La Jornada
Donald Trump, el
aspirante presidencial republicano, se impuso ayer a su rival demócrata,
Hillary Clinton, y su partido refrendaba un amplio dominio en ambas
cámaras del Poder Legislativo. Semejante vuelco en la cúpula del poder
político de la principal potencia del mundo es, desde luego,
preocupante, si se tienen en cuenta los propósitos vertidos por el
empresario neoyorquino durante su campaña, casi todos cargados de
amenazas, fobias, belicismo, intolerancia y autoritarismo, y no pocos de
los cuales han tenido como blanco a México y a los mexicanos.
Paradójicamente, este resultado, inesperado de acuerdo con la mayoría
de las encuestas, que coincidían en conceder márgenes mínimos de
ventaja a Clinton, expresa el tamaño del descontento social en Estados
Unidos, en la medida en que el sufragio para el republicano es una
expresión de rechazo al sistema político, a los partidos tradicionales y
a las instituciones.
Asimismo, el que a pesar de los masivos y significativos respaldos
recibidos, la demócrata no haya sido capaz de traducir en resultados
reales sus respaldos y sus ventajas en encuestas, es indicativo de la
impopularidad y la erosión de la credibilidad de su figura política, así
como de un desinterés ciudadano en la tarea –que era ciertamente
necesaria por razones de sentido común– de impedir la llegada de Trump a
la Casa Blanca.
En términos de ética social y de conciencia cívica, la victoria de
Trump es un dato devastador. El que una mentalidad tan rudimentaria,
agresiva y chovinista haya logrado atraer a casi la mitad de los
electores indica la persistencia de grandes bastiones de atraso político
que contrastan con la modernidad de que hace gala el vecino país del
norte.
Por desgracia, el triunfo del empresario racista, misógino,
inescrupuloso y belicoso podría llevar al mundo a enfrentar una
situación parecida a la que padeció cuando la administración de Bill
Clinton fue sucedida por la de George W. Bush: un hito que marcó un
generalizado retroceso en la legalidad internacional, los derechos
humanos, la paz y la transparencia.
Un agravante adicional es que esas tendencias autoritarias,
regresivas y fóbicas podrían contagiarse a algunos de los socios
occidentales de Estados Unidos, como Francia, que está en vísperas de un
proceso electoral. De hecho, la dirigente del ultraderechista Frente
Nacional no esperó a que se consolidara la ventaja definitiva de Trump
sobre Clinton para enviar, vía Twitter, un mensaje de felicitación al
primero.
Otro efecto que puede sentirse desde ahora mismo es la inestabilidad
financiera que se ha desatado en las bolsas y que puede perdurar cuando
menos hasta el relevo presidencial en la Casa Blanca, previsto para
enero del año entrante. Ese interregno podría generar un quebranto
perdurable en diversas economías. En la nuestra, por lo pronto, en unas
horas el peso mexicano había experimentado una devaluación mayor a la
sufrida en el curso de todo este año.
Por último, está por verse el margen real de poder que el establishment
estadunidense concederá al virtual presidente electo. Debe recordarse, a
este efecto, que los intereses corporativos del país vecino conforman
poderes fácticos que aprecian, por encima de todo, la estabilidad.
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