Con la visita del Papa Benedicto XVI a suelo guanajuatense, la derecha mexicana recibe una bocanada de oxígeno que aprovechará al máximo, ahora que se encuentra entrampada por los desaciertos de Felipe Calderón al frente del Ejecutivo. Aun cuando la jerarquía católica afirme que se trata de una visita pastoral, lo cierto es que todo lo que hace el líder del Estado Vaticano tiene matices políticos, porque su finalidad en este mundo es eminentemente terrenal, nada tiene que ver con el espíritu de los Evangelios, sino con el propósito fundamental que ha buscado la Iglesia Católica desde hace más de mil setecientos años: ejercer un poder hegemónico en el seno de las naciones, como así pudo lograrlo durante toda la Edad Media.
La Iglesia Católica, particularmente la mexicana, tiene como compromiso central mantener un predominio firme sobre la sociedad, que le permita ejercer una influencia incontestable sobre el Estado. Nunca se ha resignado a perder un ápice del control político que ejerció desde sus inicios como institución “religiosa”, una vez que la Nueva España tomó su rumbo como sociedad mestiza bajo el liderazgo de la monarquía española. De ahí la firme alianza histórica entre la elite conservadora de la sociedad y la alta jerarquía eclesiástica, pues tienen las mismas metas y objetivos: salvaguardar sus privilegios y evitar a toda costa el progreso del pueblo, su principal sostén económico y base de apoyo político.
Las presiones que actualmente ejerce tal jerarquía sobre el Estado son equivalentes a la pérdida de fuerza de un poder civil dominado por sectores conservadores. En las últimas tres décadas, México dio un vuelco de ciento ochenta grados en lo referente a la defensa de los principios del Estado laico, por los que tanto lucharon los liberales del siglo XIX. En la actualidad nos encontramos como si México se hubiera detenido en los tiempos de antes de la Reforma, cuando la Iglesia Católica ejercía un poder realmente incuestionable sobre la sociedad en su conjunto. Tal situación implica riesgos muy serios para los mexicanos, teniendo en cuenta la terrible descomposición del tejido social en estos momentos.
Esta dramática realidad está siendo aprovechada por la alta jerarquía del clero católico para influir con más fuerza sobre una sociedad desconcertada por tanta violencia, angustiada por la pobreza y la falta de oportunidades, desolada por la pérdida de rumbo del país. Ante el grupo gobernante se erige como el factor que puede frenar el descontento ciudadano, y ante los ciudadanos como el instrumento idóneo para ayudarlos a sobrellevar su lamentable situación. Por eso es muy importante mantener al pueblo indefenso, a merced de la capacidad de embaucamiento de una “religión” sembrada de ritos y mitos medievales.
Nunca le han faltado pretextos al Estado Vaticano para luchar por un consistente predominio social. Ahora en México el pretexto es la libertad religiosa, como si ésta no existiera o estuviera en riesgo. Los hechos demuestran de manera contundente que la Iglesia Católica la ejerce sin ninguna cortapisa. El problema se presenta porque desearía no tener ningún obstáculo legal para cogobernar al país, como es su verdadera pretensión. Considera que es muy oportuno luchar por ese objetivo, pues cuenta con el firme apoyo de un Poder Ejecutivo muy débil que, por eso mismo, necesita reforzar la alianza con la alta jerarquía eclesial.
De ahí que la visita de Benedicto XVI sea vista como el ramalazo de oxígeno que necesita el inquilino de Los Pinos para poder finalizar su sexenio sin desfallecer antes de tiempo, aunque eso signifiquen más problemas para el país, decidido como está Calderón a cumplir sus compromisos con la oligarquía más reaccionaria y conservadora, que lo favoreció con su patrocinio para hacerse del poder. Por eso es preciso tener conciencia sobre el papel del alto clero en este momento, con el fin de mantenerse vigilantes y así evitar daños irreversibles al marco constitucional, de por sí afectado ya por reformas reaccionarias como las que acaba de aprobar el Senado a los artículos 24 y 40, que pueden convertirse en la sentencia de muerte del laicismo en el país.
Otra sería la suerte de México si la Iglesia Católica se dedicara, como debía ser su papel, a cumplir una necesaria y urgente labor pastoral, conforme a los ordenamientos evangélicos. Pero sería tanto como pedir un milagro. Mientras el pueblo no conozca lo que es la verdadera religión, seguirá siendo presa fácil de la alta jerarquía de la Iglesia Católica. Viene al caso esta cita del Evangelio: “Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos”. (San Mateo 23:9). Vale puntualizar que la libertad religiosa no está en riesgo en México, lo que ocurre actualmente es que la propia Iglesia Católica ha estado perdiendo fieles en los últimos años, debido a sus propios excesos y errores, sin darse cuenta que terminó ya la Edad Media, gracias a que la ciencia y la cultura se han abierto paso en el mundo.
3/20/2012
Con Benedicto, la derecha mexicana recibe una bocanada de oxígeno
Aun cuando la jerarquía católica afirme que se trata de una visita pastoral, lo cierto es que todo lo que hace el líder del Estado Vaticano tiene matices políticos
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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