Atendiendo
a la reflexión de Ricardo Raphael, conocedor como pocos de los
entretelones del poder de Elba Esther Gordillo, respondemos a una duda:
no es lo mismo el
quinazo que el
elbazo.
El primero no fue sólo un golpe
político espectacular sino una decisión de eliminar a un adversario
interno, el entonces “líder moral” de los petroleros Joaquín Hernández
Galicia, enemigo peligroso para el ascenso de los tecnócratas que
llegaron al poder con Carlos Salinas de Gortari.
El elbazo es un golpe político y
judicial contra una ex aliada interna, pieza clave en el ascenso de
Enrique Peña Nieto. Elba se atrevió a desafiar públicamente a un
presidente en pleno proceso de restauración y centralización del poder
del Ejecutivo federal.
El mensaje en cadena nacional de Peña Nieto el 27 de febrero confirmó que el elbazo es un asunto de Estado y de gobierno, bajo el pretexto de proteger los recursos del sindicato magisterial.
El elbazo se convierte así, a
100 días del inicio del sexenio peñista, en un modelo para entender lo
que Daniel Cosío Villegas llamó “el estilo personal de gobernar”. Peña
Nieto va perfilando un estilo propio de mensajes múltiples a todos los
poderes fácticos, amigos, aliados y adversarios.
El elbazo es una “acción legal y
jurídica para proteger el patrimonio de los maestros”, han reiterado
una y otra vez los voceros del PRI, de la PGR y el propio Peña Nieto,
pero no mencionan la necesidad de democratizar el sindicato más
numeroso de América Latina. Esta es quizá la principal coincidencia
entre el quinazo y el elbazo: quitar a caciques disfuncionales para colocar a otros más dóciles.
La caída de Elba Esther sí es diferente
a la de su ex mentor Carlos Jonguitud. Al ex gobernador potosino y
entonces senador priista no lo metieron a la cárcel, ni lo exhibieron
tras las rejas. Le dieron la opción de un exilio a modo, a quien
durante 17 años fue el hombre fuerte del magisterio desde Vanguardia
Revolucionaria. Jonguitud entendió muy bien. Puso sus barbas a remojar
tras la aparatosa detención de La Quina. En paralelo, algo similar pretenden hacer con Carlos Romero Deschamps, el actual dirigente de los petroleros.
En el verano de 1989 la presión de las
movilizaciones magisteriales fue determinante para acelerar la caída de
Jonguitud. Las marchas de maestros disidentes, que reclamaban la
autonomía y democratización del SNTE, se convirtieron en un problema
político y social de primer orden. Por eso se involucraron Manuel
Camacho Solís, el regente capitalino entonces, y su operador político
Marcelo Ebrard en la operación para encumbrar a Elba Esther.
En el invierno de 2013 Elba Esther no
había perdido su capacidad de control ni de cooptación al interior del
SNTE. Por el contrario, su cacicazgo se transformó en un auténtico
matriarcado feudal.
Dueña de la franquicia sindical, de las
plazas, de los relevos seccionales, de los funcionarios que definieron
en el panismo la política de educación básica, Gordillo se sintió
intocable, “amada por los suyos”, aunque repudiada por la sociedad.
Gordillo fue feroz en su batalla contra la CNTE. Financió spots televisivos y radiofónicos para distinguir al sindicato de la “coordinadora”, a la que criminalizó como revoltosos.
Quizá pensó que ese matriarcado feudal
era lo suficientemente poderoso para enfrentar a la propia Televisa y a
su ex vicepresidente, Claudio X. González, impulsor de las “campañitas”
en su contra, como le dijo Elba Esther Gordillo a
la multicitada entrevista con Adela Micha, la última que dio antes de ser detenida en el aeropuerto de Toluca.
Ese poder potenciado de Elba Esther la
convirtió en más peligrosa que Jonguitud. Ella superó con creces al ex
gobernador de San Luis Potosí. Sus tentáculos se extendieron al
interior del PRI, del PAN, del PRD y creó su propia franquicia
partidista, el Panal, al tiempo que construyó una extensa red de
alianzas y apoyos con políticos, intelectuales, empresarios,
periodistas, funcionarios y medios a su servicio.
