Pedro Echeverría V.
1. Entre unos días (25 de febrero) se festejará el 90 aniversario de la “Universidad de Nacional del Sureste”, “de Yucatán” o “Autónoma de Yucatán”. Oficialmente fue fundada en 1922 siendo gobernador del estado Felipe Carrillo Puerto, pero la realidad es que su creación formó parte de la propuesta que en 1921 hizo del secretario de Educación José Vasconcelos de construir tres universidades: la del Norte en Monterrey, la del Centro en Guadalajara y la del Sureste en Mérida. No se resta mérito al gobernador Carrillo Puerto que desde que fue diputado en 1818 –junto al diputado Victoria- apoyó la propuesta del diputado Sales Díaz sobre la fundación de la universidad de Yucatán. Pero quien instrumenta todo para el establecimiento de las tres universidades es José Vasconcelos, quien en esos años jugaba un papel preponderante en la Educación nacional. Carrillo luego fue un mártir “socialista” y Vasconcelos llegó a identificarse con el fascismo.
2. La realidad es que no importa si Carrillo o Vasconcelos fue el fundador, sino lo que ha sido nuestra universidad en lo teórico y en lo práctico en 90 años. (Ingresé a la UADY por concurso de oposición en el área de investigación. Laboré en ella más de 19 años, aunque sólo me fueron reconocidos 17) Habría que preguntar: ¿Ha sido una universidad socialista, igualitaria, sin privilegios, al servicio de los trabajadores del sureste y ha crecido de acuerdo a las necesidades de la región? O, por el contrario, ¿Ha sido una universidad capitalista, proempresarial, aislada de los problemas de la población, con egresados sólo preocupado pos sus intereses particulares en los que no se ha desarrollado la reflexión, el pensamiento laico y crítico? Más que el pensamiento carrillista, es el vasconceliano el que parece que ha predominado. ¡Cuánto deseamos que las universidades tuvieran un pensamiento colectivista!
3. ¿Qué porcentaje de la población en cada país ha estudiado en las universidades o en las instituciones de educación superior? En México quizá el cuatro por ciento ha llegado a ellas y en otros países quizá el 10 en los desarrollados o el dos por ciento en los más pobres; de todas maneras son minorías. En México terminar la escuela primaria es ya un privilegio del 50 por ciento de los habitantes y concluir la secundaria parece ser del 20 por ciento privilegiado de la población. Por donde o como se quiera ver, ser o haber sido universitario, ha sido un privilegio de minorías. La inmensa mayoría de la población –aunque suele ver la escuela como una escala de la vida- no acude a ella porque da prioridad a su trabajo, a la producción y a sus ingresos para conseguir su alimentación. Si bien en los países industrializados y sus ciudades la escuela está muy presente, en los países “atrasados” y pequeñas poblaciones, la escuela es casi ignorada.
4. Pero las universidades no son instituciones sagradas a las que haya que rendir pleitesía; tampoco sus egresados son seres especiales colocados arriba de los demás seres humanos. Son nuestras sociedades extremadamente desiguales y empobrecidas las que han realzado trabajos y profesiones en función de la riqueza que producen y consumen; pero también esas mismas sociedades han sabido diferenciar las profesiones en función del bien que realizan. La inmensa mayoría de la población ha vivido fuera de ellas y no por ello no ha podido resolver sus problemas. Sería otra cosa que las universidades estuvieran directamente al servicio de los sectores mayoritarios y que un alto porcentaje de la población perteneciera a ella. En Yucatán, con dos millones de habitantes –tomando en cuenta sus preparatorias- ni siquiera el uno por ciento pertenece a la universidad. Parece que en lugar de crecer la UADY se hace más selecta.
5. Así que en la universidad que es universalidad, que es libre, gratuita, laica, popular y a punto de decretarla por la demagogia política: obligatoria, no tienen cabida ni el uno por ciento de los alumnos por falta de presupuesto; pero a cambio la instituciones educativas privadas, dedicadas exclusivamente al negocio económico con apoyo gubernamental, son cada vez más gigantescas. Por eso los jóvenes “ninis” (que ni estudian ni trabajan) han crecido de manera exponencial en todo el país, junto al desempleo y el rechazo de que son víctimas en las universidades. ¿Qué hace el 99.9 por ciento de los académicos y estudiantes ante esa terrible realidad? Por falta de conciencia unos, por comodidad otros, y de plano por oportunismo los más, nada. Yucatán es quizá el estado históricamente más pacífico del mundo –tal como fueron los antiguos mayas- donde los movimientos sociales has sido casi inexistentes. ¿Dónde tomar ejemplos?
6. Recuerdo que en 1985, en la primera asamblea sindical de académicos que asistí en Mérida, hice un llamado a organizarse como único camino para solucionar problemas. La respuesta, al parecer mayoritaria que recibí fue: “Los maestros e investigadores de la UADY gozamos casi de los mejores salarios, prestaciones y facilidades en la región (Quintana Roo, Campeche, Tabasco), nuestras demandas son muy mínimas y no tenemos condiciones para solidarizarnos con otros sectores”. Esa idea ha sido predominante en la universidad y al interior de las organizaciones sindicales de trabajadores y de académicos que sólo tienen existencia formal. ¿Y los académicos de “alto nivel” cuya única alternativa es ascender en la pirámide salarial? Pues realizando investigaciones por encargo para instituciones mexicanas y extranjeras privadas, para fundaciones con alta capacidad de pago y para costear viajes de investigación.
7. Sin embargo, a pesar de esa realidad que se vive en casi todas las universidades de los estados, en la ciudad de México –siguiendo también la tradición de movilizaciones- la UNAM, la UAM y la novísima Universidad de la Ciudad de México, aunque en estos años han estado inmovilizadas, siguen siendo el motor que se pondrá en marcha cuando se den las condiciones. La Universidad de Yucatán es de las más pequeñas y menos comprometida con los cambios sociales, pero podrá jugar un papel de retaguardia cuando las cosas se agudicen. En 1968, cuando centenares de miles de estudiantes luchaban en la ciudad de México para ganar espacios de libertad, en Yucatán los estudiantes –como protesta por la toma de la UNAM por el ejército- apenas dieron un paseíllo como protesta –encabezados por su rector- en el aristocrático Paseo de Montejo. ¿Será un mal que durará 100 años?
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