El Zócalo no ha dejado lugar a dudas sobre la esperanza de los mexicanos
Con un lleno total en
el mayor escenario de México –el Zócalo- y en medio de una ceremonia
celebrada por las autoridades de los pueblos originarios para entregarle
el bastón de mando, López Obrador inició su sexenio bajo la promesa del
cambio total; la lucha contra la corrupción y la consolidación de las
instituciones mexicanas debilitadas durante décadas de gobiernos
venales, opacos e incompetentes. El mensaje va claro, tan claro como su
discurso de toma de posesión en donde lanzó las más fuertes andanadas
jamás escuchadas -en una ceremonia de tal importancia- contra las
políticas neoliberales y los crímenes y excesos cometidos durante el
mandato de su antecesor.
Mientras eso sucedía en México, levantando
una ola de esperanza para el resto del continente, en Buenos Aires
llegaba a su fin la cumbre del G20 con la resistencia de Estados Unidos a
firmar un acuerdo sobre el cambio climático y defendiendo su hegemonía
en el ámbito de los acuerdos comerciales. Los países más poderosos del
mundo tuvieron dos días para decidir cuál será el futuro del planeta
durante los próximos años, pero por supuesto ese es un futuro claramente
definido por intereses geopolíticos, industriales y comerciales entre
gigantes, con total desapego respecto de los intereses primordiales de
la mayoría de países en vías de desarrollo cuyas poblaciones enfrentan
hambre, guerras y pérdida acelerada de sus recursos.
En el otro
extremo del continente, el pronunciamiento inaugural de Andrés Manuel
López Obrador fue la antítesis del G20. Su rechazo al marco neoliberal
favorecido por su antecesor como parte de su programa de gobierno lanza
un mensaje poderoso a su vecino del norte señalando un primer golpe
importante de timón en las relaciones bilaterales. Asimismo, consciente
de la enorme dimensión de su compromiso y confiando en el respaldo
popular, el nuevo Presidente de México, uno de los países más poderosos e
influyentes de América Latina, toma distancia de los grupos de poder
que llevaron a su antecesor a la primera magistratura y prácticamente
los erradica del entorno oficial.
Mensaje recibido. Así debería
percibirse este nuevo episodio de la política latinoamericana, que trae
nuevos aires y promesas cuyo cumplimiento representaría un soplo de
aire fresco para el resto de países. En el caso de las naciones
centroamericanas, el impacto será directo no solo en cuanto al
tratamiento de la crisis migratoria y los tratados regionales, sino
también en cuanto a un nuevo marco ético para las relaciones entre
gobiernos. Muchos son los comentarios de escepticismo que rodean el
inicio de la nueva administración; sin embargo, aun cuando López Obrador
cumpliera una ínfima parte de lo prometido como nuevo jefe de Estado,
solo con eso el cambio podría ser tan rotundo y revolucionario como para
transformar la política regional.
“ No me dejen solo”,
repitió, con la certeza de que sin la participación ciudadana no existe
la menor perspectiva de éxito. “No nos puede fallar” es la respuesta
unánime del pueblo mexicano. Así, con este pronunciamiento poderoso y
cargado de energía, comienza una nueva etapa cuyos ecos podrían
repercutir en sus vecinos para despertar una poderosa ola de entusiasmo
ciudadano en las naciones centroamericanas más afectadas por la
corrupción de sus autoridades. En México, un país castigado por las
estructuras criminales incrustadas en el Estado –igual como sucede en
otros países cercanos- se encuentra quizá el renacer de los valores
democráticos que ya la historia actual había dado por irrecuperables.
Blog de la autora: www.carolinavasquezaraya.com
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