Cristina Pacheco
La Jornada
Pedí el boleto del cine
por Internet para ahorrarme tiempo y ahora resulta que si quiero un
refresco tengo que hacer cola media hora –comenta Noemí, sin dirigirse a
nadie en particular. El joven que va delante la mira por encima del
hombro y vuelve a concentrarse en la pantalla de su celular.
Noemí se arrepiente de haber renunciado a uno de sus principios
fundamentales: no ir al cine sin un acompañante. Hoy lo hizo porque
necesitaba olvidarse de los números, la computadora que se le dificulta,
los problemas domésticos. Escucha las carcajadas de una pareja que
acaba de llegar. Los dos son muy jóvenes. Noemí los imagina, más tarde,
comentando la película en alguna cafetería. Reconocer que los envidia
nada más por eso la desconcierta. No quiere seguir pensándolo. Abre su
bolsa y saca su celular. Quizá tenga un mensaje. Sí, es el que su madre
le envió al mediodía pidiéndole que recoja sus lentes en la óptica.
Lamenta haber consultado su correo y estar en el cine en vez de servir a
su madre.
La lentitud con que avanza la fila la hace temer que entrará a la
sala 2 cuando haya empezado la película. ¿Cuál? No lo recuerda ni le
importa. Sólo quiere distraerse. De pronto ve a un hombre alto, vestido
de negro, que la saluda desde lejos agitando la mano y va a su encuentro
con expresión de felicidad:
–¡Qué sorpresa! Jamás imaginé que iba a encontrarte aquí, y menos
haciendo cola en la dulcería. Me recuerdas cuando nos escapábamos de la
escuela para ir a comprar a la tienda del
Viudo. Su mujer era muy malgeniosa, pero hacía unas tortas riquísimas.
La perplejidad de Noemí no aminora el entusiasmo del recién llegado:
–Estás igualita. Lo único distinto es que no llevas el uniforme, y ¡qué
bueno! Era feísimo. Sólo a ti te quedaba bien.
Noemí agradece el cumplido y se dispone a aclarar la situación, pero
el desconocido le arrebata la palabra: –No sabes cuánto he pensado en
ti. Quise buscarte, pero ¿cómo? Perdí la pista de todos los compañeros.
Sólo volví a ver a Eduardo. Lo visité en el hospital poco antes de que
el pobre...
–¿Eduardo?
–Sí. Era de Tijuana. Llegó al grupo a mitad del año. Ahora me
arrepiento de las bromas pesadas que le hacíamos. Luego él y yo nos
volvimos inseparables. Fue mi confidente. Le hablaba mucho de ti.
Hacíamos planes con la seguridad de que íbamos a realizarlos. Tal vez
por eso pienso que aquella fue la mejor etapa de mi vida. –El hombre
hace un guiño: –Algo tuviste que ver en eso. Me traías loco. Debí
decírtelo, pero no me atreví, ni siquiera cuando a fin de año me
regalaste tu escudo de la escuela. Siempre lo traigo en mi cartera. Te
lo voy a mostrar.
El hombre se busca en el bolsillo del saco. Noemí da un paso hacia él y le habla en tono comedido:
–Siento mucho decírselo, pero no soy quien usted imagina. Si
hubiéramos sido compañeros de escuela lo recordaría. Tengo buena
memoria.
El hombre se estremece y deja de sonreír:
–Hubiera jurado que tú, perdón, usted era... Disculpe mi error, pero
entiéndame. Siempre quise volver a encontrarme con esa persona y usted
se le parece tanto... Cuando la vi formada pensé:
Es ella, es mi día de suerte, pero ya veo que no.
–Debo irme. Me están esperando. –Noemí se aparta de la fila y se encamina de prisa hacia la sala 4.
II
Lo que temía: encuentra la película empezada. Procura
concentrarse en la trama, pero no consigue olvidar al hombre que la
abordó unos minutos antes. ¿Cómo pudo él confundirse tanto? ¿Habrá
realmente alguien tan parecida a ella? De ser así, ¿dónde estará su
doble? Tal vez buscándolo a él. Noemí trata de recordar si el desconocido mencionó en algún momento su nombre. No. Tampoco el de ella. Sólo el de Eduardo.
La emoción con que él le habló no merecía su intransigencia. Noemí
piensa que debió seguirle la corriente. Para no romper su ilusión habría
bastado con aceptarlo todo, darle un teléfono falso y pedirle que la
llamara un día de estos para hacer una cita y conversar.
III
Noemí se confunde con los espectadores que se dirigen a
la salida. Si alguno le preguntara qué película vio ella no podría
decirlo. Todo el tiempo estuvo pensando en la extraña conversación con
el hombre de negro. Se detiene cuando lo descubre en el pasillo y luego
se apresura hacia él:
–Quiero disculparme. Cuando me hablaste estaba pensando en un asunto
de trabajo y no puse atención en lo que decías... Pero es cierto que
fuimos compañeros de escuela, el uniforme era horrendo y te regalé mi
escudo. Me siento tan feliz de haberte...
El hombre la interrumpe: –Me apena decírselo, pero está equivocada: nunca antes nos habíamos visto. Y ahora, con su permiso...
Noemí lo ve salir a la calle y abordar un taxi que en segundos desaparece, y lo lamenta.
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