De
consumarse el fraude, nos esperan a los mexicanos largos días de
agonía, incluso más dramáticos que los de la guerra de Calderón
Es preciso insistir en que el futuro del
país dependerá del resultado de la reciente elección presidencial. Si el
grupo en el poder se aferra a su proyecto antidemocrático y depredador,
imponiendo a Enrique Peña Nieto “haiga sido como haiga sido”, los seis
años del calderonato serían un juego en comparación con la
ingobernabilidad que se generaría con tan desafortunada terquedad. No es
que pretenda ser un arúspice, al hacer tales comentarios, pues en
realidad son producto de un sentido común elemental.
Peña Nieto llegaría a Los Pinos con el propósito de concluir un programa iniciado hace tres décadas, no a corregir el rumbo que se ha seguido en contra de las clases mayoritarias. La “mano negra” que lo mueve considera que si no logran ahora ese objetivo después será más difícil. De ahí que los dirigentes del PRI no hayan reparado en gastos, ni en descrédito, con tal de regresar a la casa presidencial. Lo importante es llegar, aun a costa de un conflicto postelectoral que seguramente irá creciendo a medida que pasen los días y las semanas.
Cabe asegurarlo porque habría una confrontación inmediata entre la ciudadanía y el Ejecutivo, debido a que sus intereses son absolutamente divergentes. La sociedad en su conjunto quiere un cambio de fondo en el modo de conducir al Estado, dado que Felipe Calderón lo llevó a su total descrédito, no sólo por la violencia extrema que propició, sino por la impericia en la conducción de las instituciones, que ha demostrado hasta en detalles que parecen sin importancia, como por ejemplo citar a Los Pinos, días antes de la elección, a Leonardo Valdés Zurita, el cuestionado consejero presidente del Instituto Federal Electoral (IFE).
Como todo parece indicar que la elite oligárquica que conduce a Peña Nieto no quiere despojarse de su soberbia, no queda más que esperar días de graves confrontaciones, que irán subiendo de tono en la medida que se pongan en evidencia las verdaderas intenciones del grupo que le da cuerda al ex gobernador mexiquense. Estas no son otras que completar el proyecto neoliberal en lo que concierne al total usufructo de Pemex por capitales privados. Es la joya de la corona y no descansarían hasta poseerla, junto con todos los negocios que se pueden hacer en la Comisión Federal de Electricidad y en el sector minero.
Aun cuando en el mundo el neoliberalismo está siendo cada vez más cuestionado, aquí los salinistas pretenden tenerlo vigente contra viento y marea, al fin que para ello contarían con el total apoyo de la Casa Blanca en Washington. De ahí la terquedad en llevar a Peña Nieto a Los Pinos, sin importar los costos para el pueblo, que seguramente serán cuantiosos en todos los aspectos, una vez que se desatara la represión contra las manifestaciones de protesta por las políticas antidemocráticas que pondría en práctica una vez sentado en la silla presidencial.
Porque no perdería el tiempo, seguramente, como lo hizo Calderón al centrar toda su labor gubernamental en su fallida “guerra” contra el crimen organizado. Los salinistas, más pragmáticos y “visionarios”, pondrían en marcha su programa neoliberal aún pendiente, comenzando por una reforma hacendaria que castigue por parejo a las clases medias, al imponer IVA a medicinas y alimentos. Luego seguiría con políticas públicas satisfactorias a la oligarquía, con el fin de demostrar su buena disposición a negociar con miras estrictamente mercantilistas.
Por eso es fundamental evitar que se consume un nuevo fraude, que lo es a partir de que se hizo manifiesta una inequidad absolutamente ilegal, misma que el IFE fue incapaz de frenar oportuna y satisfactoriamente, incluso antes de iniciarse formalmente la campaña electoral, cuando el PRI comenzó a manejar las encuestas con una finalidad propagandística, así como los medios electrónicos de manera por demás inequitativa.
Si para Calderón fue una carga muy pesada la ilegitimidad que llevó todo el sexenio, para Peña Nieto sería mucho peor, porque cargaría también con el antecedente del panista y con el de su padrino, Carlos Salinas de Gortari, quien usurpó el poder con el fin de consolidar el modelo neoliberal que tanto daño ha hecho al país. ¿Acaso México no se ubica en este momento entre los países con menor crecimiento en América Latina? ¿No es uno de los más desiguales y más violentos del orbe? ¿No es el único país productor de hidrocarburos que importa gasolinas y cuya empresa petrolera tiene pérdidas en vez de ganancias?