Elba construyó su propia Elbitud. Superó al maestro y se sintió más poderosa que su hacedor: Carlos Salinas de Gortari.
Paradójicamente, no fue con el PRI sino con los gobiernos de Vicente Fox y de Felipe Calderón, ambos del PAN, que la Elbitud se transformó en un poder fáctico que trascendió al sindicato magisterial.
Marta Sahagún y Vicente Fox la hicieron
su socia en los negocios derivados del gobierno de la alternancia. Eso
le costó su caída como coordinadora de la bancada del PRI en 2003 y su
expulsión del PRI por “traidora”. A cambio, ella obtuvo acceso a la
intimidad de Los Pinos y a muchos negocios con los hijastros de Fox.
Aspiró a dominar el IFE a través de Luis Carlos Ugalde, quien resultó
“su peor error”.
Astuta, Gordillo logró la derrota
estrepitosa de su rival Roberto Madrazo en 2006. A cambio, Felipe
Calderón le multiplicó los dones y los panes a la intocable por
excelencia. Cuotas de poder del Estado se le entregaron a Elba: la
Lotería Nacional, el ISSSTE, la subsecretaría de Educación Básica de la
SEP, el registro definitivo para el Panal, la coordinación técnica de
la Comisión Nacional de Seguridad y se le permitió promover y
capitanear a gobernadores, entre ellos, a Humberto Moreira y al propio
Peña Nieto.
El riesgo es desmantelar la Elbitud a
costa de abrir las compuertas de los auténticos negocios secretos del
poder. La corrupción de Elba Esther Gordillo no fue una excepción sino
la regla dominante en esta transición fracasada.
Por ahora, el manual de Maquiavelo se
ha impuesto sobre el Manual de Carreño, el de las buenas maneras, en el
estilo personal de gobernar de Peña Nieto. Ya demostró que es capaz de
romper con sus aliados. Falta que demuestre capacidad para evitar el
contragolpe.El Elbazo y la Elbitud
Por: Jenaro Villamil - marzo 1 de 2013 - 0:00
COLUMNAS, Villamil en Sinembargo - 5 comentarios Atendiendo a la
reflexión de Ricardo Raphael, conocedor como pocos de los entretelones
del poder de Elba Esther Gordillo, respondemos a una duda: no es lo
mismo el “quinazo” que el “elbazo”.
El primero no fue sólo un golpe político espectacular sino una decisión
de eliminar a un adversario interno, el entonces “líder moral” de los
petroleros Joaquín Hernández Galicia, enemigo peligroso para el ascenso
de los tecnócratas que llegaron al poder con Carlos Salinas de Gortari.
El “elbazo” es un golpe político y judicial contra una ex aliada
interna, pieza clave en el ascenso de Enrique Peña Nieto. Elba se
atrevió a desafiar públicamente a un Presidente en pleno proceso de
restauración y centralización del poder del Ejecutivo federal.
El mensaje en cadena nacional de Peña Nieto el 27 de febrero confirmó
que el “elbazo” es un asunto de Estado y de gobierno, bajo el pretexto
de proteger los recursos del sindicato magisterial.
El “elbazo” se convierte así, a 100 días del inicio del sexenio
peñista, en un modelo para entender lo que Daniel Cosío Villegas llamó
“el estilo personal de gobernar”. Peña Nieto va perfilando un estilo
propio de mensajes múltiples a todos los poderes fácticos, amigos,
aliados y adversarios.
El “elbazo” es una “acción legal y jurídica para proteger el patrimonio
de los maestros”, han reiterado una y otra vez los voceros del PRI, de
la PGR y el propio Peña Nieto, pero no mencionan la necesidad de
democratizar el sindicato más numeroso de América Latina. Esta es quizá
la principal coincidencia entre el “quinazo” y el “elbazo”: quitar a
caciques disfuncionales para colocar a otros más dóciles.
La caída de Elba Esther sí es diferente a la de su ex mentor Carlos
Jonguitud. Al ex Gobernador potosino y entonces Senador priista no lo
metieron a la cárcel, ni lo exhibieron tras las rejas. Le dieron la
opción de un exilio a modo, a quien durante 17 años fue el hombre
fuerte del magisterio desde Vanguardia Revolucionaria. Jonguitud
entendió muy bien. Puso sus barbas a remojar tras la aparatosa
detención de “La Quina”. En paralelo, algo similar pretenden hacer con
Carlos Romero Deschamps el actual dirigente de los petroleros.
