Me enfrento a lo que cualquier otra mujer: ser minusvalorada y vilipendiada
La periodista Mónica G. Prieto, con más de 20 años de experiencia
como corresponsal de guerra, acaba de publicar con Maruja Torres
“Contarlo para no olvidar”, una conversación entre ambas sobre sus vidas
reporteando.
Mónica G. Prieto es la corresponsal de guerra española en activo con
mayor trayectoria y reconocimiento. Ha cubierto una decena de conflictos
en los últimos 20 años: desde Chechenia y los Balcanes hasta los más
conocidos de Oriente Próximo –ocupación palestina, Irak y Siria–.
Conocida por la precisión y exquisitez de la escritura de sus crónicas,
acaba de publicar con Maruja Torres “Contarlo para no olvidar”, una
conversación entre ambas sobre sus vidas reporteando. Recientemente,
también ha publicado junto al reportero Javier Espinosa “La semilla del
odio”. De la invasión de Irak al surgimiento del ISIS, precuela del
también imprescindible “Siria, el país de las almas rotas”. Conversamos
con Prieto sobre periodismo, Oriente Próximo, las guerras siria e irakí,
entre otras cuestiones.
“La Historia no es, como quisieran hacer creer los manuales
escolares, una serie discontinua de fechas, tratados y batallas
espectaculares y deslumbrantes […] si soportar la Historia (no
resignarse ante ella: soportarla) es hacerla, entonces la desteñida
existencia de una anciana es la Historia misma, la materia de la que
está hecha la Historia…”.
Este extracto de la novela “La hierba”, de Claude Simon, define a la
perfección el trabajo de Mónica G. Prieto, una periodista que siempre ha
tenido claro que su oficio es el de documentar la historia en el
momento justo de su desarrollo, pero desde las personas que sostienen y
reproducen la vida, mientras sus mandatarios ordenan a las personas
pobres a matarse en nombre de sus intereses. Así, no es extraño que nos
encontremos un párrafo con semejante parecido en “La semilla del odio”:
La historia de Irak la estaban escribiendo personas como Nabija
Abderrasul, una anciana de 84 años que, incapaz de caminar, obligó a su
hijo Jalil Shaker a transportarla en brazos hasta el colegio electoral
(…) “He votado en nombre de mis hijos… Los sacrifiqué por Irak. Quiero
que el sol nos alumbre porque llevamos cuarenta años sumidos en la
penumbra”.
Son pocas las oportunidades que tenemos de escuchar a esta periodista
en seminarios y congresos porque lleva más de doce años viviendo fuera
de España, la primera década en Oriente Próximo –con base en Jerusalén y
después en Líbano– y desde hace dos en Asia, radicada ahora en China.
Hablamos con ella coincidiendo con su participación en el XXI Encuentro
Internacional de Foto y Periodismo ‘Ciudad de Gijón’.
- Patricia Simón (PS): Recientemente se ha publicado una
investigación académica que evidencia que gran parte de la información
que se publica en España sobre Oriente Próximo está filtrada por una
visión islamófoba: la inmensa mayoría se elabora desde el prisma del
conflicto, del machismo, de la sumisión de las mujeres, de la violencia…
Sin conceder apenas espacio a informaciones positivas o de otras
facetas de la realidad. ¿Cuál es su opinión?
- Mónica G. Prieto (MGP): En primer lugar, desde las direcciones se
exige el enfoque islamófobo, seguramente por ignorancia y por el miedo
que explicamos en la cita con la que iniciamos el libro. [“Es un ciclo
tan antiguo como el tribalismo. Todo comienza con la ignorancia. La
ignorancia genera miedo. El miedo genera odio, y el odio genera
violencia. La violencia provoca más violencia hasta que la única ley
viene dictada por la voluntad del más fuerte”. David Mitchell, El atlas
de las nubes].
