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Muchos
comentarios ha generado en círculos políticos, diplomáticos, académicos
y de parte del público en general, la decisión del gobierno mexicano de
declarar persona non grata al embajador de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) en México, Kim Hyong Gil, el pasado 7 de septiembre.
Las
autoridades nacionales señalaron igualmente, que el diplomático
norcoreano tenía, a partir de ese momento, 72 horas para abandonar el
país. En el comunicado de prensa número 341 que la Secretaría de
Relaciones Exteriores (SRE) publicó al respecto, se menciona que ésta
decisión fue tomada debido a que Corea del Norte “ha cometido flagrantes
violaciones al derecho internacional y a las resoluciones del Consejo
de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al
realizar ensayos nucleares y lanzar misiles con tecnología balística de
largo alcance.” Como se recordará, el pasado 3 de septiembre, el
gobierno de Pyongyang llevó a cabo una sexta detonación nuclear, más
poderosa que las que le antecedieron, por lo que la cancillería mexicana
establece que “la actividad nuclear de Corea del Norte es un grave
riesgo para la paz y la seguridad internacional, y representa una
amenaza creciente para las naciones de la región, incluyendo a aliados
fundamentales de México como son Japón y Corea del Sur.” Así, al
declarar persona non grata al embajador Kim Hyong Gil, “México
expresa al gobierno de Corea del Norte absoluto rechazo a su reciente
actividad nuclear, que significa una franca y creciente violación del
derecho internacional y representa una grave amenaza para la región
asiática y para el mundo.”
La decisión de México se produce también, luego de que el
Vicepresidente de EEUU, Mike Pence, de visita en Chile el pasado 16 de
agosto, pidiera a ese país, México, Brasil y Perú romper relaciones
diplomáticas con Corea del Norte para aumentar el aislamiento del
régimen de Kim Yong Un y poner fin a su programa nuclear.[1] Como
es sabido, Estados Unidos y Corea del Norte no tienen relaciones
diplomáticas. Los asuntos estadunidenses en el país asiático –incluyendo
asuntos consulares para ciudadanos estadunidenses- son llevados a cabo
por la misión diplomática de Suecia en Pyongyang. Por su parte, Corea
del Norte atiende la agenda con Estados Unidos a través de su misión en
Nueva York, ante Naciones Unidas.
Si bien la
decisión del gobierno mexicano no implica la ruptura de relaciones
diplomáticas, sí implica una degradación de las mismas. Normalmente
cuando un país expulsa a diplomáticos extranjeros, tiene lugar una
represalia de la nación afectada por dicha decisión. Como ejemplo se
pueden mencionar las diversas expulsiones de personal diplomático que
tanto Estados Unidos como la Unión Soviética desarrollaron a lo largo de
la guerra fría, sin llegar a la ruptura de las relaciones diplomáticas
formales. Incluso, de manera más reciente, a la luz del escándalo que
circunda a la administración estadunidense de Donald Trump por la
presunta intervención de Rusia en los comicios presidenciales celebrados
en el vecino país del norte en 2016 –y de cara a las sanciones que el
Capitolio decretara contra Moscú-, el Presidente ruso Vladímir Putin
expulsó a la friolera de 755 diplomáticos estadunidenses del país
eslavo, mismos que incluyen a trabajadores en consulados y en la
embajada estadunidense en Moscú. Se sabe que el gobierno de EEUU prepara
acciones para responder a la decisión rusa, en la que se considera la
peor crisis política en las relaciones entre ambas naciones en décadas
recientes. Con todo, ambos reconocen que la relación bilateral es
fundamental para la seguridad nacional de sus respectivos países, por lo
que buscan mecanismos para mantener un cierto nivel de diálogo a
propósito de la gestión de diversos temas de interés mutuo y de la
agenda internacional.
