Carlos Bonfil
La Jornada
Resultaría estéril analizar la cinta de Artemio Narro, Me quedo contigo,
al margen de una producción fílmica que en México aborda los temas que
mejor definen la actualidad política del país: el flagelo de la
corrupción y la forma en que las elites aún presumen de su impunidad.
El tema no es nuevo. Desde comedias juveniles como Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001) hasta Voy a explotar (Gerardo Naranjo, 2008), o pará- bolas sociales como La zona
(Rodrigo Plá, 2007), ha sido constante el retrato de la descomposición
moral de la clase política dominante. En fechas más recientes, el
escepticismo de algunos cineastas parece ser todavía mayor y sus
radiografías se centran ahora en un microcosmos social que incluye, en
primer plano, a los hijos privilegiados del sistema.
De ellos se suelen
exponer la frivolidad, la prepotencia y sus excesos en películas como Los muertos (Mohar Volkow, 2014) o Los herederos (Hernández Aldana, 2015); también sus fines de semanas de desahogo febril como en Déficit (García Bernal, 2007) o en Este es mi reino (corto
de Carlos Reygadas, 2010), y en el retrato se recorre un espectro
generacional que va desde los adultos hasta los adolescentes, incluso
los niños, practicantes o aprendices todos de un elemental desprecio
clasista teñido de racismo. El diagnóstico que arrojan estas cintas
suele ser implacable y crudo, en el extremo opuesto de los inofensivos
dramas o comedias que tienen como telón de fondo el imperativo de una
reconciliación social.
Ladies trash. Al retrato de mirreyes prepotentes –los llamados Porkys que cometen abusos sexuales sintiéndose invulnerables y celosamente protegidos– se añade ahora en Me quedo contigo, de
Artemio Narro, una inesperada inversión de los roles tradicionales.
Según esta cinta, las mujeres pueden también mostrar ese desdén clasista
que comúnmente se atribuye sólo a los hombres, y que puede degenerar en
actos de violencia. La impunidad que les confiere el pertenecer a una
élite, las protege tanto como a ellos y posiblemente todavía más.
En su declarada intención de abordar los temas de la violencia y las
estructuras del poder en México, el realizador elige presentar el asunto
a partir de una evidente incorrección política. En una sociedad donde
aún es posible soportar, desde Ciudad Juárez hasta Chiapas, el
incremento exponencial de feminicidios hasta el punto de familiarizar a
la opinión pública con una misoginia brutal habitualmente sin castigo, Me quedo contigo propone
la sulfurosa variante de contemplar esa misma brutalidad ejercida ahora
por un grupo de cuatro mujeres, pertenecientes a una clase acomodada,
sobre un despistado vaquero al que secuestran y someten sexualmente
hasta convertirlo, de manera sádica, en el blanco de múltiples
vejaciones y torturas. Todo ello de manera gratuita y abusiva, sin
aparente espíritu de revancha ni despliegues de un machismo a la inversa
–el llamado hembrismo–, con una coquetería desafiante y burlona, y con
ese mismo afán de diversión soez que, hasta ese momento, parecía ser un
privilegio exclusivo del género masculino.
La cinta de Artemio Narro le da un vuelco radical a las
representaciones tradicionales de la mujer en el cine mexicano, y el
largo reventón que estas ladies basura, irreverentes y
malhabladas, dedican a Natalia, una joven española enamorada de Esteban
(Diego Luna), haría estremecerse de pavor a don Julián Soler, el
venerable director de una exitosa Despedida de soltera (1965).
Ellas se han apropiado del lenguaje del albur y la procacidad
machista, también de la total falta de escrúpulos con que se puede
someter en la cama o en el piso a un indefenso sexo opuesto. Y si nada
justifica esta caprichosa apropiación de conductas degradantes, tampoco
parece ser el propósito del cineasta buscar esas justificaciones. Su
película juega abiertamente con una inversión de roles de genero para
mostrar hasta qué punto prevalece en la sociedad mexicana una doble
moral que se muestra pasiva ante la misoginia criminal y muy
escandalizada cuando la víctima de todos esos excesos es un hombre
indefenso.
Artemio Narro es un artista plástico que incursiona hoy en el cine de
manera arriesgada y muy independiente, sin recursos estatales y con el
apoyo de amigos de su propio gremio y de los festivales de cine, y que
ha elegido como estrategia novedosa sacar su cinta con una sola copia,
misma que llevará a lo largo del año de una sala a otra, en lugar de las
múltiples copias mexicanas que se dirigen simultáneamente a un
previsible fracaso en taquilla.
Con todas sus excentricidades formales y su limitaciones en materia de sobriedad narrativa, y con su aspecto tan trash
como el de sus cuatro protagonistas, se trata tal vez de la cinta más
irritante y polémica de cuantas se hayan filmado en los últimos años en
nuestro país; también de un barómetro muy exacto del clima de
descomposición social que provocan la corrupción y la impunidad en
México, vicios perpetuados por la morosidad o complacencia de quienes
los padecen.
Se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional. Sala 10: 19:15 y 21:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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