A menudo, el periodista tampoco tiene tiempo ni voluntad de
reconsiderar lo que está escribiendo: asume que los musulmanes son
terroristas y todos esos tópicos que están contribuyendo a establecer
ese ‘nosotros contra ellos’. Es una cuestión de poca cultura y formación
sobre las circunstancias de lo que está pasando y del islam, que es una
religión tan compleja como la cristiana y sobre la que no se puede
generalizar.
Se tiende a simplificar y banalizar, exactamente lo que hizo Bashar
Al Assad (presidente de Siria) al principio de la revolución siria. Toda
la población que se levantaba contra el régimen era tachada de
salafista, de apoyar a Al Qaeda. Este tipo de generalizaciones termina
minando el imaginario colectivo hasta el punto de que una gran parte de
la izquierda europea lo cree. Es la misma trampa que nos vendió Vladimir
Putin (presidente de Rusia) sobre los chechenos tras los atentados del
11S, que eran los mismos terroristas que atacaron a Estados Unidos. No,
son una minoría musulmana a la que tienen reprimida desde los años 40
con Stalin.
Terminamos comiéndonos este tipo de trampas cuando el periodista está
para cuestionar estos cepos dialécticos. Si utilizamos la misma
terminología que los líderes que intentan enfrentarnos, somos
corresponsables de la crisis de valores que estamos viviendo. Y cuidado
con el papel de los medios de comunicación en estos enfrentamientos,
porque ya vimos lo que pasó en Ruanda y en tantos otros sitios. Podemos
terminar matándonos en un momento dado.
“Mónica G. Prieto fue la primera periodista española que consiguió,
en 2011, burlar la prohibición del régimen sirio a la entrada de
periodistas extranjeros para informar de la incipiente revolución. Desde
el cerco de Baba Amr, el barrio de la ciudad de Homs en el que se alzó
la revuelta, envió crónicas a “Periodismo Humano” y “Cuarto Poder” que
documentaban los crímenes de guerra cometidos por el Gobierno”.
- PS: Recuerdo que en el reportaje “Nur, el alma de la revolución
siria” contaba cómo era esta joven la que lideraba las protestas y que
de los diez integrantes del comité de la revolución seis eran mujeres.
Datos e historias que no son habituales en la prensa española, en la que
las mujeres musulmanas suelen ser definidas desde la sumisión. ¿Cómo ha
evolucionado su situación en Oriente Próximo desde la invasión de Irak?
- MGP: Hay una corriente de retroceso que afecta a toda la sociedad.
No sólo a la musulmana, también a la nuestra, en valores y en todo. Es
cierto que las mujeres musulmanas eran mucho más libres en los años 50 y
60, pero no ha habido una regresión o pérdida de derechos en la última
década. De hecho, en los países más duros, como Arabia Saudí o Irán, han
avanzando en derechos, aunque sea mínimamente. El problema es que los
medios vendemos ese tópico de la represión de la mujer, de la imposición
del burka; el hiyab es voluntario y es tan respetable como que aquí
alguien se ponga el traje de faralaes. No hay que estigmatizar a un
colectivo por su ropa.
Lo que sí hay es una generación de mujeres formadas, valientes y
despojadas de los límites mentales que había antes gracias a internet y a
las redes sociales. Incluso en las peores dictaduras todo el mundo
maneja proxies para saltarse los controles. Son mujeres políglotas, que
han visto lo que hay más allá de sus territorios, que hablan con mujeres
de otros lugares del mundo, que saben que tienen la capacidad de
rebelarse y que luchan por ello. Sólo hay que ver que cuando llegas a la
estratosfera de los comités de las revoluciones árabes, lo que te
encuentras son mujeres, porque tienen más iniciativa y son más
valientes.
Y ése es uno de los misterios de los medios de comunicación: ¿por qué
no dan más pábulo a este tipo de historias, de las que además podemos
aprender tanto? Por ejemplo, en nuestra Europa de confort levantarse
requiere poco esfuerzo. Pero ellas saben que si se manifiestan no sólo
les van a disparar, sino que, si las llevan a prisión, las van a violar
antes de hacerlas desaparecer… Recuerdo una manifestación en Homs en la
que las mujeres estaban en la cabecera. Cuando les pregunté el por qué
me contestaron que a ellas tardaban más en dispararles. Sabían que les
iban a disparar. ¿Ésas son las mujeres oprimidas del islam? No, son
mujeres con dos ovarios que tienen asuntos pendientes con el islam que
abordarán cuando ellas quieran. Pero su problema ahora es con el
patriarcado y con las dictaduras patriarcales.
Acuérdese de la Revuelta verde de Irán de 2009 –que no siendo un país
árabe, está en la región que ha cubierto–, donde se dieron
manifestaciones masivas con amplia participación de mujeres jóvenes.
Precisamente en Irán, en 2005, entrevisté a responsables de las
campañas electorales de los candidatos Rajsanyani y Ahmadineyad, y ambas
eran mujeres. O la abogada y premio Nobel de la Paz, Shirin Ebadi, una
de mis referentes como pensadoras. Pero es que voy a Bangladesh y me
encuentro con un país más pobre y radical en lo religioso de lo que me
esperaba, pero donde su primera ministra es mujer y la jefa de la
oposición también. Es decir, hay que recuperar la gama de los grises
frente al blanco y negro.
“Identificar y exorcizar los propios prejuicios es otra de las señas
de identidad del trabajo de Prieto. Lo comprobamos también en uno de los
primeros reportajes que componen “La semilla del odio”, en el que
recoge su encuentro con un miliciano del partido chií libanés Hizbulá,
amputado por los bombardeos cuando se disponía a luchar contra los
ocupantes: “’No somos chiíes ni suníes, somos musulmanes contra los
ocupantes’”, me dijo orgulloso cuando le pregunté, presa de mis
prejuicios, por qué combatía en nombre de un régimen suní”.
- PS: En “La semilla del odio” menciona la actitud paternalista que,
en ocasiones, ha percibido por parte de ciertos compañeros. ¿Cómo ha
sido esa relación y cómo ha evolucionado?
- MGP: Ese machismo me lo encontraba, sobre todo, cuando volvía a la
redacción. Nuestro gremio es una representación de la sociedad, por lo
que según han ido llegando compañeros más jóvenes, me voy encontrando
con menos actitudes machistas. Lo que hay son cada vez más colegas
femeninas. En mi última cobertura, en Corea del Norte, me encontré con
que en el desfile de Kim Jong-Un, más del 65 por ciento éramos mujeres.
Somos mayoría en las facultades y en las redacciones, el problema es que
–salvo excepciones– quienes dirigen los medios son hombres. Y que en el
terreno hay pocas al frente de los equipos: muchas mujeres videocámaras
y fotoperiodistas, pero pocas Christiane Amanpour dirigiéndolos.
“Cuando regresaba de coberturas, enseguida me ponían a editar breves
para que se me bajasen los humos, si es que los había. Es un reflejo de
la sociedad patriarcal en la que vivimos”, confiesa Prieto en “Contarlo
para no olvidar”, una apasionante, locuaz, divertida y enjundiosa
conversación con la decana periodista y escritora Maruja Torres. En el
libro, editado por 5W, las reporteras –que además de oficio comparten
una profunda amistad– recorren sin pelos en la lengua sus respectivos
inicios profesionales, sus conflictos con los jefes, su concepción del
periodismo, su experiencia en Oriente Próximo, así como los obstáculos y
ventajas que les ha supuesto ser mujeres en contextos muy
masculinizados.
- PS: Maruja Torres y usted pertenecen a distintas generaciones, pero
comparten la convicción de que para hacer un verdadero periodismo “hay
que leer mucho para conocer los precedentes históricos, las
declaraciones de unos y otros, por dónde va el cotarro, y llegar allí y
mirar como si no supieras nada. Tener una mirada fresca y empezar a
comprender” para poder narrar lo que hay más allá de lo evidente con un
estilo propio, como explica en el libro. Pero, en la actualidad, lo que
abunda en los medios masivos es opinión disfrazada de análisis, mucho
más barata que el reporterismo, que en lugar de reafirmarnos en nuestros
prejuicios y certezas –como hace la primera–, nos enfrenta a nuestros
fantasmas. ¿Qué tipo de sociedades genera el consumo masivo de lo que
Torres denomina “columnas onanistas”?