Pero regresando a la crisis
que actualmente enfrentan las relaciones entre México y Corea del Norte,
cabe destacar que no es la primera vez que las autoridades nacionales y
Pyongyang protagonizan fricciones diplomáticas como la descrita, o
incluso más graves. En 1971, el gobierno de Luis Echeverría Álvarez,
rompió relaciones diplomáticas con el país asiático, luego de que éste
entrenara a guerrilleros mexicanos del Movimiento de Acción
Revolucionaria (MAR) en el país asiático, en los años 60. Eran los
tiempos de una gran efervescencia política en todo el mundo y en América
Latina, el triunfo de la Revolución Cubana y la consigna del Che
Guevara de crear dos o tres Vietnam para lograr la emancipación de los
pueblos, caló hondo en diversos movimientos subversivos guerrilleros.
Así, tanto en América Latina como en otras partes del mundo, integrantes
de movimientos subversivos se acercaron a la Unión Soviética, Cuba y
otros países socialistas, en aras de tener su apoyo. En la URSS, la
Universidad de Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba, fue relevante en
este tenor, al proveer a jóvenes y líderes de guerrillas y movimientos
subversivos, el adoctrinamiento para desarrollar acciones
revolucionarias en sus países de origen. Cuba fue especialmente
importante para diversos movimientos latinoamericanos, a los que entrenó
y apoyó en esa dirección. Pero en el caso de México, los movimientos
subversivos se toparon con varios problemas para acceder al apoyo que
buscaban a favor de su causa en los países socialistas.
De
entrada, México y Cuba desarrollaron una importante relación política
tras la Revolución Cubana, al ser el primero, el único país
latinoamericano en no interrumpir sus relaciones diplomáticas con el
gobierno de Fidel Castro. Así, las autoridades de ambas naciones
llegaron a un acuerdo mutuamente benéfico: México mantendría las
relaciones diplomáticas con la mayor de las Antillas, siempre y cuando
La Habana se abstuviera de apoyar a militantes de grupos subversivos en
el territorio nacional. Cuba cumplió su palabra. No en pocas ocasiones,
jóvenes mexicanos que militaban en diversas guerrillas, pidieron a Fidel
Castro apoyo, cosa que no sólo éste les negó, sino que se sabe que a
muchos los arrestó y los entregó a las autoridades mexicanas. La URSS,
por su parte, tuvo una cierta conexión con dichos grupos, pero en aras
de evitar una crisis en sus relaciones diplomáticas con México, les
otorgó, aparentemente, un apoyo muy limitado, mismo que, de todos modos,
llevó a que Echeverría expulsara a una parte del personal diplomático
soviético de México en 1971.
La mayoría de los países socialistas se negaron a apoyar a movimientos
como el MAR por razones similares, salvo uno: Corea del Norte. Esta
nación dio a los militantes del MAR entrenamiento militar, táctico,
conocimientos sobre manejo de armas y municiones, estrategias de
supervivencia, etcétera. De hecho, se considera que de los casi 30
grupos guerrilleros que existían en México en aquellos años, el MAR era
el mejor entrenado en términos tácticos y operativos.[2] Cuando
llegaron a México, los militantes del MAR fueron arrestados por las
autoridades y enviados a Lecumberri, en tanto, como se comentaba
anteriormente, el gobierno de Echeverría rompió relaciones diplomáticas
con Corea del Norte, amén de que expulsó a diplomáticos soviéticos del
territorio nacional, por su presunta participación, aparentemente
indirecta, en el adoctrinamiento de los miembros del MAR .
Los
vínculos diplomáticos entre México y Corea del Norte se restablecieron
hasta 1980. En general, las relaciones han tenido un bajo perfil y se
limitan a la venta de petróleo mexicano en pequeñas cantidades –apenas
por 45 millones de dólares en la actualidad- y a la cooperación en
aspectos culturales. Evidentemente al ser Corea del Norte el único país
que a la fecha se ha retirado del Tratado de No-Proliferación de Armas
Nucleares, amén de llevar adelante su programa nuclear, esto no ha sido
bien visto por las autoridades nacionales, considerando sobre todo la
postura favorable a la desnuclearización y el desarme que
tradicionalmente ha mantenido México.
