Carmen R. Argueta
El Salvador es un país con un alto grado de violencia, machismo y
visión androcéntrica. Su nivel de agresión hacia las mujeres llegó al
grado de ubicarlo en el primer lugar por el mayor número de
feminicidios en el mundo en 2012. Cada año aproximadamente 25.000
mujeres reportan maltrato y violencia sexual. Sin embargo, existe otro
tipo de violencia de la cual aún no existen datos ni estadísticas que
reflejen su impacto en la sociedad salvadoreña: la violencia simbólica.
En particular, aquella en la que se legitima el cuerpo ‘femenino’ de la
mujer como objeto de atracción, es decir, como objeto de dominación
masculina. El ejemplo de las ‘cachiporristas’ (mujeres que portan una
cachiporra y maniobran con ella en desfiles, conocidas también como
‘majorettes’) en los desfiles cívicos del Día de la Independencia es un
buen termómetro de la situación.
En la celebración de cada 15 de septiembre participan niñas menores,
adolescentes y mujeres jóvenes (todas estudiantes) para desfilar
coreografías, acompañadas de un bastón que hacen girar con sus manos.
Si bien hasta aquí no se describe ningún problema, por otra parte, se
presentan ante un público –cuyas primeras filas son lideradas por el
sector masculino armado de cámaras fotográficas y de video– usando
pequeños y ajustados trajes (algunos con pronunciado escote), que
cubren apenas la cuarta parte de sus piernas, y botas hasta la rodilla
de tacón. En fin, todo un espectáculo dedicado especialmente a ellos,
pues son los más interesados en capturar y ver el mejor ángulo de las
piruetas hechas con las piernas de las ‘cachiporristas’, más que para
conmemorar al evento.
Desde esta descripción, se podría decir, las mujeres se han
convertido en objetos de dominación por los hombres, pues es a quienes
principalmente se satisface con la exhibición de sus cuerpos, tomando
en cuenta el contexto de machismo actual del país que ya se mencionó.
De esta manera, las mujeres son valoradas por su cuerpo ‘femenino’ y el
resto de cualquiera de sus habilidades o cualidades son ignoradas de
forma automática desde el imaginario colectivo.
Por cuerpo ‘femenino’ se entiende aquí como aquel que es aceptado y
premiado por la sociedad salvadoreña, primordialmente por los medios de
comunicación y publicidad; es decir, aquel con atributos voluminosos
(como pechos, piernas y caderas) de estatura media a alta, cuerpo
delgado, cabellera larga, entre otras características, está dentro de
los estándares de belleza establecidos por el colectivo. En este
sentido, en la celebración las únicas admitidas, salvo algunas pocas
excepciones, son jóvenes y menores que cumplen con este perfil.
Es evidente que no todas encajonarán en él; sin embargo, me atrevo a
afirmar que lo que se busca con estos requisitos es agradar a la
población espectadora que acepta ese estándar de belleza, en especial
los hombres.
¿Una tradición autóctona?
Esto se ha legitimado históricamente desde la sociedad y el Estado. El
uso de ‘cachiporristas’ en un desfile cívico es una muestra de ello.
Sin embargo, se ha normalizado tanto que hasta se le acoge como una
tradición autóctona. Imaginarse una festividad sin ellas resulta algo
inaudito, particularmente para la mayor parte de la población
masculina, incluyendo a las menores y jóvenes que se sienten orgullosas
de formar parte de este elemento.
Sobre el tema de su autenticidad, el antropólogo Pedro Ticas afirma
que el problema no está en las personas que participan en el acto, sino
en el acto mismo pues sus componentes: música, danza y expresiones
corporales que no se definen claramente, no encajan entre sí como una
pieza esencial de un posible ritual holístico de aquel; por tanto, no
logran hacerlo algo culturalmente propio. Esto lo termina por
justificar a partir de que hay elementos urbanos y rurales que
forzadamente se le han entremezclado, así como también la música, en su
mayoría, no está ligada directamente al acto, debido a que es tomada de
cualquier invención popular extranjera, lo que conlleva a que no
confiera a la danza ninguna expresión autóctona que refleje rasgos de
la identidad nacional. Y, además, explica Ticas, ésta no contiene
ningún orden progresivo de imágenes ni símbolos que puedan dar
explicación cultural al acto.
Nunca antes el Estado salvadoreño se había cuestionado la existencia
del elemento ‘cachiporristas’. Hasta el año 2010, se realizaban todos
los preparativos para el desfile cívico, incluyéndolas, con total
normalidad. Sin embargo, en julio del mismo año, se dio el anuncio, por
parte del Ministerio de Educación, que dicha actividad estaba en camino
de ser prohibida. Esto debido a casos de trata de personas y
explotación sexual en contra de jóvenes ‘cachiporristas’ en institutos
nacionales del país, los cuales habían sido denunciados por el
Instituto Salvadoreño de Desarrollo de la Mujer (ISDEMU).