De consumarse el fraude, nos esperan a los mexicanos largos días de agonía, incluso más dramáticos que los de la “guerra” de Calderón. A propósito, ¿no es muy extraño que la terrible violencia en las calles de antes de las elecciones, ahora de pronto ya no exista? Es obvio que Calderón ya no tiene necesidad de mantener a la ciudadanía aterrorizada. Ahora el principal interés, de éste y de Peña Nieto, es aquietar las aguas, dar la impresión de que la sociedad está contenta con el “cambio”, y que la normalidad democrática ya no está en riesgo una vez derrotado Andrés Manuel López Obrador.
Peña Nieto llegaría a Los Pinos con el propósito de concluir un programa iniciado hace tres décadas, no a corregir el rumbo que se ha seguido en contra de las clases mayoritarias. La “mano negra” que lo mueve considera que si no logran ahora ese objetivo después será más difícil. De ahí que los dirigentes del PRI no hayan reparado en gastos, ni en descrédito, con tal de regresar a la casa presidencial. Lo importante es llegar, aun a costa de un conflicto postelectoral que seguramente irá creciendo a medida que pasen los días y las semanas.
Cabe asegurarlo porque habría una confrontación inmediata entre la ciudadanía y el Ejecutivo, debido a que sus intereses son absolutamente divergentes. La sociedad en su conjunto quiere un cambio de fondo en el modo de conducir al Estado, dado que Felipe Calderón lo llevó a su total descrédito, no sólo por la violencia extrema que propició, sino por la impericia en la conducción de las instituciones, que ha demostrado hasta en detalles que parecen sin importancia, como por ejemplo citar a Los Pinos, días antes de la elección, a Leonardo Valdés Zurita, el cuestionado consejero presidente del Instituto Federal Electoral (IFE).
Como todo parece indicar que la elite oligárquica que conduce a Peña Nieto no quiere despojarse de su soberbia, no queda más que esperar días de graves confrontaciones, que irán subiendo de tono en la medida que se pongan en evidencia las verdaderas intenciones del grupo que le da cuerda al ex gobernador mexiquense. Estas no son otras que completar el proyecto neoliberal en lo que concierne al total usufructo de Pemex por capitales privados. Es la joya de la corona y no descansarían hasta poseerla, junto con todos los negocios que se pueden hacer en la Comisión Federal de Electricidad y en el sector minero.
Aun cuando en el mundo el neoliberalismo está siendo cada vez más cuestionado, aquí los salinistas pretenden tenerlo vigente contra viento y marea, al fin que para ello contarían con el total apoyo de la Casa Blanca en Washington. De ahí la terquedad en llevar a Peña Nieto a Los Pinos, sin importar los costos para el pueblo, que seguramente serán cuantiosos en todos los aspectos, una vez que se desatara la represión contra las manifestaciones de protesta por las políticas antidemocráticas que pondría en práctica una vez sentado en la silla presidencial.
Porque no perdería el tiempo, seguramente, como lo hizo Calderón al centrar toda su labor gubernamental en su fallida “guerra” contra el crimen organizado. Los salinistas, más pragmáticos y “visionarios”, pondrían en marcha su programa neoliberal aún pendiente, comenzando por una reforma hacendaria que castigue por parejo a las clases medias, al imponer IVA a medicinas y alimentos. Luego seguiría con políticas públicas satisfactorias a la oligarquía, con el fin de demostrar su buena disposición a negociar con miras estrictamente mercantilistas.
Por eso es fundamental evitar que se consume un nuevo fraude, que lo es a partir de que se hizo manifiesta una inequidad absolutamente ilegal, misma que el IFE fue incapaz de frenar oportuna y satisfactoriamente, incluso antes de iniciarse formalmente la campaña electoral, cuando el PRI comenzó a manejar las encuestas con una finalidad propagandística, así como los medios electrónicos de manera por demás inequitativa.
Si para Calderón fue una carga muy pesada la ilegitimidad que llevó todo el sexenio, para Peña Nieto sería mucho peor, porque cargaría también con el antecedente del panista y con el de su padrino, Carlos Salinas de Gortari, quien usurpó el poder con el fin de consolidar el modelo neoliberal que tanto daño ha hecho al país. ¿Acaso México no se ubica en este momento entre los países con menor crecimiento en América Latina? ¿No es uno de los más desiguales y más violentos del orbe? ¿No es el único país productor de hidrocarburos que importa gasolinas y cuya empresa petrolera tiene pérdidas en vez de ganancias?
De consumarse el fraude, nos esperan a los mexicanos largos días de agonía, incluso más dramáticos que los de la “guerra” de Calderón. A propósito, ¿no es muy extraño que la terrible violencia en las calles de antes de las elecciones, ahora de pronto ya no exista? Es obvio que Calderón ya no tiene necesidad de mantener a la ciudadanía aterrorizada. Ahora el principal interés, de éste y de Peña Nieto, es aquietar las aguas, dar la impresión de que la sociedad está contenta con el “cambio”, y que la normalidad democrática ya no está en riesgo una vez derrotado Andrés Manuel López Obrador.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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