En el verano de 1989 la presión de las movilizaciones magisteriales fue
determinante para acelerar la caída de Jonguitud. Las marchas de
maestros disidentes, que reclamaban la autonomía y democratización del
SNTE, se convirtieron en un problema político y social de primer orden.
Por eso se involucraron Manuel Camacho Solís, el regente capitalino
entonces, y su operador político Marcelo Ebrard en la operación para
encumbrar a Elba Esther.
En el invierno de 2013, Elba Esther no había perdido su capacidad de
control ni de cooptación al interior del SNTE. Por el contrario, su
cacicazgo se transformó en un auténtico matriarcado feudal.
Dueña de la franquicia sindical, de las plazas, de los relevos
seccionales, de los funcionarios que definieron en el panismo la
política de educación básica, Gordillo se sintió intocable, “amada por
los suyos”, aunque repudiada por la sociedad.
Gordillo fue feroz en su batalla contra la CNTE. Financió spots
televisivos y radiofónicos para distinguir al sindicato de la
“coordinadora”, a la que criminalizó como revoltosos.
Quizá pensó que ese matriarcado feudal era lo suficientemente poderoso
para enfrentar a la propia Televisa y a su ex vicepresidente, Claudio
X. González, impulsor de las “campañitas” en su contra, como le dijo
Elba Esther Gordillo a la multicitada entrevista con Adela Micha, la
última que dio antes de ser detenida en el aeropuerto de Toluca.
Ese poder potenciado de Elba Esther la convirtió en más peligrosa que
Jonguitud. Ella superó con creces al ex Gobernador de San Luis Potosí.
Sus tentáculos se extendieron al interior del PRI, del PAN, del PRD y
creó su propia franquicia partidista, el Panal, al tiempo que construyó
una extensa red de alianzas y apoyos con políticos, intelectuales,
empresarios, periodistas, funcionarios
y medios a su servicio.
Elba construyó su propia Elbitud. Superó al maestro y se sintió más
poderosa que su hacedor: Carlos Salinas de Gortari.
Paradójicamente, no fue con el PRI sino con los gobiernos de Vicente
Fox y de Felipe Calderón, ambos del PAN, que la Elbitud se transformó
en un poder fáctico que trascendió al sindicato magisterial.
Marta Sahagún y Vicente Fox la hicieron su socia en los negocios
derivados del gobierno de la alternancia. Eso le costó su caída como
coordinadora de la bancada del PRI en 2003 y su expulsión del PRI por
“traidora”. A cambio, ella obtuvo acceso a la intimidad de Los Pinos y
a muchos negocios con los hijastros de Fox. Aspiró a dominar el IFE a
través de Luis Carlos Ugalde, quien resultó “su peor error”.
Astuta, Gordillo logró la derrota estrepitosa de su rival Roberto
Madrazo en 2006. A cambio, Felipe Calderón le multiplicó los dones y
los panes a la intocable por excelencia. Cuotas de poder del Estado se
le entregaron a Elba: la Lotería Nacional, el ISSSTE, la Subsecretaría
de Educación Básica de la SEP, el registro definitivo para el Panal, la
coordinación técnica de la Comisión Nacional de Seguridad y se le
permitió promover y capitanear a gobernadores, entre ellos, a Humberto
Moreira y al propio Peña Nieto.
El riesgo es desmantelar la Elbitud a costa de abrir las compuertas de
los auténticos negocios secretos del poder. La corrupción de Elba
Esther Gordillo no fue una excepción sino la regla dominante en esta
transición fracasada.
Por ahora, el manual de Maquiavelo se ha impuesto sobre el Manual de
Carreño, el de las buenas maneras, en el estilo personal de gobernar de
Peña Nieto. Ya demostró que es capaz de romper con sus aliados. Falta
que demuestre capacidad para evitar el contragolpe.