- MGP: Rosa María Calaf, otro referente del periodismo responsable y
trabajo bien hecho, suele decir que “un organismo que se alimenta de
comida basura termina enfermando, y una sociedad que se alimenta de
información basura termina enfermando”. Creo que los Trump, los
populismos, los ismos en general son en parte producto de una mala
praxis generalizada en los medios de comunicación, una irresponsabilidad
que se ha traducido en el hundimiento del prestigio de lo que fue un
oficio necesario para la sociedad, y que ahora genera desconfianza hacia
medios y periodistas. Entiendo que ya no resultemos creíbles como
colectivo, aunque no se puede dejar en manos de internet la información
porque se ha demostrado que cualquiera puede intoxicar y desinformar
desde la red, donde no hay filtros para publicar. La figura omnipresente
del todólogo -muy española, pero extrapolable a otros países-, la
promoción de las columnas y de los periodistas onanistas y el ruido que
generan las redes adormecen a la sociedad, la anestesian ante los retos.
Cuando nada merece ser creído, todo es puesto en duda: desde nuestra
obligación como seres humanos a dar auxilio a las personas refugiadas
hasta los crímenes que cometen los Estados. Si nada nos sorprende porque
ya no nos creemos nada, terminaremos viviendo en la ignorancia, lo que
nos expondrá a todos los abusos imaginables. La mala praxis periodística
está debilitando, en definitiva, a la sociedad.
- PS: ¿Qué aspectos de la imagen estereotipada del reportero y reportera de guerra le gustaría que se desterraran de una vez?
- MGP: Es un trabajo sucio, duro, en el que duermes poco, mal y
cuando puedes; en el que orinas y defecas cuando tienes oportunidad. Hay
que desterrar la imagen idealizada: es un trabajo apasionante porque
ves historia en el momento en el que se desarrolla, pero a un precio muy
duro. Te enfrentas con la muerte, lo que duele mucho y te va dejando
marcas que vas superando como puedes. También puede ser un trabajo
tedioso, de esperas interminables en una trinchera, de pasar tres
semanas de cobertura en las que no pasa nada. Y de perder dinero como
una loca porque necesitas un fixer, un chofer, a los que debes pagar
bien.
En la guerra todo es muy caro porque todo escasea: el combustible, la
comida. Y la precarización del periodismo no ha afectado sólo a que no
cuentes con respaldo económico porque se esté pagando la crónica a 35 o
50 euros (de 733 pesos a 1050 pesos mexicanos) sino que ya ni siquiera
cuentas con un interlocutor, una persona a la que le puedas contar lo
que has visto y que te haga preguntas que mejoren el resultado de tu
trabajo. Todo esto se ha perdido porque o no hay jefe al que le
interese, o eres freelance y, por tanto, no no lo tienes.
“Uno de los grandes valores del reporterismo y de la vida es la
humildad. No creerte tú la noticia”, sostiene Prieto en Contarlo para no
olvidar. De hecho, en sus crónicas y libros apenas aparece la primera
persona del singular, un rasgo identitario de su escritura. Precisamente
por eso, es destacable las dos veces que rompe con esta convicción en
las páginas de los dos libros sobre las guerra siria e iraquí que ha
escrito con Espinosa.
En “La semilla del odio”, cuando Prieto relata el ataque al hotel
Palestina y las consecuentes muertes de los cámaras de televisión José
Couso y Taras Protsyuk. Aquella noche los periodistas organizaron una
vigilia con cirios en el jardín del alojamiento.
