12/10/2018

Aporofobia


Lorenzo Meyer
Tras el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), más de un comentarista ha advertido sobre la polarización política en la sociedad mexicana. Desde los miradores conservadores se augura que más pronto que tarde el país pagará el haber votado por un “populista” que rechaza la racionalidad del neoliberalismo.
Según una encuesta de Alejandro Moreno, quienes hoy ven con una mezcla de temor e ira a AMLO y sus propuestas, son minoría, pues el 83% de una muestra representativa de la población se declara optimista de cara al futuro colectivo y apenas un 15%, pesimista (El Financiero, 03/12/18).
Detrás del pesimismo y del temor a lo que puede significar el nuevo gobierno, quizá se encuentra algo más que un mero rechazo al proyecto lopezobradorista: se trata del temor histórico a “las clases peligrosas”, a la masa que está en la base de la pirámide social mexicana y a la que AMLO ha movilizado y pretende seguir haciéndolo.
En una decisión llena de sentido político y práctico, la Academia de la Lengua de España acaba de incorporar a su diccionario el término aporofobia. Se trata de un concepto formado con las voces griegas á-poros —sin recursos, pobre— y fobéo —espantarse. Aporofobia, por tanto, significa temor o aversión a los pobres. El término mismo lo acuñó una profesora de ética y filosofía política, Adela Cortina, en España, en 1995, (Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia, [Barcelona, Paidós, 2017]). Y es que, al tratar de comprender la naturaleza del rechazo actual a los migrantes en Europa, Cortina concluyó que en la raíz de la xenofobia y el racismo evidentes esta otro fenómeno: el rechazo y el miedo a los pobres.
En cierta medida —quizá en gran medida—, la irritación que despierta el lopezobradorismo entre sectores de clase media y alta no es tanto por el origen social de AMLO o su estilo personal de ejercer su liderazgo, tampoco sus propuestas económicas o sobre seguridad, sino por la base social que moviliza y en la que se apoya.
Es verdad que una encuesta de salida del 1° de julio muestra que, entre votantes de clase media, el porcentaje de apoyo a AMLO fue alto —65% según Francisco Abundis, (Milenio, 07/10/18). Sin embargo, en términos absolutos, los sectores populares son mayoritarios y en las movilizaciones convocadas por AMLO —desde los “éxodos por la democracia” de los 1990 hasta el lleno del Zócalo el pasado 1° de diciembre— quienes destacan son justamente la antítesis de las clases acomodadas.
La aporofobia política viene de lejos en nuestro país. En realidad, fue ese sentimiento el que marcó el movimiento de independencia. En la Nueva España, la rebelión encabezada por Miguel Hidalgo tuvo, desde el inicio, un carácter distinto al de las otras colonias españolas, y así lo registró Bolívar en su Carta de Jamaica (1815). Se trató de una furiosa rebelión de indios y mestizos —de pobres— contra las clases altas —la toma de la Alhóndiga en Guanajuato es ejemplo claro. Fue entonces que esos pobres se mostraron como la “clase peligrosa” y por eso el movimiento de Hidalgo fue rechazado por los criollos, que se solidarizaron con los españoles.
En la Reforma, el bando liberal no fue precisamente el campeón de los desposeídos, pero el proyecto conservador tenía la clara intención de prolongar la estructura colonial de una sociedad donde las clases subordinadas se mantuvieran en calidad de tales y no pretendieran alterar un “orden natural” donde la autoridad de las élites no debía ser cuestionada.
Con la Revolución Mexicana, una “rebelión de las masas” logró, por primera vez, desarticular, aunque sólo temporalmente, ese “orden natural” de la estructura de clases heredado de la colonia. Entonces, la aporofobia se desbocó. Para comprobarlo basta leer la prensa de la época y su caracterización de los zapatistas, a los que describió como auténticos salvajes que debían ser exterminados para salvar a México. Al villismo apenas si le fue mejor. En realidad, los ecos de los lamentos por la caída de Porfirio Díaz aún pueden escucharse en algunos rincones nostálgicos de ese orden y progreso.
La política de masas del cardenismo que acabó con una buena parte de los latifundios y de las haciendas en beneficio de los sin tierra y que apoyó a los sindicatos, a los republicanos españoles y a la educación socialista, reavivó la aporofobia. Sin embargo, a partir del gobierno de Miguel Alemán (1946-1952), con su anticomunismo abierto, su apoyo incondicional al capital, su contrarreforma agraria y la represión del sindicalismo independiente —ejemplo de la dureza de esa represión fue el caso de los mineros de Nueva Rosita, Coahuila, y su “caravana del hambre”—, la movilización desde abajo ya no preocupó a las clases medias ni a la nueva oligarquía urbana. Y a partir de entonces se empezó a consolidar en México algo parecido a una nueva sociedad de castas.
Con el derrumbe, por la vía electoral, del régimen priista y la consecuente toma de conciencia y movilización de una parte de las clases populares, la aporofobia del pasado está de regreso. Quizá por ahora no tenga mayores consecuencias que expresiones inocuas de ira, pero de persistir, bien pudiera llegar a ser la base de opciones políticas de derecha, del PAN cuando se recomponga. Ya lo fue en el pasado y bien podría volver a serlo.
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