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de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX Elbazo y la Elbitud
Por: Jenaro Villamil - marzo 1 de 2013 - 0:00
COLUMNAS, Villamil en Sinembargo - 5 comentarios Atendiendo a la
reflexión de Ricardo Raphael, conocedor como pocos de los entretelones
del poder de Elba Esther Gordillo, respondemos a una duda: no es lo
mismo el “quinazo” que el “elbazo”.
El primero no fue sólo un golpe político espectacular sino una decisión
de eliminar a un adversario interno, el entonces “líder moral” de los
petroleros Joaquín Hernández Galicia, enemigo peligroso para el ascenso
de los tecnócratas que llegaron al poder con Carlos Salinas de Gortari.
El “elbazo” es un golpe político y judicial contra una ex aliada
interna, pieza clave en el ascenso de Enrique Peña Nieto. Elba se
atrevió a desafiar públicamente a un Presidente en pleno proceso de
restauración y centralización del poder del Ejecutivo federal.
El mensaje en cadena nacional de Peña Nieto el 27 de febrero confirmó
que el “elbazo” es un asunto de Estado y de gobierno, bajo el pretexto
de proteger los recursos del sindicato magisterial.
El “elbazo” se convierte así, a 100 días del inicio del sexenio
peñista, en un modelo para entender lo que Daniel Cosío Villegas llamó
“el estilo personal de gobernar”. Peña Nieto va perfilando un estilo
propio de mensajes múltiples a todos los poderes fácticos, amigos,
aliados y adversarios.
El “elbazo” es una “acción legal y jurídica para proteger el patrimonio
de los maestros”, han reiterado una y otra vez los voceros del PRI, de
la PGR y el propio Peña Nieto, pero no mencionan la necesidad de
democratizar el sindicato más numeroso de América Latina. Esta es quizá
la principal coincidencia entre el “quinazo” y el “elbazo”: quitar a
caciques disfuncionales para colocar a otros más dóciles.
La caída de Elba Esther sí es diferente a la de su ex mentor Carlos
Jonguitud. Al ex Gobernador potosino y entonces Senador priista no lo
metieron a la cárcel, ni lo exhibieron tras las rejas. Le dieron la
opción de un exilio a modo, a quien durante 17 años fue el hombre
fuerte del magisterio desde Vanguardia Revolucionaria. Jonguitud
entendió muy bien. Puso sus barbas a remojar tras la aparatosa
detención de “La Quina”. En paralelo, algo similar pretenden hacer con
Carlos Romero Deschamps el actual dirigente de los petroleros.
En el verano de 1989 la presión de las movilizaciones magisteriales fue
determinante para acelerar la caída de Jonguitud. Las marchas de
maestros disidentes, que reclamaban la autonomía y democratización del
SNTE, se convirtieron en un problema político y social de primer orden.
Por eso se involucraron Manuel Camacho Solís, el regente capitalino
entonces, y su operador político Marcelo Ebrard en la operación para
encumbrar a Elba Esther.
En el invierno de 2013, Elba Esther no había perdido su capacidad de
control ni de cooptación al interior del SNTE. Por el contrario, su
cacicazgo se transformó en un auténtico matriarcado feudal.
Dueña de la franquicia sindical, de las plazas, de los relevos
seccionales, de los funcionarios que definieron en el panismo la
política de educación básica, Gordillo se sintió intocable, “amada por
los suyos”, aunque repudiada por la sociedad.
Gordillo fue feroz en su batalla contra la CNTE. Financió spots
televisivos y radiofónicos para distinguir al sindicato de la
“coordinadora”, a la que criminalizó como revoltosos.
Quizá pensó que ese matriarcado feudal era lo suficientemente poderoso
para enfrentar a la propia Televisa y a su ex vicepresidente, Claudio
X. González, impulsor de las “campañitas” en su contra, como le dijo
Elba Esther Gordillo a la multicitada entrevista con Adela Micha, la
última que dio antes de ser detenida en el aeropuerto de Toluca.
Ese poder potenciado de Elba Esther la convirtió en más peligrosa que
Jonguitud. Ella superó con creces al ex Gobernador de San Luis Potosí.
Sus tentáculos se extendieron al interior del PRI, del PAN, del PRD y
creó su propia franquicia partidista, el Panal, al tiempo que construyó
una extensa red de alianzas y apoyos con políticos, intelectuales,
empresarios, periodistas, funcionarios
y medios a su servicio.
