La Jornada
Me ha tocado ser jurado
del Festival Internacional de Cine de Biarritz, que llega a sus 25 años
de existencia como la más importante de las convocatorias europeas
dedicadas a mostrar películas latinoamericanas. Pero además de la
delicia obligada de verme 10 filmes día tras día, ésta ha sido una
semana inolvidable en muchos sentidos. El público desbordó las salas de
cine, donde también se han presentado cortometrajes y documentales, la
primera de ellas la tradicional Gare du Midi, lo mismo que se volcó a
las presentaciones literarias, los conciertos musicales, las mesas de
libros en español y traducidos al francés. Latinoamérica reinando en las
calles.
He compartido la participación en el jurado con el director de teatro
y dramaturgo Alfredo Arias, argentino largamente radicado en París; la
realizadora Delphine Gleize; la actriz Laure Duthilleul, y la productora
Alice Girard, lo que ha significado horas de aleccionadoras y gratas
deliberaciones alrededor de las películas seleccionadas, provenientes de
México, Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Venezuela.
Lo primero que queda a la vista es que el cine latinoamericano vive
en el siglo XXI una etapa de pleno desarrollo, como se prueba también en
otros festivales de competencia mundial, Cannes o San Sebastián. Es un
cine maduro, imaginativo, técnicamente impecable, que domina todos los
recursos; y lo más notable viene a ser la juventud de los realizadores,
varios de los cuales han concurrido en Biarritz a presentar sus
creaciones.
El premio establecido para la mejor película, y que lleva el nombre de El abrazo, lo hemos concedido a La ciudad donde envejezco,
el primer largometraje de la brasileña Marília Rocha, donde cuenta la
historia de dos jóvenes amigas de infancia, que emigran una tras otra
desde Portugal a Belo Horizonte. Es un relato de equilibrada delicadeza,
que nos acerca a la soledad y el extrañamiento que trae consigo la
emigración; un drama íntimo compartido por Francisca y Teresa, los dos
personajes que se enfrentan a la trepidante vida urbana de una ciudad
que no deja nunca de serles ajena.
Aquarius, del también brasileño Klever Mendoza, ganó el
Premio del Jurado, y su protagonista principal, Sonia Braga, recibió el
premio a la mejor actriz. Esta es una película que transforma un asunto
público, cotidiano hoy en América Latina, el de la corrupción ligada al
negocio inmobiliario, en una historia personal que a su vez se convierte
en una obra de arte. Clara, la heroína, lucha por no ser desalojada del
apartamento familiar donde se ha quedado sola, ya viuda, resistiendo
contra los trucos y embates sucios de los empresarios que son ya dueños
del resto del edificio.
Sonia Braga, a sus más de 60 años, nos seduce con su siempre vivo
talento dramático, dueña a cada paso de la pantalla tal como la vimos
hace tantos años en Doña Flor y sus maridos, o en El beso de la mujer araña, sacando provecho a su madurez y a su belleza que no da muestras de apagarse.
Y el premio al mejor actor fue otorgado al chileno Alejandro Sieveking, protagonista de la hermosa película argentina El invierno,
dirigida por Emiliano Torres, que ganó el premio de la crítica otorgado
por aparte. Curtido en mil batallas en el teatro y en el cine,
Sieveking hace aquí el papel de un viejo capataz en un lejano fundo de
la Patagonia donde se crían y esquilan ovejas, y es despedido por razón
de su vejez. El descarte crea el drama y empezará entonces la lucha
sorda entre él y su joven sucesor, en un escenario donde imperan la
soledad, el frío y la nieve, pero sobre todo la belleza imponente de la
cordillera de Los Andes.
Entre otras películas notables que vi en la muestra, hay que mencionar El Amparo,
producción de Colombia y Venezuela, dirigida por Rober Calzadilla, que
ganó el premio que el público concede por votación. Cuenta, con
impresionante realismo, la historia de un grupo de humildes pescadores
de un pueblo fronterizo, asesinados por el ejército de Venezuela a
finales de los años 80, acusados de pertenecer a la guerrilla colombiana
y querer sabotear un depósito de petróleo. Los dos únicos
sobrevivientes se enfrentan al poder que quiere silenciarlos. Este
hecho, conocido como la masacre de El Amparo, que llenó las páginas de
los diarios y los telenoticiarios, nunca fue resuelto y pasó al olvido.
También me impresionó X-Quinientos, título que proviene del
extraño nombre de una aldea indígena del estado de Michoacán. Su
director, el colombiano Juan Andrés Arango, presenta tres historias que
se cuentan separadamente: la primera, empieza en esa aldea y se
desarrolla en la ciudad de México, entre bandas criminales y pandillas
juveniles; la segunda en el puerto de Buenaventura, en Colombia, también
entre sicarios, y la tercera, en un ambiente semejante, en Montreal,
Canadá. Son historias de jóvenes, donde la miseria y la marginalidad, lo
mismo que los sueños rotos de la emigración, cobran sus víctimas.
Es grato imponerse una semana de cine latinoamericano, para disfrutar
de una verdadera lección que me pone al día en un arte propio que en
América Latina sólo conocemos de manera esporádica o fragmentada. Un
arte duro. La película ganadora, La ciudad donde envejezco, tuvo
que detenerse en su etapa de posproducción por falta de financiamiento,
y es por eso mismo que la persistencia de estos jóvenes realizadores es
ejemplar.
Luchan por encontrar productores, apoyos estatales que en muchos de
nuestros países son pobres o no existen, por convencer a las
trasnacionales de distribución para poder llegar a las salas de cine,
por tener cabida en la televisión abierta y por cable, y en Netflix y
HBO. Por eso es que festivales como este de Biarritz son verdaderas
ventanas al mundo, que les abren posibilidades.
Las más de 20 horas que me he pasado sentado en la butaca en la
oscuridad, me han abierto también una ventana a este cine esplendente,
que me recuerda que la invención vale la pena.
Biarritz, octubre 2016.
Facebook: escritorsergioramirez
Twitter: sergioramirezm
Instagram: sergioramirezmercado
No hay comentarios.:
Publicar un comentario