La Doctrina Estrada y las relaciones diplomáticas
En
diversos medios de comunicación y ciertos círculos académicos y
políticos, se insiste en que la decisión del gobierno de Enrique Peña
Nieto de expulsar al embajador norcoreano, contradice a la Doctrina
Estrada. Al respecto, es pertinente hacer algunas precisiones. La
Doctrina Estrada, como se le conoce popularmente, fue enunciada el 27 de
septiembre de 1930 por el entonces Secretario de Relaciones Exteriores
Genaro Estrada. Se fundamenta en la libre determinación de los pueblos
para decidir quiénes son sus autoridades, misma que no depende de que
otros gobiernos las reconozcan. Que otros países emitan opiniones o
juzguen la decisión de los pueblos respecto a sus formas de gobierno, es
considerado por Estrada como denigrante, puesto que constituye una
intervención inaceptable contra su soberanía.
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En palabras del celebrado canciller Estrada “México no se pronuncia en
el sentido de otorgar reconocimientos, porque considera que ésta es una
práctica denigrante que, sobre herir la soberanía de otras naciones,
coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores puedan ser
calificados en cualquier sentido por otros gobiernos, quienes, de hecho,
asumen una actitud de crítica al decidir, favorable o
desfavorablemente, sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros.”
Asimismo, “… el gobierno de México se limita a mantener o retirar,
cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, y a continuar
aceptando, cuando también lo considere procedente, a los similares
agentes diplomáticos que las naciones respectivas tengan acreditados en
México, sin calificar, ni precipitadamente ni a posteriori, el derecho
que tengan las naciones extranjeras.”[3]
Conforme
a lo expuesto, la Doctrina Estrada es un corolario al principio de no
intervención -sancionado en la política exterior mexicana y elevada a
rango constitucional-, en los asuntos internos de otros Estados,
esperando que éstos extiendan el mismo trato a México. Es un principio
que podría resumirse en la consigna “no hagas a otros lo que no quieras
que te hagan a ti.” Por supuesto que se puede argumentar que los
diversos gobiernos que ha tenido México, no han seguido al pie de la
letra la Doctrina Estrada. Hay situaciones, como la segunda guerra
mundial, en que el contexto político imperante obligó al país a
interrumpir sus relaciones con las naciones del eje. Asimismo, se tiene
el ejemplo ya referido a propósito de la ruptura de relaciones
diplomáticas con Corea del Norte en 1971, al igual que en otros cuatro
casos que vale la pena traer a colación y que se produjeron entre
finales de los años 50 y finales de los 70 del siglo pasado, todos ellos
con naciones latinoamericanas.
El primero emanó de una crisis con Guatemala cuando, en 1958, aviones
del país centroamericano atacaron a cinco barcos pesqueros mexicanos.
Guatemala argumentaba que los barcos pesqueros nacionales habían
incursionado en la frontera marítima de aquel país, razón por la que
ordenó a su fuerza aérea disparar y, en consecuencia, tres pescadores
murieron, en tanto otros 14 resultaron heridos. El gobierno mexicano
pidió una explicación por lo sucedido al Presidente guatemalteco Miguel
Ydígoras Fuentes, quien no atendió el llamado. Acto seguido, México
rompió las relaciones diplomáticas con su vecino sureño, mismas que se
restablecerían, tras la mediación de Brasil y Chile al año siguiente. En
el momento de la crisis, Fuentes prohibió la transmisión de música y
películas mexicanas en la radio y los cines guatemaltecos.[4]
La siguiente crisis diplomática aconteció con la República Dominicana
de Rafael Leónidas Trujillo. Éste, en 1960, organizó y financió un golpe
de Estado para derrocar al Presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt.
