Washington, D.C.—Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto se
han reunido, a solas y con sus respectivos gabinetes, cuando menos tres
veces. Entre apapaches y elogios mutuos, se comprometieron a colaborar
en un marco de respeto institucional. Pero detrás de la aparente
transición de terciopelo, el aún grupo gobernante está concretando
amarres con el gobierno de Donald Trump que, intencionadamente o no, van
a atarle las manos al presidente entrante.
En otros países los gobernantes salientes usan los periodos de
transición para reflexionar y defender su legado. En México, en
contraste, los peñistas exprimen el poco tiempo que les queda para poner
a AMLO contra la pared. Restringir su campo de maniobra y acrecentar su
vulnerabilidad frente Trump. A sabiendas de que su negro legado ya está
escrito y de que la historia seguramente no los absolverá, se aferran
en concretar pactos irreversibles sobre comercio, inmigración y
seguridad.
Es cierto que un representante del presidente electo participó como
observador en las conversaciones que produjeron un “entendimiento
comercial” sospechoso. El involucramiento de Jesús Seade hace suponer
que el equipo de AMLO está de acuerdo. Sin embargo, no está claro si
conocen a cabalidad los vericuetos del acuerdo o si tuvieron incidencia
en una negociación que, vale subrayar, no ha concluido pese al alboroto
de que había concluido. Tan prematuro fue echar las campanas al vuelo
que es probable que el texto definitivo no esté listo el día último del
mes como marca el calendario legislativo.
Luis Videgaray ha intensificado su ir y venir desde la elección
presidencial. Entre el 27 de julio y el 12 de septiembre, ha viajado a
Washington mínimamente seis veces. Se desconoce cuantas más en misión
secreta. Según versiones ha estado diez veces en la residencia privada
de Jared Kushner e Ivanka Trump desde que empezó su peregrinar en 2017.
Pasa más tiempo en Washington que en la Ciudad de México. No sólo eso.
De las reuniones que regularmente sostiene con la cúpula trumpista se
informa muy poco o nada.
Hay signos de que el equipo de AMLO desconoce las intrigas de
Videgaray. Tras llamar “positivo” el presunto fin de la negociación,
Marcelo Ebrard sólo se refirió a los aspectos en los que, según
manifestó, recogen las “principales preocupaciones” planteadas por López
Obrador sobre el sector energético, las condiciones laborales y
salariales, y el “mantenimiento” de los “espacios trilaterales” para la
solución de controversias, así como la certeza en el mediano plazo para
el propio tratado. (Sin Embargo, 08 27 2018). Ebrard parece no saber que
el acuerdo no tiene “espacios trilaterales”. México fraguó con los
trumpistas excluir a Canadá. No es un TLCAN actualizado sino un
tenebroso arreglo entre Trump y Peña.
Tampoco es cierto, como afirmó Ebrard, que se mantuvo el mecanismo de
resolución de disputas. De hecho, la eliminación del artículo 19 que
trata sobre controversias es uno de los grandes obstáculos que impide a
Canadá unirse al convenio entre sus dos socios comerciales. A diferencia
de México, Canadá rechaza subirse al ring con el bully del vecindario
sin armas que le permitan defenderse.
El futuro Canciller–quien se dice ha sido presentado a Kushner por
Videgaray en Washington (Ebrard no respondió mi petición de
confirmación)–tampoco se refirió al tema migratorio porque quizá ignore
que se está negociando paralelamente al comercial. México ha estado
considerando durante meses aceptar 20 millones de dólares en asistencia
estadounidense para deportar a 17,000 indocumentados de otros
continentes que México detiene en territorio nacional (The New York
Times 12/09/2018).
La SRE y Gobernación no desmintieron la versión del diario
neoyorquino, aunque aclararon que se “continúa evaluando dicha
propuesta” (Comunicado conjunto, 13/09/2018). La disposición a cumplir
el papel de “filtro migratorio” se da pese a que Ebrard presuntamente le
comunicó a Videgaray que no aceptará ningún dinero del gobierno de
Trump para sufragar los gastos de la deportación de inmigrantes
indocumentados (Proceso, 13/09/2018).
El híper afán por concluir aunque sea a medias la negociación se debe
al interés de Trump de firmarlo antes de que inicie el nuevo gobierno.
El problema es que la ventana de oportunidad se reduce a 24 horas. De
acuerdo con la agenda legislativa estadounidense, nada puede rubricarse
antes del 30 de noviembre. Trump está ansioso de hacer alarde de su
firma bajo la mirada de un reducido Peña al que sólo le quedaría una
bocanada de oxigeno político. Teatro del absurdo.
Hay otra complicación: el lugar. Un desaseado encuentro entre Trump y
Peña en las últimas hora del sexenio es poco realista. Trump planea
asistir a la cumbre del G20 del 30 de noviembre al 1 de diciembre en
Buenos Aires. Hay versiones que podrían firmarlo en la capital
argentina. Pero es muy probable que Peña no vaya. En todo caso, sería un
despropósito y un insulto a los anfitriones.
El interés nacional estará mejor servido si se pospone
indefinidamente la rúbrica del tratado hasta que la letra de lo
negociado directa y paralelamente sea evaluada por el próximo gobierno.
Estamos ante un instrumento de largo alcance y gran calado que afectará,
para bien o mal, a generaciones futuras de mexicanos. México toma
precedente sobre el temor de mandar a volar los caprichos de Trump.
López Obrador tiene la palabra.
Twitter: @DoliaEstevez
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