Hay cambios sustanciales en el nuevo guion de Todd Phillips, Scott Silver y Bob Kane. La perturbadora ciudad gótica que Arthur Fleck y Guasón, su delirante doble personalidad, parecían haber tomado por asalto en medio de delirios colectivos de admiración y furia, cede ahora el lugar a un siniestro espacio carcelario en el que Arthur se desplaza de modo mecánico e inexpresivo, sujeto a todo tipo de humillaciones por parte de guardias y otros reos, a manera de recordatorio humillante y vengativo de sus viejas glorias como leyenda urbana, hoy hechas pedazos. Lo que en el primer Guasón había sido provocación antisocial y carga explosiva de rencor social, teñido todo de una ideología inclinada a un anarquismo de derecha extrema, se ha vuelto, en esta secuela descafeinada, una fantasía romántica en la que el villano va renun-ciando a la esencia de su personalidad tóxica y libertaria, a su viejo cinismo irreverente, para entregarse de lleno a la pasión amorosa que siente por la joven Lee Quinzel, pero que ella sólo puede corresponder en la medida en que Arthur permanezca fiel a su imagen mítica de antihéroe incendiario, símbolo dudoso de revueltas antisistema globales.
Otro cambio importante es la elección, un tanto arriesgada, de elaborar tributos reiterativos a la comedia musical hollywoodense en tanto vía de escape, catarsis liberadora a la que se libran por igual Arthur Fleck y Lee Quinzel. Desde niño el protagonista había crecido escuchando los números musicales que eran predilección de su madre. Todo en medio de un sórdido ambiente de maltratos. Ahora Arthur procura embellecer su renacimiento sentimental con canciones de Cole Porter o de Arthur Schwartz y Howard Dietz ( That’s entertainment!), entre otras, cantadas por el propio Joaquin Phoenix y Lady Gaga.
A los tumultos y revueltas callejeras que provocaba el Guasón en la
cinta anterior de Phillips y que entronizaban al antihéroe a una
condición de paria absoluto de muchas causas perdidas, sucede ahora una
atmósfera permanente de capitulación programada y la transformación (o
explotación) de ese drama personal en espectáculo, tal como lo exige la
vieja lógica hollywoo-dense según la cual el mundo es un escenario
(subtítulo en español de este filme), o de que, pese a todo, el show
debe continuar. La visión actual de Todd Phillips es posiblemente más
pesimista aún que en aquel fuego iconoclasta y fatuo que en su momento
significó Guasón (2019). Al mismo tiempo, también más patética.
Sigue habiendo una conexión (deliberada o no) con la espiral de derrota
que vive el Rupert Pumpkin (Robert de Niro) en la magistral El rey de la comedia
(1982) de Martin Scorsese. Sin embargo, en esta secuela Todd Phillips
pierde mucho del ímpetu y energía, y convicción contestataria, que se le
llegó a atribuir a su primera entrega. Algo similar a lo que muchos
espectadores detectarán también, y de modo elocuente, en el propio
Arthur Fleck y en Guasón, su alter ego.
Se exhibe en la Cineteca Nacional, Cine Tonalá y salas comerciales.
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