By Nancy Flores / @Nancy_Contra
De
nosotros, como pueblo mexicano, se suele decir que carecemos de memoria
histórica –incluso de corto plazo–, pues una y otra vez los poderosos
cometen los mismos atropellos en nuestra contra –aunque cada vez más
atroces– sin que seamos capaces de prevenirlos, de impedirlos, de
reaccionar ante éstos cuando ya están ocurriendo y, mucho menos, de
luchar en forma cohesionada a favor de nuestros intereses colectivos.
Si
las encuestas publicadas recientemente sobre preferencias rumbo a las
elecciones presidenciales de 2018 fueran verídicas –y no manipuladas por
el poder corruptor de los políticos en contienda–, y Margarita Zavala
Gómez del Campo fuera la favorita, entonces se confirmaría eso de que
carecemos de memoria histórica.
Desde Los Pinos, Zavala apoyó
incondicionalmente al gobierno corrupto de su marido Felipe Calderón. Es
cierto que ella, formalmente, no tomó ninguna decisión en ese sexenio,
pero acompañó todas las acciones y omisiones de ese gobierno. Ahora
hasta se regodea de ellas.
Incluso su familia se benefició del
poder: hay que recordar que su prima Marcia Matilde Gómez del Campo
Tonella, socia de la guardería ABC –en Sonora–, fue encontrada no
responsable del incendio que provocó la muerte de 49 bebés, el 5 de
junio de 2009, pese a que otros socios sí fueron condenados por esos
hechos.
Además, su riqueza familiar, herencia para sus hijos, la
amasó al amparo de la Presidencia de la República y, antes, de la
Secretaría de Energía. Parte de esa fortuna es la propiedad que posee
junto con su esposo en el exclusivo complejo Campeche Country Club,
desarrollado por la familia Mouriño. Aunque ahora le pese admitirlo.
Margarita Zavala se acompaña de su “experiencia” como primera dama
para mostrarse como la precandidata más apta para su partido. Durante
su campaña proselitista, ha asegurado: “Estoy segura que alcanzaré la
candidatura de Acción Nacional; estoy segura, convencida de que la
Presidencia es por supuesto un lugar donde la vida me preparó para ese
momento, conozco a nuestro país, conozco sus familias, su manera de
actuar, sus tradiciones, el espíritu con que trabaja todos los días, su
sentido de trascendencia, estoy convencida de que seré presidenta [sic]” (Rosa Santana, Apro, 21 de noviembre de 2016).
Esa
vida que supuestamente preparó a Margarita Zavala incluye uno de los
peores y más dolorosos momentos del México actual: la reedición de la
llamada Guerra Sucia, a la n potencia.
Oficialmente se le
nombró “guerra contra el narcotráfico”, pero en realidad es una de las
peores tragedias humanitarias contra el pueblo de México, de la que la
panista es cómplice. Como lo he demostrado en mis investigaciones, la
“guerra” no golpeó en ningún sentido al crimen organizado, si bien
algunos delincuentes están en la cárcel.
Y es que en 10 años de vigencia, las autoridades omitieron –y lo siguen haciendo– desmantelar las redes de lavado de dinero, motor de la delincuencia: en este sexenio, los cárteles han lavado
unos 2 billones de pesos; en el sistema financiero, la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público ha detectado más de 155 mil millones sucios, pero la Procuraduría General de la República apenas ha decomisado 1.3 mil millones.
En
el sexenio calderonista se consolidaron nueve organizaciones criminales
y bajo su mando surgieron 80 grupos y células dedicadas no sólo a
trasegar drogas, sino a secuestrar, cobrar piso, extorsionar, traficar personas, animales, maderas, y hasta masacrar migrantes.
Para
ellos, esa época –la de la “guerra” de Calderón– fue sin duda la mejor:
los cárteles desplazaron a poderosas organizaciones, como las mafias
colombiana e italiana y se convirtieron en los proveedores de los
narcóticos en el mundo.
Mientras tanto, el pueblo, nuestro pueblo,
pagó con muertos: más de 100 mil civiles fueron asesinados en el
contexto de la violencia que desató el presidente panista. Violencia que
lamentablemente aún no cesa: en el actual sexenio van más de 60 mil
civiles asesinados.
La guerra no es lo único que Margarita
aprendió: también está la corrupción. Como se recordará, en el segundo
sexenio panista se dispararon los índices de este flagelo y de su
percepción. Como nunca, Petróleos Mexicanos –que desde siempre ha sido
víctima de intereses ilegales– fue saqueada para beneficiar a los amigos
de los Calderón Zavala: la familia Mouriño y los contratos con Ivancar
eran sólo la punta del iceberg de la corrupción.
La lista
de beneficiarios incluyó al ahora caído en desgracia Amado Yáñez Osuna,
dueño de Oceanografía, quien sin tener una flota verdadera se convirtió
en uno de los principales arrendadores de embarcaciones. También los
socios del consorcio Blue Marine, encabezados por Juan Antonio Marcos
Issa, exasesor de dos directores de la petrolera. Y la ahora quebrada
empresa de remediación Saint Martin, por citar algunas.
Pero todo eso parece fuera del radar
de la precandidata, cuyo cinismo es igual al del resto de los
poderosos. Muestra de ello es el paseo que dio el pasado 21 de
noviembre, junto a su familia, en un yate del empresario Carlos Mouriño
Atanés, padre del fallecido Juan Camilo Mouriño.
A éste no sólo la une la amistad, sino también los negocios. Como lo reveló Contralínea
en 2012, su marido Calderón sería uno de los inversionistas del
Campeche Country Club, desarrollo inmobiliario-turístico propiedad de la
familia Mouriño.
Fuentes allegadas al proyecto aseguraron en
aquel momento que “el mandatario es dueño de cuatro áreas exclusivas,
donde se ubicaría una casa de descanso equipada especialmente para los
Calderón Zavala. El complejo se localiza a 14 kilómetros del centro
histórico de Campeche y ha sido señalado por la presunta violación de
normas ambientales. Una playa ‘privada’, entre sus características”.
Ese
mismo desarrollo es actualmente investigado por la PGR por estar
relacionado al exgobernador Javier Duarte, quien habría usado una
empresa para adquirir los terrenos ejidales donde se edificó parte del
conjunto inmobiliario.
La prensa no dejó pasar el dato: consultó a
Margarita sobre esta situación (Apro, 21 de noviembre de 2016). Ella,
además de enojarse, amenazó con lo que cree una real posibilidad: será
la próxima habitante de Los Pinos. Eso, si a los mexicanos se nos borra
la memoria.
Nancy Flores
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