que no tiene ninguna responsabilidad.
Me retiro con sentimientos y pensamientos confusos. Recibo una llamada por fuera de la tienda, y al terminar, mientras me disponía a guardar el teléfono celular, veo salir a esta dueña de la justicia, le tomo una foto. Es el único testimonio del avistamiento, no tengo entrevista, no tengo crónica de alguna interacción.
Es lo único que atino a hacer después de todo lo que madres y padres han intentado para cumplir su promesa de luchar por justicia para sus niñas y niños. Tengo la sensación de que fui cobarde, pero a la vez me cuestiono: ¿Qué acción puede mover este monumento a la impunidad? ¿Qué palabras remueven siquiera el muro levantado para proteger a asesinos por acción y omisión?
Sube a su auto; como cualquier ama de casa se retira con sus víveres, tranquila y feliz en su pick up de modelo reciente. Acelera en forma brusca y hace una maniobra forzada para salir disparada en sentido contrario al permitido. Mi cerebro lo interpreta como una huída.
¿Tendría algún poder el que hubiera dicho, preguntado o hecho algo ante una mujer que con la mayor tranquilidad, a pesar de que debe 49 vidas de niñas y niños se siente “muy bien”?
La certeza que me queda es que no hay nada, ninguna actividad que compita con todo lo que significa el férreo status de impunidad que acompaña a la respuesta devastadora cuando responde: “Me encuentro muy bien”.
Twitter: @mujersonora
*Periodista integrante de la Red Nacional de Periodistas y directora del blog Mujer Sonora http://mujersonora.blogspot.mx/
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Silvia Núñez Esquer*
Cimacnoticias | Sonora.-
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