9/23/2018

Viva y palpitante, la memoria del movimiento, afirma La Nacha

El 68 a medio siglo



Mientras tengamos claro lo ocurrido, aquello no se repetirá, señala una de las pajaritas enjauladas


▲ Movilización, en agosto de 1968, por la liberación de detenidos, con gran presencia femenina frente al Monumento a la Madre en el entonces Distrito Federal.Foto Manuel Gutiérrez Paredes. Archivo Histórico de la UNAM


▲ Ana Ignacia Rodríguez, La Nacha, en Ciudad Universitaria, el 5 de septiembre pasado.

De los presos políticos de 1968 se ha hablado mucho. De las presas políticas, menos. Fueron cuatro: Roberta, Tita, Avendaño, una de las 20 mujeres delegadas en el Consejo Nacional de Huelga en un colectivo de 200 varones; la abogada de obreros Adela Salazar de Castillejos; Amada Velasco, y Ana Ignacia Rodríguez, La Nacha. Todas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Hubo más detenidas, quizá medio centenar, pero sólo estas cuatro fueron acusadas de 16 delitos y sentenciadas a 12 años de cárcel. Fueron amnistiadas, como todos los demás, dos años después.

Pajaritas enjauladas, las llamó Elena Poniatowska en la dedicatoria de su libro Hasta no verte, Jesús mío, que les llevó de regalo a Santa Martha Acatitla, la cárcel de ­mujeres.

De las cuatro, sólo sobrevive La Nacha, quien considera que 50 años después del movimiento estudiantil y la masacre de Tlatelolco, la historia está lejos de cerrar un ciclo. Por el contrario, la memoria de lo sucedido hace medio siglo está viva y palpitante, y mantenerla así es la única posibilidad de que esos hechos no se repitan.

Desde el mirador que le dan sus 76 años y la experiencia vivida, sostiene que el México de hoy sí es muy distinto al de hace 50 años, pero en una cosa sí se parece: el hartazgo. Algo tenía que cambiar ahora o esto iba a reventar. Eso explica el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Si se hubieran atrevido a detenerlo, quién sabe qué habría pasado.

Ya no están las otras tres compañeras con quienes compartió la vida tras las rejas en Santa Martha Acatitla. Para este ciclo de actos conmemorativos ella ha asumido tomar la palabra por ellas y por las mujeres que hicieron posible el movimiento estudiantil de esa época.

A diferencia de La Tita, toda una leyenda en las asambleas univer­sitarias, activista fogueada, Nacha siempre fue de base. Lo mío eran las brigadas y sigue siendo. Yo jalo con los chavos. En derecho fui ­coordinadora de las brigadas. Las estudiantes participábamos a la par. Nada de quedarnos en la facultad haciendo café o volantes. Salíamos a la calle a volantear o a botear, en las fábricas, los mercados, los ­camiones, los pueblos. Caminábamos en la vanguardia de las marchas. Y vivíamos acampados, muchachas y muchachos juntos, en el auditorio Jus Semper.

De Taxco a la UNAM

En la vida personal de estas jóvenes mujeres ocurría también una revolución: “Llegar a la UNAM fue un choque de dos mundos. Venía de Taxco, de una familia muy con­servadora, católica, de plateros, donde era ley llegar al matrimonio virgen y de blanco. Entro a la facultad en plena explosión de la rebelión juvenil donde mis compañeros me decían: ‘la virginidad es dañina, quítatela lo más pronto posible’. Al mismo tiempo, era una facultad llena de maestros misóginos”.

–Dices que el 68 es memoria viva.

–Sí, y el Comité 68 ha hecho un gran esfuerzo para mantenerla. Lo que estamos tratando de transmitir a las nuevas generaciones es que mientras recordemos, mientras tengamos claro y presente lo sucedido, aquello no se va a repetir. Por eso la memoria no puede apagarse. Aquí hay muchas lecciones que aprender.

