Carlos Bonfil
El mismo año en que Herzog selecciona, a lado de su editor habitual Marco Capalbo, las imágenes más líricas e impactantes del acerbo de los Krafft, la realizadora estadunidense Sara Dosa concluye y presenta algo similar en su documental Fuego de amor (Fire of Love, 2022), en el que pone énfasis mayor en los aspectos afectivos de la vida de la pareja, al tiempo que elabora la crónica puntual de sus andanzas científicas, tal como las refieren sus escritos. A Werner Herzog, por el contrario, le interesa sobre todo el magnetismo colosal y la belleza dantesca de las imágenes que los dos exploradores pudieron capturar arriesgando sus vidas. Es tanta la fascinación del director de Fitzcarraldo (1982) por el misticismo y delirio que sugiere esta aventura artística de los Krafft, que elige ser él mismo el narrador de la proeza.
En la cinta se despliega una variedad de alusiones, muy características de él, tanto a la mitología como a la metafísica, en especial al sugerir la manera en que un individuo es capaz de medir sus fuerzas con una naturaleza muy superior a él, y también con la muerte misma a la que continuamente vive desafiando. Hay algo de Prometeo por un lado, pero también el enigma de la vigorosa complicidad que dos amantes pueden desarrollar, manifestando primero un mismo apetito científico, compartiendo luego el deseo de plasmarlo en imágenes filmadas, y aceptando al final el reto de mantener su vida entera suspendida entre el entusiasmo y el peligro. Este tributo a la pasión por la aventura y los desafíos descomunales no es en Herzog algo nuevo. Se remonta a varias décadas atrás y se ha mantenido constante, lo mismo en el arte, la ciencia o el deporte. Basta al respecto evocar, entre sus múltiples relatos de heroismo individual, aquella pequeña joya documental de 1974, El gran éxtasis del escultor Steiner. A los 82 años, un Herzog siempre retador y fascinante.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional Xoco a las 14 y 18:45 horas.
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