“El ojo del hombre necesita colirio para ver”, dijo el alcalde de San Salvador
Por supuesto, la polémica no pudo faltar ante dicha posibilidad. Los
diferentes sectores de la sociedad, incluyendo la Iglesia y
funcionarias y funcionarios públicos, debatieron sobre si era correcto
o no eliminar la presentación de ellas en los desfiles. La secretaria
de Inclusión Social, Vanda Pignato, por una parte, se posicionó sobre
la necesidad de quitarlas bajo el argumento de que la práctica
denigraba la imagen de la mujer y, en ese sentido, se convertía en una
utilización indebida de la misma en las fiestas nacionales. Al
contrario, el en ese entonces alcalde de San Salvador y actual
candidato por la presidencia del país, Norman Quijano, justificó “la
necesidad” de mantenerlas porque “el ojo del hombre necesita colirio
para ver”, legitimando de esa manera el uso del cuerpo femenino de la
mujer como un objeto de consumo visual para los hombres.
El feminismo lógicamente presionó para que se hiciera efectiva su
supresión; no obstante, un buen sector de la población masculina se
hizo presente, por ejemplo en las secciones de comentarios de los
periódicos que difundían la noticia en la web, para protestar ante tal
iniciativa. Al parecer, este grupo tenía total convencimiento sobre ‘el
papel’ que le corresponde a la mujer en la sociedad, reivindicando así
el ‘lugar’ de ellos en la misma como los poseedores del dominio.
El sociólogo Pierre Bourdieu, quien analizó la dominación masculina, es
decir, la violencia simbólica, afirmó que a las mujeres se les
convierte en objetos simbólicos, cuyo ‘ser’ es percibido y tiene como
efecto colocarlas en un estado permanente de dependencia simbólica. En
ese sentido, existen por y para la mirada de los demás en cuanto sean
‘objetos’ atractivos, acogedores y disponibles. Por tanto, se espera de
ellas que sean ‘femeninas’: sonrientes, simpáticas, sumisas, entre
otras cualidades. Esta supuesta ‘feminidad’, dice Bourdieu, termina por
ser una forma de complacencia en relación a las expectativas masculinas
“reales o supuestas, especialmente en materia del incremento del ego”.
Como consecuencia, esta relación de dependencia respecto a los demás, y
no solo hacia los hombres, tiende a convertirse en esencial para las
mujeres.
El sociólogo llama por “heteronomía” –experiencia a la que están
condenadas las mujeres en el marco de una sociedad de dominación
masculina– al principio de la práctica como el deseo de llamar la
atención y de gustar. Esto mismo podría explicar la razón por la cual
las menores y jóvenes se entusiasman con la idea de participar en los
desfiles como ‘cachiporristas’.
En lo que respecta a la resolución sobre su prohibición, ningún
argumento a favor de ello fue suficiente como para hacerlo efectivo. En
este sentido, la legitimación de la violencia simbólica, es decir, el
uso del cuerpo de las mujeres como consumo visual siendo dominado por
hombres, se vio patentada por el Estado salvadoreño.
La legislación salvadoreña
La primera vez que se vio el concepto de ‘violencia simbólica’ en el
marco político de El Salvador fue a través de la ‘Ley especial integral
para una vida libre de violencia para las mujeres’, vigente desde el
primero de enero del 2012. En ella se define este tipo de violencia
como el conjunto de “mensajes, valores, íconos o signos que transmiten
y reproducen relaciones de dominación, desigualdad y discriminación en
las relaciones sociales que se establecen entre las personas y
naturalizan la subordinación de la mujer en la sociedad”. No obstante,
hasta la actualidad se desconocen mecanismos y herramientas que puedan
permitir denunciarlo en caso de sufrirlo, pues ¿cómo se podría demandar
al Estado salvadoreño por permitir que menores y jóvenes exhiban sus
cuerpos en desfiles cívicos, a enteradas cuentas de la situación de
vulnerabilidad a la que son expuestas? De hecho, en la ‘Ley de
Protección de la Niñez y Adolescencia’ el artículo 47, referido al
honor, imagen, vida privada e intimidad, prohíbe el uso de la imagen y
cualquier actividad que pueda afectar la dignidad e intimidad de las
niñas, niños y adolescentes, pero tampoco es evidente su aplicación en
este caso, pues niñas menores y jóvenes siguen presentándose en
desfiles como ‘cachiporristas’.
Finalmente, se puede decir que la lucha para las feministas de El
Salvador es larga y dura, pues el discurso político salvadoreño hasta
la actualidad continúa legitimando y haciendo posible la violencia
simbólica hacia las mujeres, en espectáculos públicos, publicidad y
medios de comunicación, así como en la familia y otros espacios. Quizá
no necesariamente la solución ideal a esto sería prohibir la
presentación de las ‘cachiporristas’ durante los actos cívicos, como se
pretendió hacer en su momento. Bastaría, posiblemente, con hacer
significativas modificaciones en ella, como la inclusión de hombres,
por ejemplo, y el cambio de vestuario por uno que disminuyan la
exposición del cuerpo a la violencia, tomando en cuenta el contexto
machista en el que vivimos mientras se trabaja para erradicarlo.
No obstante, ninguna de estas acciones tendrá su efecto sin la
promoción de una mejor educación en respeto, igualdad y equidad de
género dentro de la sociedad salvadoreña.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario