3/06/2016

Hoy quiero volver solo



Carlos Bonfil
La Jornada

A una semana de concluida la entrega del Óscar, ese ritual que desde Hollywood nos recuerda cada año que el cine que más cuenta en la taquilla mundial no es el que soberanamente realizan las naciones que en él participan, sino el que en dicha ceremonia obtiene su mayor certificación de calidad y prestigio, vale la pena voltear ahora la mirada al cine que se sigue haciendo en América Latina. Y la mejor manera de hacerlo es mediante iniciativas como la Semana de Cine Brasileño que actualmente exhibe la Cineteca Nacional. La colaboración entre embajadas, con el apoyo de asociaciones como la de Amigos de los Museos e instituciones como la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, permiten rescatar producciones interesantes que muy a menudo no consiguen rebasar el ámbito de los festivales de cine y llegar hasta la cartelera comercial, o que al hacerlo tienen poca o nula difusión mediática.

Con todos sus altibajos, el cine brasileño se ha distinguido por su diversidad temática y sus apuestas estilísticas, y por haber sabido aprovechar un marco jurídico favorable a su producción y su distribución dentro y fuera del país, algo que sigue siendo una asignatura pendiente en un país como el nuestro, más ufano de poder hoy enriquecer al cine hollywoodense con su exportación de talento mexicano. Una muestra de esa variedad en las propuestas artísticas es el programa de seis largometrajes que incluye los títulos Al otro lado del paraíso, de André Ristum; Ausencia, de Chico Teixeira; El maestro y Divino, de Tiago Campos Torres; Una segunda madre, de Anna Muylaert, y, de modo especial, el estupendo thriller El lobo detrás de la puerta, de Fernando Coimbra, y Hoy quiero volver solo, de Daniel Ribeiro.

Resulta irónico que en un momento en que los poderes fácticos del conservadurismo moral y el fundamentalismo religioso promueven en nuestra cartelera comercial la cinta Pink, de Francisco del Toro (Punto y aparte, 2002; Secretos de familia, 2009), se presente justamente en la semana de cine brasileño la cinta Hoy quiero volver solo, su contrapunto exacto. Contrastar así el discurso de intolerancia y menosprecio de Pink con el alegato en favor del respeto humanista a las minorías sexuales, equivale a comparar, en la actualidad política, la vigencia del estado de derecho en Brasil con el imparable dominio de la corrupción y la impunidad en el nuestro.

Lo que narra la cinta de Daniel Ribeiro no tiene nada de particularmente novedoso o sorprendente, de no ser el escándalo que aún puede provocar la expresión de ternura entre dos adolescentes varones en un sector de la población aún dispuesto a condenar toda disidencia sexual. Cuando por encima de todo, uno de los protagonistas de la cinta resulta ser un joven invidente de nacimiento, las certidumbres morales pierden totalmente el norte. ¿De qué manera Leonardo, el héroe ciego de esta comedia romántica, ha podido trastornarse los demás sentidos y corromperse el alma hasta terminar prefiriendo el afecto y la compañía erótica de una persona de su mismo sexo? ¿Dónde quedaron los malos ejemplos y las compañías corruptoras que con humor ramplón denuncia Pink, la cinta del señor del Toro? ¿Dónde el maleficio del matrimonio gay y los horrores de la adopción trastornadora?

Leonardo (Ghilherme Lobo) vive en la oscuridad completa, sobreprotegido por unos padres bien intencionados que poco o nada comprenden de su deseo de libertad y autonomía. Su única compañía y confidente es Giovana (Tess Amorim), su incondicional y secreta enamorada, hasta el momento en que aparece Gabriel (Fábio Audi), el primer joven que le ofrece un trato tan igualitario que incluso llega a olvidar, con reiterativa torpeza, que está hablando con un joven ciego. Lo que sigue es una comedia de románticos desencuentros juveniles que de no tener como protagonistas a un invidente homosexual y a sus enamorados, muy pronto caería en la trivialidad o la rutina.

Daniel Ribeiro, director y autor del guión, evita sin embargo las mayores trampas del género, lo mismo el exceso melodramático que la sensiblería conmovida. Objeto de burla y de un bullying continuo por parte de algunos de sus compañeros de clase, Leo jamás aparece como una víctima lamentable, ni siquiera cuando a su discapacidad visual se añade, para sorpresa general, su condición de paria sexual. La cinta evita una última confrontación con sus padres, pues en el caso del joven una salida de la oscuridad del clóset sería una ironía mayúscula, pero cabe imaginar que lo que más interesa al director no es el drama personal de quienes rodean a Leonardo, sino el paulatino y gozoso descubrimiento que vive el joven de la posibilidad de una pasión amorosa compartida. En el oscuro mundo de Leo no hay un sitio favorable para un arraigo del pecado o de la culpa. El deseo erótico nace en él con toda naturalidad y despojado de prejuicios. Y si el objeto de ese deseo resulta ser un alma tan sensible como la suya, eso es algo fuera ya de la comprensión de las visibles hipocresías de este mundo.

Hoy quiero volver solo se exhibe hoy y el próximo miércoles en la sala 10 de la Cineteca Nacional a las 18:30 y 20:30 horas, respectivamente.
Twitter: @Carlos.Bonfil1

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