Amparo Mañes
Mucha gente -también algunas feministas- tiene hoy dudas sobre lo que debe considerarse «feminismo». No es casual. El patriarcado ha seguido una estrategia de apropiación indebida mediante la cual, instituciones tan arraigadas en este mundo androcéntrico como -por ejemplo- la prostitución, se ha pretendido resignificar como «libre elección» de las mujeres e, incluso, como «empoderante» para ellas, hasta el punto de que, defender el «trabajo sexual», se haya llegado a considerar «feminista». Y ello sin perder ni un ápice, o incluso incrementando, la inaceptable violencia sexual que implica para las mujeres prostituidas.
Esa estrategia resignificadora ha tenido un cierto éxito porque, como es bien sabido, en nuestro movimiento no se reparten carnets de feminista. Por eso, es fácil creer que avalando una cosa -o su contraria- se puede ser feminista. Pero que no se repartan carnets no significa que en el feminismo quepa todo, ni mucho menos. Porque el feminismo tiene agenda. Y, en base a ella podemos afirmar que,
Es feminista denunciar el velo o cualquier otra manifestación misógina que pretenda ampararse en la cultura o en la religión. Porque de ninguna manera la misoginia puede considerarse ni una cosa, ni la otra: Es barbarie machista. Es patriarcado.
Es feminista reivindicar Estados laicos que otorguen prioridad absoluta a los DDHH, civiles -y de cualquier otra índole- de las mujeres, en estricta igualdad con los de los varones; por encima de cualquier imposición religiosa. Porque todas las religiones, especialmente las monoteístas, son profundamente misóginas.
Es feminista denunciar el silencio cobarde o interesado sobre delitos cometidos contra mujeres, con la excusa de evitar reacciones racistas o xenófobas. Porque las feministas exigiremos siempre la persecución de los delitos debidos a la violencia masculina y el castigo a los culpables, sean cuales sean las circunstancias personales de estos.
Es feminista reclamar del Estado la necesaria e irrenunciable tarea de educación y sensibilización -destinada a todas las personas procedentes de otras culturas y religiones que desean vivir y trabajar en nuestro país- para que comprendan la imperativa necesidad de respetar nuestras leyes. Con especial incidencia en la importancia del respeto escrupuloso a uno de los valores fundamentales de nuestro ordenamiento jurídico: la igualdad entre hombres y mujeres. Porque las feministas no admitiremos retrocesos en igualdad, tampoco para nuestras hermanas que vienen de fuera.
Es feminista denunciar a los varones, propios o foráneos, que niegan nuestra opresión y la violencia que ejercen para mantenerla. Porque, a pesar de la ingente cantidad de opiniones negacionistas que el propio sistema se encarga de propagar, las feministas disponemos de datos y de estadísticas que demuestran, con hechos, que la violencia machista existe y que la igualdad está lejos de haberse conseguido.
Es feminista quien sabe y trabaja por un feminismo internacionalista. Porque todas las mujeres compartimos la misma y cruel opresión, con independencia de la diferencia de manifestaciones de la misma según tiempos y lugares.
Pero,
No es feminista criticar las creencias religiosas personales de nadie, ni mucho menos su cultura, salvo que en base a ellas se pretenda justificar la subordinación de las mujeres. Entonces a las feministas nos tendrán enfrente, porque eso supone ayudar a perpetuar estructuras de opresión vigentes en dichos ámbitos.
No es feminista criticar a las mujeres de otras culturas y religiones. Porque, como nos enseña Celia Amorós, «El feminismo no cuestiona las decisiones individuales de las mujeres, sino las razones que las obligan a tomarlas». Esas mujeres no son culpables de su opresión, sino víctimas de ella.
No es feminista criminalizar a los varones -no por sus delitos- sino por su origen, etnia, religión o clase social. Porque las feministas, que vivimos en nuestras propias carnes la injusticia de la discriminación, exigimos respeto para los inocentes y todo el peso de la ley para los culpables.
No es feminista avalar estrategias políticas de la extrema derecha misógina y negacionista de la violencia de género, que instrumentalizan a las mujeres con el tema del velo. No nos engañan con esas maniobras de distracción para oculta su feroz misoginia. Porque las feministas sabemos que, quienes defienden esas estrategias, al mismo tiempo niegan la violencia de pareja y sexual que muchos de ellos ejercen. Y que, además, allá donde han conseguido influencia política tienen, como prioridad casi absoluta, desmantelar las estructuras de igualdad entre ambos sexos, y de lucha contra la violencia machista.
No es feminista decir que la explotación sexual y la reproductiva son expresiones de la libertad de las mujeres, porque las feministas sabemos que, en realidad, es la voluntad de terceros con dinero para imponerla, o el negocio sucio de explotadores de mujeres.
No es feminista negar el sujeto político del feminismo, LAS MUJERES, para dar cabida a varones, negando el sexo para potenciar el género opresor reconvertido en identidad. Porque las feministas somos conscientes de que, mediante esa estrategia, se ningunea la base de nuestra opresión y se menoscaban gravemente los derechos de las mujeres.
Son muchos los ámbitos de la lucha feminista a los que hoy debemos enfrentarnos y por eso nos necesitamos todas. Y es precisamente esa necesidad, la razón de que la más efectiva estrategia patriarcal sea la destinada a dividirnos. No dejemos que esa estrategia triunfe. Porque desde luego, no ayuda al feminismo, sino al patriarcado, criticarnos entre las feministas (y lo somos porque compartimos la agenda), como si fuéramos el enemigo a batir; debilitando con ello al movimiento feminista y fortaleciendo un machismo que se nutre y regocija con nuestra división.
Porque los enfrentamientos no hacen más que entorpecer y ralentizar la consecución de nuestros auténticos y necesarios objetivos. Solo superando nuestras diferencias -que entre feministas no son de fondo, sino de forma- podremos luchar con eficacia por los derechos de las mujeres contra el auténtico enemigo común: el sistema patriarcal opresor.
Valencia, julio de 2025

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