Yo repito siempre: no hay que limitar nuestra visión del 68 al 2 de octubre, a la matanza y las víctimas. Antes hubo seis meses donde ocurrieron cosas importantes, un movimiento en lucha en el que aprendimos un montón, donde como mujeres jóvenes nos crecimos en la militancia y en la lucha. Ahí sí, era la primera vez en el país donde la participación de las mujeres se daba con esa gran presencia. Si no fuera por esa memoria viva sería una decrépita mujer encerrada en su casa. Y no es así. Mis compañeras y yo no nos hemos detenido, no hemos dejado de luchar.

–¿Y los dos años de cárcel para las cuatro presas políticas?

–Tengo que agradecer que fui becada por dos años en el Acatitla College. Adelita Salazar, quien no estaba en el movimiento, sino que era abogada de sindicatos combativos, al igual que su esposo, Armando Castillejos, decidió que en la cárcel íbamos a terminar nuestras carreras. Y nos puso a estudiar. Tita no quiso, se dedicó a la organización de las presas comunes. Yo sí me dediqué a aprender. De la cárcel salí sin deber materias de la licenciatura, cheguevarista, con una formación política y además decidida a no recibirme como abogada por entender que el derecho sólo sirve a los opresores.

Aunque la vida dentro del penal es algo que no le deseo a nadie. Vivía con el miedo de terminar aquí, cortada de la cara, por el acoso de una banda de marimachas.

Un viejo radio, recuerdo del rector Barros Sierra

De la cárcel tengo recuerdos importantes, como las cartas que nos enviaban los presos políticos, sobre todo José Revueltas. El apoyo muy real que siempre nos brindó Javier Barros Sierra, el rector. Todavía conservo un viejo radio de transistores que nos regaló.

–¿Y la vida después de la cárcel?

–Ser ex presa política tampoco fue fácil. Cargas con el estigma de ser una rojilla y te ponen obstáculos de todo tipo: para rentarte un departamento, para conseguir trabajo. A Tita y a mí nos corrieron de un edificio, donde ambas rentábamos con nuestros respectivos hijos, cuando el dueño supo que éramos las presas del 68.

Las presas políticas salieron de la cárcel entre diciembre de 1970 y enero de 1971. Al poco tiempo ocurrió la matanza del Jueves de Corpus. No pasaron mucho tiempo en libertad cuando por solidaridad ambas empezaron a acudir a Lecumberri a visitar a los presos políticos de las guerrillas. Y ambas hicieron pareja con dos de ellos. El amor, ya sabes. Estuve casada nueve años con ese hombre. Es el padre de mi hija menor, Habana.

–¿Qué sucede en ese tiempo del autoritarismo en toda su expresión? ¿Hay un retroceso?

–Nos paralizaron. Pero no fue un retroceso. Eso sería si ya no hubiéramos hablado, si no participáramos públicamente, que abandonáramos las causas por las que seguimos luchando. Yo nunca me separé del todo del movimiento cuando salí de la cárcel, aunque participaba menos, porque tenía que trabajar, mantener a mis hijas.

“A partir del 40 aniversario el tema de la memoria y la organización en torno al 68 tomó una gran fuerza. Se desató una necesidad de conocer más, de analizar, de hablar, de aclarar. Hace 10 años me pregunté si ese interés de sacar lecciones del pasado para cambiar el presente iba a seguir en ascenso. Y eso es lo que estamos viendo. Han sido años de mucho crecimiento, como si la semillita del 68 hubiera germinado.

“Lo veo en la Facultad de Derecho, históricamente muy priísta. Ahora hay una corriente de estudiantes nueva, consciente de que con la ley no basta, que hace falta organización; consciente de que hoy todavía hay represión y presos políticos, aunque diferente a la del pasado, más a la sorda.

“Gracias al activismo de estos jóvenes, ahora, por el 50 aniversario, la facultad se abre por primera vez para un homenaje a las presas políticas del 68. Antes siempre nos negaron reconocimiento. Incluso, cuando Tita murió, el entonces director prohibió que se llevaran al recinto sus cenizas. Hoy vamos a estar en el Jus Semper, donde se nos vetó por medio siglo.”

Foto José Carlo González
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
Sábado 22 de septiembre de 2018, p. 7

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