11/09/2016

El sueño americano no es para ustedes


A renglón seguido por José Carlos G. Aguiar

Foto: Reuters
Hoy es miércoles 9 de noviembre del 2016. Es la mañana después de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Al revisar el resultado de las elecciones en mi teléfono, espero leer que Hillary Clinton ha ganado con el voto de las mujeres, de los afroamericanos, de los latinos, de los jóvenes interesados en el mundo, de las minorías sexuales y religiosas, de los ciudadanos informados que tienen confianza en el sistema político y la democracia en los Estados Unidos.
Pero no es así. Como muchos otros millones de personas dentro y fuera de los Estados Unidos, la idea de que Donald Trump se convirtiera en presidente pareciera ser un mal sueño, una pesadilla. Las ideas de Trump, en particular la xenofobia, el anti-intelectualismo y el imperialismo macho que celebra, al mismo tiempo tan gringo, parecieran ser reliquias de una ideología que ya ha pasado.
Sin embargo la incompetencia e ignorancia que Trump presume, han puesto en jaque la legitimidad de la democracia y la vulnerabilidad del sistema político de los Estados Unidos. ¿Qué significa América luego de estas elecciones? ¿Cuál será el impacto de Trump sobre la hegemonía ‘del mundo libre’, es decir, el liderazgo mundial del occidente anglosajón?

El sueño americano no es para nosotros

Trump le ha gritado en la cara a millones de migrantes que el sueño americano no es para ellos. Y tiene razón, por más doloroso que sea aceptarlo. Pienso en los millones de mexicanos, latinoamericanos, en los individuos originarios de cualquier país que viven en los Estados Unidos sin documentos. Ellos han llegado a ese país con la idea de que pueden alcanzar el celebrado American Dream. Ellos llegaron buscando un salario que es impensable en el país donde nacieron. Vienen siguiendo las imágenes de las películas y programas de televisión que muestran familias viviendo en los suburbios en grandes casas de dos pisos, rodeadas con jardines y con grandes autos en las cocheras. Los refrigeradores gigantes donde se puede almacenar comida para semanas. El estilo de vida urbano de las grandes ciudades norteamericanas. Han llegado a Estados Unidos para darse cuenta de que el sueño americano no es para ellos.
La última reforma migratoria en los Estados Unidos data de 1986. En los últimos treinta años se han asentado más de 11 millones de personas sin permiso de residencia, la mayor parte de ellos latinoamericanos. Individuos que tienen a su vez familias, vidas hechas y entretejidas con la economía, la recaudación de impuestos y la vida de los ‘legales’. Cada cuatro años, en cada campaña presidencial se repiten las promesas de una reforma migratoria para regularizar inmigrantes sin papeles. Pero esas promesas se olvidan luego de las elecciones.
Con su discurso xenófobo y amenazas de deportaciones masivas, Trump no ha dicho nada nuevo. De hecho, Trump ha puesto de manifiesto la hipocresía del sistema político estadounidense. Mientras que Barack Obama se ha convertido en un icono de la paz mundial (luego de que ganara el premio Nobel al inicio de su presidencia) y de la vanguardia de los derechos civiles en los Estados Unidos, su práctica política es polémica y no siempre acorde con los valores que Barack y su esposa Michelle han profesado durante la presidencia.

Barack Obama le hace el trabajo a Trump

De acuerdo al servicio de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP por sus siglas en inglés) de 2008 al 2015 se han expulsado a más de 2.5 millones de personas de los Estados Unidos. Más de un millón eran mexicanos. Obama ha sido por lo tanto el presidente que más migrantes ha deportado en la historia de este país. En otra palabras, la promesa de Trump de deportaciones masivas es en realidad la política migratoria de los Estados Unidos hoy en día. No era necesario votar por Trump.
Trump ha puesto de manifiesto cuán vulnerables son las instituciones políticas y cuán frágil es la democracia, algo que ha venido pasando en Europa con los nacionalistas conservadores desde la década de 2000. Es terrible que Trump haya hecho una carrera electoral con un discurso basado en la violencia, racismo, sexismo, misoginia, ignorancia, odio, nacionalismo, y la supremacía ‘blanca’. Es anti-humanista, detestable que exista un electorado radical que responda a estos anti-valores y xenofobia. Es inaceptable que las iglesias tradicionales, como la católica, se hayan quedado calladas ante las barbaridades del millonario. Trump ganó las elecciones afianzando la noción de que los Estadios Unidos de América son una ‘nación WASP’ (protestante blanco anglo sajón). El ahora presidente electo ha convencido a millones de ‘blancos’ desempleados y racistas, que la política neoliberal de los Estados Unidos es la causa de su malestar. Trump ha explotado el enojo y el odio como un motor de emancipación política ni social, como ha sucedido ya con los nacionalistas en el Reino Unido, Francia y los Países Bajos.
Pero lo que pasa dentro de los Estados Unidos, refleja al mismo tiempo la posición de este país en el contexto global. Cuando Trump habla despectivamente de “los rusos”, “los chinos”, “los árabes”, y sobre lo que “México” debería de hacer o pagar, no hace otra cosa que destruir el liderazgo de los Estados Unidos en el extranjero. En sus aseveraciones simplistas, pareciera ser que Trump cree que la política internacional es como un juego de Turista o Risk, donde se pueden quitar o remover piezas al antojo. Su visión es superficial, y su manera de hablar del mundo sintetiza el imperialismo gringo que los latinoamericanos tanto han sufrido y temen.

El fin de la hegemonía mundial anglo

Trump no necesitaba ganar para demostrar que la hegemonía mundial de los Estados Unidos se ha terminado. Y con ella, se ha esfumado la supremacía del mundo anglosajón y su definición de modernidad. Mientras el Reino Unido arregla su ‘Brexit’ y Trump pone en marcha sus ideas para aislar ‘América’ del mundo, el occidente anglosajón pierde su legitimidad como líder de las naciones libres y de la hegemonía capitalista. ‘El norte’ o ‘el occidente’  ya no es una autoridad política indiscutible. Con todo, estamos todavía en medio de esta caótica transición hacia un mundo sin liderazgo occidental. A diferencia de las películas como The day after tomorrow, ‘América’ ya no salvará al mundo.

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