El mandatario venezolano resultó herido en el atentado y la Organización
de los Estados Americanos (OEA) al conocer el hecho, pidió a sus
miembros romper relaciones con Santo Domingo, cosa que México hizo. Las
relaciones diplomáticas se restablecerían en 1961, tras la muerte de
Trujillo.[5]
A continuación, México protagonizaría una decidida acción con motivo
del golpe de Estado perpetrado por Augusto Pincohet en Chile el 11 de
septiembre de 1973, mismo que provocó la muerte del Presidente Salvador
Allende. La embajada de México en Santiago recibió a cientos de chilenos
a los que otorgó salvoconductos para recibir asilo en el territorio
nacional. Incluso la viuda de Allende arribó a México y fue recibida por
el Presidente Echeverría. Para protestar por las acciones de Pinochet,
México rompió relaciones diplomáticas con el país sudamericano y no las
restablecería sino hasta el 24 de mayo de 1990, cuando terminó el
régimen golpista.[6]
El siguiente caso es el de la ruptura de las relaciones diplomáticas
con Nicaragua, que tuvo lugar en mayo de 1979 a efecto de apoyar a los
sandinistas en la deposición del régimen de Anastasio Somoza. Dos meses
después se restablecieron las relaciones diplomáticas al cumplirse este
objetivo.[7]
¿Qué logra México con la expulsión del embajador de Corea del Norte?
La
expulsión de un embajador, en términos diplomáticos, constituye una
sanción que denota el rechazo, de parte del expulsor, a las políticas o
acciones desarrolladas por el gobierno del expulsado. Puede ocurrir
también por intromisiones de un país, en los asuntos internos de otro.
Es una práctica común. La expulsión de un embajador, puede o no
desarrollarse de manera oficial, esto es, mediante los canales
diplomáticos formales o de manera informal – en este último caso, figura
la salida del embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual en
2011, tras los escándalos de Wikileaks en que se dieron a
conocer cables y despachos en que el embajador estadunidense manifestaba
a las autoridades de su país, serias dudas sobre la lucha contra el
narcotráfico y la personalidad misma del Presidente Calderón, quien,
ofendido por estas revelaciones –aunque también por otras
consideraciones-, pidió tanto a la entonces Secretaria de Estado,
Hillary Clinton como al Presidente Barack Obama, en sendas reuniones, la
remoción de Pascual.
Existe una enorme lista de
situaciones en que se ha expulsado a embajadores en diversos países del
mundo. En septiembre de 2008, los gobiernos de Evo Morales –Bolivia- y
Hugo Chávez –Venezuela- expulsaron de sus territorios a los embajadores
estadunidenses acreditados en los dos países. La administración de
George W. Bush, fue recíproca y expulsó a su vez a los dos embajadores
latinoamericanos acreditados ante su gobierno. Otro ejemplo es la
expulsión, en 2012, por parte de numerosos países europeos, de los
embajadores sirios tras la matanza perpetrada contra civiles en la
ciudad de Hula por parte del gobierno de Bashar al Assad. De manera más
reciente, a principios de agosto, Perú expulsó al embajador de
Venezuela, en medio de la condena que han externado diversos países
latinoamericanos al régimen de Nicolás Maduro.
La
pregunta obligada, analizando los casos referidos, en los que parece más
o menos claro lo que se pretende con este tipo de sanciones
diplomáticas por parte de quienes las emprenden, es qué consigue México
al expulsar al embajador norcoreano del territorio nacional. A toda
acción corresponde una reacción. Normalmente a la expulsión de un
embajador la sigue una represalia similar. En este caso, Corea del Norte
no puede expulsar a ningún embajador mexicano, dado que los asuntos
norcoreanos, al igual que los de Mongolia, son tareas concurrentes del
embajador Bruno Figueroa, quien representa al gobierno mexicano en Corea
del Sur. La interdependencia existente entre México y Corea del Norte
es mínima, por lo que no se resentirán las consecuencias de la acción
emprendida por las autoridades mexicanas, en terrenos como el comercial.
Con todo, es en el terreno político donde se encuentran algunas
hipótesis.
Es verdad que Corea del Norte, con su
programa nuclear y los ensayos nucleares efectuados al día de hoy,
amenazan a la paz y la seguridad internacionales. En este sentido, las
resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en las que se
convoca a la comunidad internacional a sancionar al régimen norcoreano,
explicarían, al menos parcialmente, la conducta del gobierno mexicano.