“Varios iraquíes se aproximaron para recriminarnos que no hubiéramos
encendido velas por los incontables muertos que se había cobrado la
invasión. Me enjuagué las lágrimas y agaché la cabeza avergonzada por
aquel hecho incontestable. Fue una de las lecciones más duras que
aprendí en esa guerra. El fantasma de la doble moral me acompaña desde
entonces, ensombreciendo cada cobertura de zona de conflicto donde el
percance profesional de un periodista extranjero copa páginas y portadas
mientras la muerte de civiles no encuentra espacio entre los breves”,
leemos. La segunda ocasión es en el epílogo de Siria, el país de las
almas rotas, en un brutal ejercicio de sinceridad con el que los
reporteros cerraban su etapa en Oriente Próximo: “El secuestro nos había
convertido en una parte más del conflicto, despojándonos de la
distancia del observador. Ya no éramos neutrales ni nuestros amigos
sirios o iraquíes nos percibían como tales”.
- PS: Escribir en el terreno, con la premura de enviar las crónicas
antes de la hora de cierre y sorteando todos los obstáculos propios de
un conflicto, tiene que dejar muchas historias, matices y narrativas en
el tintero. ¿Cómo ha sido la experiencia de releerse para escribir estos
dos libros?
- MGP: Extraño. Pedimos a “El Mundo” todo el material publicado en
esos 12 años de coberturas en Irak, releímos las libretas -en mi caso,
40; en el de Javier, 60–, y revisamos todas las fotografías que habíamos
tomado. Tengo una memoria muy visual y al ver las escenas recordaba
todo lo que me rodeaba. Lo más bonito fue acordarme de cosas que había
olvidado. Tengo mala memoria, o quizás tal acumulación de vivencias que
la memoria debe desechar algunas para hacer hueco. Un día, por ejemplo,
me encontré en una de las libretas con una entrevista que no recordaba
haber hecho. Llamé a Yaroub, nuestro fixer, y me dijo “claro, ¿no te
acuerdas?”.
Era al guardaespaldas de Sadam Hussein y en ella reconstruía los
últimos días del dictador. Aquella entrevista –que no había publicado en
su momento– cobraba sentido años después. Los libros me han permitido
unir hilos y tener una visión mucho más completa de Oriente Próximo.
Yo hacía muchas entrevistas para comprender, no para publicarlas.
Si un día no tenía nada que hacer, me iba a entrevistar a un
historiador para que me contase la historia reciente de Irak. O
casualidades maravillosas de la vida que van surgiendo. Uno de mis
traductores durante la invasión, Abdel, un tipo íntegro y sólido, me
llevó un día a comer a su casa para que conociese a su mujer.
Estando en el salón vi que donde antes estaba el retrato obligatorio
en cada hogar de Sadam, cuya marca había quedado en la pared, había otro
más pequeño de alguien que me resultaba muy familiar. Era su tío, Abdul
Karim Qassem, que había sido primer ministro de Irak y ejecutado por el
Baaz, el partido único del régimen. También mataron a toda su familia
salvo a Abdel, porque en aquel momento tenía dos años. Pero el régimen
le había machacado toda la vida por su apellido. Abdel había guardado el
retrato de su tío todo ese tiempo y el mismo día que cayó Bagdad, lo
colocó. Doy gracias a la vida por haberme puesto a tantas personas en el
camino que me han permitido entender.
- PS: Estamos hablando de una época, la de la invasión de Irak y la
posterior guerra civil, en la que Espinosa y usted se relevaban por
estancias de hasta tres meses en el país.
- MGP: Sí, hemos pasado de coberturas de tres meses a de uno o dos
días, de contar con dos semanas para hacer una buena entrevista, a tener
que hacerla en una hora en texto, vídeo y fotos. Y así no tienes tiempo
para hablar con la gente, empatizar, encontrar las historias. Se nos
pide que estemos alimentando Twitter, Facebook, y al final decimos
banalidades, simplificamos el mensaje. El tiempo que deberíamos destinar
a entender, lo dedicamos a llenar espacios con palabras vacías.