Elba construyó su propia Elbitud. Superó al maestro y se sintió más
poderosa que su hacedor: Carlos Salinas de Gortari.
Paradójicamente, no fue con el PRI sino con los gobiernos de Vicente
Fox y de Felipe Calderón, ambos del PAN, que la Elbitud se transformó
en un poder fáctico que trascendió al sindicato magisterial.
Marta Sahagún y Vicente Fox la hicieron su socia en los negocios
derivados del gobierno de la alternancia. Eso le costó su caída como
coordinadora de la bancada del PRI en 2003 y su expulsión del PRI por
“traidora”. A cambio, ella obtuvo acceso a la intimidad de Los Pinos y
a muchos negocios con los hijastros de Fox. Aspiró a dominar el IFE a
través de Luis Carlos Ugalde, quien resultó “su peor error”.
Astuta, Gordillo logró la derrota estrepitosa de su rival Roberto
Madrazo en 2006. A cambio, Felipe Calderón le multiplicó los dones y
los panes a la intocable por excelencia. Cuotas de poder del Estado se
le entregaron a Elba: la Lotería Nacional, el ISSSTE, la Subsecretaría
de Educación Básica de la SEP, el registro definitivo para el Panal, la
coordinación técnica de la Comisión Nacional de Seguridad y se le
permitió promover y capitanear a gobernadores, entre ellos, a Humberto
Moreira y al propio Peña Nieto.
El riesgo es desmantelar la Elbitud a costa de abrir las compuertas de
los auténticos negocios secretos del poder. La corrupción de Elba
Esther Gordillo no fue una excepción sino la regla dominante en esta
transición fracasada.
Por ahora, el manual de Maquiavelo se ha impuesto sobre el Manual de
Carreño, el de las buenas maneras, en el estilo personal de gobernar de
Peña Nieto. Ya demostró que es capaz de romper con sus aliados. Falta
que demuestre capacidad para evitar el contragolpe.
www.homozapping.com.mxEl Elbazo y la Elbitud
Por: Jenaro Villamil - marzo 1 de 2013 - 0:00
COLUMNAS, Villamil en Sinembargo - 5 comentarios Atendiendo a la
reflexión de Ricardo Raphael, conocedor como pocos de los entretelones
del poder de Elba Esther Gordillo, respondemos a una duda: no es lo
mismo el “quinazo” que el “elbazo”.
El primero no fue sólo un golpe político espectacular sino una decisión
de eliminar a un adversario interno, el entonces “líder moral” de los
petroleros Joaquín Hernández Galicia, enemigo peligroso para el ascenso
de los tecnócratas que llegaron al poder con Carlos Salinas de Gortari.
El “elbazo” es un golpe político y judicial contra una ex aliada
interna, pieza clave en el ascenso de Enrique Peña Nieto. Elba se
atrevió a desafiar públicamente a un Presidente en pleno proceso de
restauración y centralización del poder del Ejecutivo federal.
El mensaje en cadena nacional de Peña Nieto el 27 de febrero confirmó
que el “elbazo” es un asunto de Estado y de gobierno, bajo el pretexto
de proteger los recursos del sindicato magisterial.
El “elbazo” se convierte así, a 100 días del inicio del sexenio
peñista, en un modelo para entender lo que Daniel Cosío Villegas llamó
“el estilo personal de gobernar”. Peña Nieto va perfilando un estilo
propio de mensajes múltiples a todos los poderes fácticos, amigos,
aliados y adversarios.
El “elbazo” es una “acción legal y jurídica para proteger el patrimonio
de los maestros”, han reiterado una y otra vez los voceros del PRI, de
la PGR y el propio Peña Nieto, pero no mencionan la necesidad de
democratizar el sindicato más numeroso de América Latina. Esta es quizá
la principal coincidencia entre el “quinazo” y el “elbazo”: quitar a
caciques disfuncionales para colocar a otros más dóciles.
