8/22/2012
Cien días: Calderón en su laberinto
Ricardo Rocha
Justo a partir de hoy comienza a correr el plazo fatal e inamovible. Apenas un centenar de jornadas le restan al que, probablemente, sea el último Gobierno panista de la historia; la dimensión de la derrota del 1 de julio y el estado desastroso de su partido así lo anticipan. A reserva de los análisis que habrá sobre toda su gestión, basten tres acontecimientos recientes para asegurar que este último tramo será especialmente tempestuoso. Que tendremos un Presidente irascible, intolerante, hipersensible a las críticas y sobregirado en las reacciones: su famosa “mecha corta”. En otras palabras y citando a los clásicos: no hemos visto nada todavía.
El caso del pleito Presidencia–MVS es ilustrativo de esas tragicomedias en que todos pierden: el gobierno calderonista porque sucumbe en la batalla de la opinión pública al ser percibido como aliado de los poderes fácticos, a la vez que instrumento de éstos para aplastar a un creciente medio alternativo; en lugar de fomentar la competencia y proteger a David, se alió oportunistamente con Goliat; añádase la estatura moral e intelectual de los voceros oficiales y oficiosos frente a un empresario de tanto prestigio como Joaquín Vargas y una periodista tan reconocida como Carmen Aristegui y el resultado es patético. Pierde también una empresa que podría haberse posicionado como un contrapeso y una opción de competencia absolutamente válida y necesaria.
Pero sobre todo perdemos los mexicanos que, a causa de lo que será un largo litigio por la ahora célebre banda ancha 2.5, hemos de posponer por años el uso de una supercarretera de la información, con aplicaciones tan diversas que incluyen hasta la salud. Todavía hoy, MVS anunció una conferencia de prensa en la que podría haber nuevas y comprometedoras revelaciones en una auténtica guerra de descalificaciones mutuas. Una pésima señal hacia adentro y hacia afuera. Así que aun en el remotísimo caso de que tuviera razón, este gobierno ha quedado marcado por la sospecha de que aquí predominan las venganzas y los jugos gástricos sobre los intereses de la nación. Gravísimo.
Otro evento lleno de signos y sin desperdicio es la que suponemos será su última fiesta en Los Pinos y en la que el Presidente se festejó sus 50 años con 300 invitados poderosos del dinero y la política. Ahí, hizo una revelación que todavía se sigue comentando: que en 2007 su Estado Mayor le informó que había descubierto la gestación de un atentado para hacer estallar el avión presidencial. Sin embargo, no dio detalles de cómo ni cuándo habría de haber ocurrido. Sólo dijo que decidió volar pese al riesgo y que incluso ya en pleno vuelo grabó un mensaje a sus hijos —“que ahora quién sabe dónde ande”— para que les fuera entregado en caso de muerte.
Una declaración que se antoja inverosímil y que en opinión de la mayoría lo único que busca es victimizarse: yo también me la he jugado contra los malos y por todos ustedes. En el mismo anecdotario cumpleañero diría que al término de su mandato “escribiré y formaré un patrimonio para mis hijos” o sea: yo no me llevo fortuna alguna. En opinión de muchos, un discurso de martirologio para enaltecerse a sí mismo y bañarse en pureza.
Sólo que un tercer evento ha venido a complicarle el panorama en esta de por sí ya caótica recta final, y conste que no se trata de una arremetida de la oposición, sino de datos de una institución de su propio gobierno: el INEGI informa que los mexicanos nos matamos casi el triple en estos seis años; que en 2006 hubo 10 mil 452 crímenes, que llegaron a 27 mil 199 sólo en 2011; que en el acumulado de este gobierno, nada más hasta el año pasado sumaban ya 95 mil 632 los muertos, por lo que a estas alturas de 2012 seguro ya rebasamos los 100 mil. Por supuesto que en este informe no se especifica cuántos de estos asesinatos corresponden a la guerra calderonista contra el narco y cuántos a otras causas. Sin embargo, en los datos comparativos del inicio y fin de sexenio la realidad es inevitable: la muerte de unos por otros se ha multiplicado en este país. Son los números del horror. Y lo que falta.
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