Por eso sostengo que el periodismo internacional se va a convertir en
un hobby caro de personas que tendrán otro trabajo y harán dos buenas
historias por su cuenta al año. Una idea que desarrollé hace un tiempo y
por la que me gané un enfado considerable de algunos colegas. Lo que
estoy proponiendo es una salida laboral porque esto no va a mejorar. La
única solución es sacarnos esta presión de encima de que tenemos que ser
brillantes y seguir perdiendo dinero, porque no hay manera de vivir de
esto.
- PS: En sus últimos reportajes, elaborados en un viaje a Corea del
Norte con Javier Espinosa, hizo vídeo y fotografía. ¿Qué ha descubierto
con esta experiencia?
- MGP: Constaté que no sé hacer vídeo y que es incompatible con
cualquier otro formato. No puedo estar pensando en registro visual y
periodista a la vez. Como siempre he tomado fotografías, terminé
decidiendo que compartimentaría mi tiempo: las dos primeras horas para
fotos y las otras para el texto, o al revés, pero no intercalo porque si
no no estoy volcada en ninguno de los dos registros al cien por cien. Y
el vídeo excluye todo lo demás. Con Corea me di cuenta de que había
vuelto sabiendo una décima parte de lo que suelo aprender en un viaje.
Es como pedir a un fontanero que alicate un techo. Pues no.
- PS: Al inicio de su carrera trabajó para grandes medios como
freelance, después como redactora de El Mundo y, sin embargo, no dudó en
sumarse desde sus inicios a proyectos como Periodismo Humano y Cuarto
Poder. ¿Por qué?
- MGP: Porque es el futuro, porque los medios convencionales están
abocados al fracaso. Y porque me siento corresponsable de lo que publica
mi medio, de que se pueda estar instando al fascismo, al totalitarismo
desde sus páginas y cómo eso pueda terminar afectando a cómo se juzga mi
trabajo bajo esa cabecera. Soy muy cauta en mis textos, tengo un enorme
sentido de la responsabilidad sobre lo que aportamos como periodistas a
la sociedad. Y considero que el futuro está en Internet. Prefiero
comprometerme con un medio que se adecue a mi visión del mundo y en el
que se respete mi trabajo y por eso no he dudado en meterme en proyectos
que son la vía natural de mis textos, porque se trata de difundirlos,
de cumplir con nuestra función social. Hace ya muchos años que esto ya
no es una vía para ganar dinero.
- PS: ¿Hay algo que no le haya preguntado pero de lo que le gustaría dejar constancia?
- MGP: Hay una historia a la que últimamente le doy muchas vueltas,
la pregunta que sale en cualquier conferencia: “¿Cómo es ser mujer y
trabajar en Oriente Próximo? ¿Cómo es ser mujer y…?”. Es una cuestión
que me revuelve porque nunca me he identificado con una mujer, sino con
una periodista, una especie de tercer género. Y así es como se me trata
en el terreno, como a un persona que ha ido adonde caen bombas desde su
zona de confort por ellos. Y te lo agradecen todos, árabes radicales,
salafistas, wahabistas como Abu Leila, uno de los protagonistas de
Siria, el país de las almas rotas, que arriesgó su vida por sacar de
Homs a la periodista francesa Edith Bouvier, herida por un bombardeo.
Me resulta complicado explicar que la situación de las mujeres en el
periodismo es extrapolable a la de toda la sociedad, que el problema no
es el islam o el evangelismo, sino el patriarcado que nos machaca a las
mujeres en cualquier escenario. Así que me enfrento a lo que cualquier
otra mujer: ser minusvalorada y vilipendiada por todo aquello que en los
tíos son virtudes. Esos hombres que creen que tienen que ser mejores
que cualquier tía y que ven en ti reflejada su mediocridad. Yo no he
sido reprimida en el mundo árabe por el islam, sino por unos cuantos
individuos, como los que me reprimen aquí en España. Me irrita la
pregunta porque la considero tópica y que transmite la imagen de que el
machismo es propio de Oriente Próximo cuando aquí también lo hay.
*Este artículo fue retomado del portal de Pikara Magazine.
Mónica G. Prieto. / Foto: Javier Bauluz
Por: Patricia Simón* Cimacnoticias | Bilbao, Esp .-
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