La caída de Elba Esther sí es diferente a la de su ex mentor Carlos
Jonguitud. Al ex Gobernador potosino y entonces Senador priista no lo
metieron a la cárcel, ni lo exhibieron tras las rejas. Le dieron la
opción de un exilio a modo, a quien durante 17 años fue el hombre
fuerte del magisterio desde Vanguardia Revolucionaria. Jonguitud
entendió muy bien. Puso sus barbas a remojar tras la aparatosa
detención de “La Quina”. En paralelo, algo similar pretenden hacer con
Carlos Romero Deschamps el actual dirigente de los petroleros.
En el verano de 1989 la presión de las movilizaciones magisteriales fue
determinante para acelerar la caída de Jonguitud. Las marchas de
maestros disidentes, que reclamaban la autonomía y democratización del
SNTE, se convirtieron en un problema político y social de primer orden.
Por eso se involucraron Manuel Camacho Solís, el regente capitalino
entonces, y su operador político Marcelo Ebrard en la operación para
encumbrar a Elba Esther.
En el invierno de 2013, Elba Esther no había perdido su capacidad de
control ni de cooptación al interior del SNTE. Por el contrario, su
cacicazgo se transformó en un auténtico matriarcado feudal.
Dueña de la franquicia sindical, de las plazas, de los relevos
seccionales, de los funcionarios que definieron en el panismo la
política de educación básica, Gordillo se sintió intocable, “amada por
los suyos”, aunque repudiada por la sociedad.
Gordillo fue feroz en su batalla contra la CNTE. Financió spots
televisivos y radiofónicos para distinguir al sindicato de la
“coordinadora”, a la que criminalizó como revoltosos.
Quizá pensó que ese matriarcado feudal era lo suficientemente poderoso
para enfrentar a la propia Televisa y a su ex vicepresidente, Claudio
X. González, impulsor de las “campañitas” en su contra, como le dijo
Elba Esther Gordillo a la multicitada entrevista con Adela Micha, la
última que dio antes de ser detenida en el aeropuerto de Toluca.
Ese poder potenciado de Elba Esther la convirtió en más peligrosa que
Jonguitud. Ella superó con creces al ex Gobernador de San Luis Potosí.
Sus tentáculos se extendieron al interior del PRI, del PAN, del PRD y
creó su propia franquicia partidista, el Panal, al tiempo que construyó
una extensa red de alianzas y apoyos con políticos, intelectuales,
empresarios, periodistas, funcionarios
y medios a su servicio.
Elba construyó su propia Elbitud. Superó al maestro y se sintió más
poderosa que su hacedor: Carlos Salinas de Gortari.
Paradójicamente, no fue con el PRI sino con los gobiernos de Vicente
Fox y de Felipe Calderón, ambos del PAN, que la Elbitud se transformó
en un poder fáctico que trascendió al sindicato magisterial.
Marta Sahagún y Vicente Fox la hicieron su socia en los negocios
derivados del gobierno de la alternancia. Eso le costó su caída como
coordinadora de la bancada del PRI en 2003 y su expulsión del PRI por
“traidora”. A cambio, ella obtuvo acceso a la intimidad de Los Pinos y
a muchos negocios con los hijastros de Fox. Aspiró a dominar el IFE a
través de Luis Carlos Ugalde, quien resultó “su peor error”.
Astuta, Gordillo logró la derrota estrepitosa de su rival Roberto
Madrazo en 2006. A cambio, Felipe Calderón le multiplicó los dones y
los panes a la intocable por excelencia. Cuotas de poder del Estado se
le entregaron a Elba: la Lotería Nacional, el ISSSTE, la Subsecretaría
de Educación Básica de la SEP, el registro definitivo para el Panal, la
coordinación técnica de la Comisión Nacional de Seguridad y se le
permitió promover y capitanear a gobernadores, entre ellos, a Humberto
Moreira y al propio Peña Nieto.
El riesgo es desmantelar la Elbitud a costa de abrir las compuertas de
los auténticos negocios secretos del poder. La corrupción de Elba
Esther Gordillo no fue una excepción sino la regla dominante en esta
transición fracasada.
Por ahora, el manual de Maquiavelo se ha impuesto sobre el Manual de
Carreño, el de las buenas maneras, en el estilo personal de gobernar de
Peña Nieto. Ya demostró que es capaz de romper con sus aliados. Falta
que demuestre capacidad para evitar el contragolpe.
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