Se aspiraría, en principio, a aislar al gobierno de Kim Yong Un, para
forzarlo a modificar su programa nuclear. Sin embargo, Corea del Norte
es un país sumamente aislado respecto a la comunidad internacional. No
tiene relaciones diplomáticas ni con Estados Unidos ni tampoco Japón,
como tampoco con un buen número de los miembros de Naciones Unidas. No
parece entonces que la forma para hacer que reconsidere su conducta a
propósito del programa nuclear que desarrolla, sea vía sanciones
diplomáticas.
En este tenor, llaman la atención
varios aspectos en la coyuntura actual. En primer lugar, el momento
elegido por el gobierno mexicano es revelador. La expulsión del
embajador norcoreano es posterior, como se explicaba, al exhorto del
Vicepresidente estadunidense Pence, de que diversas naciones
latinoamericanas, rompan relaciones diplomáticas con Pyongyang. En
segundo lugar, el Presidente de México, recién regresaba a México,
procedente de una visita oficial a la República Popular China, lugar en
que se reunió con su homólogo, el Presidente chino, Xi Jinping, actor
clave en la crisis norcoreana -¿habrán tocado el tema en el diálogo que
sostuvieron? En tercer lugar, dada la tensa relación imperante entre
México y Estados Unidos con motivo de los dichos de Trump en torno al
muro fronterizo y la renegociación del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN), ¿se podría afirmar que la decisión del
gobierno mexicano constituye una deferencia a Washington para mejorar el
diálogo bilateral en esta crítica coyuntura? Y, finalmente, es difícil
no pensar en estos momentos en Venezuela, país al que el gobierno de
Donald Trump ha amenazado con emprender, inclusive, una acción militar,
tras los comicios de la Asamblea Nacional Constituyente, considerados
por diversas naciones, como fraudulentas. Dado que Perú ya rompió
relaciones diplomáticas con el gobierno de Nicolás Maduro, parecerían
estar creándose las condiciones para que otros países de la región,
México incluido, sigan la ruta peruana.
En medio
de estos avatares, subsiste la pregunta acerca de los logros de la
diplomacia mexicana al expulsar al embajador norcoreano. Las bases para
justificar semejante medida parecen endebles, a juzgar por la conducta
mostrada por la comunidad internacional, la cual es cierto que ha
sancionado a Corea del Norte, pero también hay varias naciones que
consideran que mantener las representaciones diplomáticas intactas –las
de Pyongyang en sus territorios y viceversa- posibilita un diálogo y
mantiene abierta la ventana de la vinculación constructiva, con la que,
piensan, podrían obtener mejores resultados. Al final del día, México se
ve muy solo en su decisión de sancionar a Corea del Norte a través de
la expulsión del embajador Kim Hyong Gil. ¿No habría sido preferible
concertar, al lado de otras naciones latinoamericanas, una acción,
debidamente estructurada, que pudiera tener un mayor impacto? No se
trata de poner en duda la vocación pacifista, antinuclear y pro desarme
de la diplomacia mexicana. Pero tal vez, la decisión tomada, no era la
forma más adecuada ni efectiva de coadyuvar a un mundo más seguro.
Notas
[1] Animal Político (16 de agosto de 2017), “Vicepresidente de EU pide a México, Brasil, Chile y Perú romper relaciones con Corea del Norte.”
[2] Verónica Oikión Solano y Marta Eugenia García Ugarte (editoras) (2006), Movimientos armados en México, siglo xx, 3 volúmenes, Zamora/México, EI Colegio de Michoacán/Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
[3] Jorge Palacios Treviño (s/f), La Doctrina Estrada, disponible en http://archivo.diplomaticosescritores.org/obras/DOCTRINAESTRADA.pdf
[4] Gustavo Iruegas (19 de noviembre de 2005), “Romper o no romper”, en La Jornada, disponible en http://www.jornada.unam.mx/2005/11/19/index.php?section=opinion&article=007a1pol
[5] Ibid.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
María
Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCorreo electrónico: mcrosas@unam.mx
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