De acuerdo con el muestreo de 5 mil tarjetas de identificación levantadas en 1939 y resguardadas en los archivos de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE), aproximadamente 8 mil 108 registros pertenecían a españolas asiladas en México y aunque existen investigaciones enfocadas en el exilio, poco se ha dicho de la vida de aquellas mujeres que tuvieron que rehacer su vida en nuestro país.
Motivadas por el término de la Guerra Civil y la dictadura de Francisco Franco en 1939, ciudadanas de diferentes regiones, estratos sociales, niveles culturales y militancias abandonaron sus hogares en búsqueda de nuevas oportunidades en México, dirigido en ese entonces por Lázaro Cárdenas.
Según los registros del JARE, la mayoría eran jóvenes, pues el rango de edad estaba entre los 25 a 40 años. Respecto a su ocupación, sólo el 75% de la muestra registró que el 51.3% eran amas de casa, 2% estudiaban y el 46.7% tenían una profesión en el sector industrial, textil, fabril, artesanal. Aunque también se encontraban maestras, intelectuales y profesionistas.
De acuerdo con el análisis ‘La vida en México de las exiliadas españolas’ de Enriqueta Tuñón Pablos, con ayuda del JARE y del Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE) costearon su traslado y sufragaron sus gastos una vez que llegaron al territorio mexicano.
Además, se les proporcionó alojamientos en hoteles o departamentos; comida; subsidios para emprender negocios, solventar colegiaturas o atender algún problema de salud; y crearon empresas para darles empleos.
En cuanto al gobierno mexicano, a pesar de aceptar y recibir a las y los refugiados, las autoridades migratorias impusieron una serie de condiciones a aquellas mujeres que migraron solas como tener algún familiar residiendo en el país que pudiera solventar sus gastos, ya que preponderaba el estigma de que “una mujer no podía mantenerse sola”.
Su vida en México, un nuevo inicio
Como describe Tuñón, a diferencia de sus parejas, quienes se tardaron en acostumbrarse al exilio, ellas fueron las primeras en llevar ingresos. Al arribar a México, pusieron en práctica sus conocimientos de costura y tejido para emprender pequeños talleres dentro de sus alojamientos, los cuales eran compartidos con otras familias de exiliados para poder pagar una renta.
Con el tiempo, compraron máquinas de coser y fabricaron prendas para niñas y niños. También se convirtieron en las administradoras de los gastos, por lo que decidieron en qué tipo de insumos invertir guiadas por la falta de dinero y la esperanza de regresar a España. Cuando se trataba de la comida, se dedicaron a elaborar platillos mediterráneos. Poco a poco se introdujo la cocina e ingredientes mexicanos que fueron bien recibidos más por las mujeres que por sus esposos.
En sus tiempos libres se acercaban a sus compatriotas en parques, mercados, organizaciones políticas y religiosas para hablar sobre sus historias, intercambiar recetas, tejidos y bordados, y pasar un buen rato. Más tarde, Xochimilco y Chapultepec se convirtieron en los lugares predilectos para visitar.
Durante el exilio, también viajaron mujeres profesionistas e intelectuales como escritoras, políticas, abogadas, doctoras, pinturas, maestras, fotógrafas, científicas, entre otras. Aunque al principio no obtuvieron reconocimiento en sus ámbitos de estudio, es innegable reconocer su contribución al desarrollo cultural de ambas naciones.
Finalmente, aquellas que decidieron continuar estudiando lo hicieron desde escuelas y colegios fundados por la misma comunidad exiliada. Esto permitió que las estudiantes concluyeran sus estudios.
La ayuda a España desde el exilio
Uno de los acuerdos que se pactó en el gobierno de Lázaro Cárdenas fue la nula participación de las y los exiliados en la política mexicana. Respetando las condiciones, los hombres trasladaron los partidos españoles para continuar sus actividades en México y delegaron a las mujeres tareas secundarias.
Impulsadas por la poca partición política que podían tener, decidieron crear la Unión de Mujeres Españolas Antifascistas en el Exilio y el grupo Mariana Pineda que en 1945 se convirtió en la Unión de Mujeres Españolas (UME), una organización que ayudó a las ciudadanas que sufrieron las consecuencias de la represión franquista.
En sus filas apilaron a republicanas, anarquistas, socialistas, comunistas, y mujeres de todas las tendencias que quisieran colaborar. Comenzaron con 500 integrantes que después se redujeron por conflictos entre partidos. Pese a estos problemas, la UME perduró hasta el final de la época franquista.
Como parte de las labores organizaban fiestas, rifas, recolecta de insumos y compraban medicinas y alimentos que fueron llevados al Café Villarías para que fueran enviados a España. Al expandir el número de ciudadanos a los que ayudaban, decidieron repartirse a las familias entre el número de integrantes de la UME e integraron las cartas como medio de contacto directo.
A partir de este medio se enteraban de cuáles eran sus necesidades materiales y conflictos emocionales de otras mujeres como el embarazo, el cuidado de la familia, las visitas conyugales en las cárceles, los problemas para educar a sus hijos y las constantes represiones.
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