Autor: Edgar González Ruiz *
Desde 2007, gracias a la
despenalización del aborto, en la Ciudad de México cada mujer es libre
de decidir si pone fin a un embarazo no deseado o, por el contrario,
prosigue con él.
Cualquiera de las dos opciones es
igualmente legal y respetable: la emanada de la autonomía de la mujer
acerca de su cuerpo y de su vida o la dictada por ideas religiosas que
prohíben el aborto.
Sin embargo, hay grupos antiabortistas que,
empeñados en impedir la libre decisión de las mujeres, exigen la
penalización del aborto, esto es, el encarcelamiento de las mujeres que
recurren a esta práctica.
Son grupos afines a la jerarquía
católica y al Partido Acción Nacional (PAN), que con su mentalidad
evocan los tiempos coloniales de la Inquisición, y a pesar del apoyo
que reciben de algunos empresarios y medios de comunicación, carecen de
poder de convocatoria en la Ciudad.
Más allá del aborto, esos grupos se
oponen en realidad a la libertad de conciencia y al Estado laico, y
avalan la imposición de normas por parte de la jerarquía católica.
Su retórica se limita a la falsa
consigna de que “defienden la vida desde la concepción”; pero,
significativamente, muchos de esos fueron complacientes con la
sangrienta política contra las drogas encabezada por Felipe Calderón y
basada en el exterminio de muchas vidas humanas, no de embriones, sino
de personas adultas.
Por otro lado, durante décadas, esos
sectores se han opuesto no sólo al aborto, sino a los anticonceptivos
–que serían la mejor alternativa a muchos abortos–, al uso del
preservativo, a la educación sexual, a los derechos de las minorías
sexuales e incluso a la libertad de expresión.
El declive ultraderechista y sus razones
El pasado 6 de abril, apenas una decena
de personas acudió a la protesta antiabortista organizada por el Comité
Nacional Provida en el Monumento a la Independencia o el Ángel (www.jornada.unam.mx/ultimas/2014/04/06/acuden-10-personas-a-manifestacion-anti-abortista-en-el-angel-de-la-independencia-7576.html).
Tan escasa concurrencia contrasta con
los más de 100 mil abortos que, se calcula, se han registrado en el
Distrito Federal luego de su legalización (http://eleconomista.com.mx/sociedad/2014/01/29/nuevas-estadisticas-ile-2007-2013);
es decir, por cada persona que fue al acto de dicho comité
antiabortista, más de 10 mil mujeres se han acogido a dicha legislación
a la cual, por lo tanto, apoyan en los hechos.
Desde luego, el Comité Nacional Provida
se ha visto afectado por los escándalos protagonizados hace unos años
por su dirigente histórico Jorge Serrano Limón, pero hay razones más
generales que explican el declive de las posiciones conservadoras,
especialmente en la capital.
Así, otros grupos antiabortistas han
mostrado también poco poder de convocatoria, como es el caso de la
Unión de Voluntades, que suele exhortar a los católicos a rezar para
lograr la penalización del aborto.
A fines de marzo pasado, unas pocas
personas de ese grupo, auspiciado por el millonario Patricio Slim Domit
y encabezado por Guillermo Bustamante Manilla, expresidente de la
ultraderechista Unión Nacional de Padres de Familia, acudieron a la
escalinata de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal para
protestar por la despenalización del aborto (www.milenio.com/df/Piden-catolicos-eliminar-ley-permite-abortos-DF_0_268773433.html).
Una de las razones del declive
antiabortista es el descrédito y salida del poder de la derecha,
encarnada en el PAN, el único partido que, debido a su historia e
ideología, apoya tenazmente los proyectos de la jerarquía católica,
como es la penalización del aborto.
Ciertamente, en años pasados, el
Partido Revolucionario Institucional (PRI) estuvo promoviendo la
penalización del aborto en el interior de la República, pero
evidentemente su actitud estuvo dictada por la conveniencia de
neutralizar al clero en la competencia electoral más que por una firme
convicción, como sí ocurre en el caso del PAN.
A poco más de 1 año del cambio de poder
en 2012, el tema religioso se ha desdibujado en la agenda política
nacional, y es claro que no es prioridad del PRI complacer a toda costa
al sector clerical, como lo hizo el Partido Acción Nacional.
En contraste, apenas el 13 de abril de
2014, el diputado panista Orlando Anaya se jactaba ante el pleno de la
Asamblea Legislativa del Distrito Federal de que su Partido había
encabezado una “cruzada” para penalizar el aborto, lo cual logró en 18
entidades del país, y afirmaba que jamás el PAN, en concordancia con su
bagaje ideológico, reconocería el derecho al aborto (La Jornada en línea, 13 de abril de 2014).
Pero las razones del declive
ultraderechista pueden ser más generales, pues incluyen cambios en las
estrategias del Estado Vaticano, al igual que la creciente influencia
de las nuevas tecnologías de la información y una forma de vida más
lejana de los dogmas y más apegada a las realidades materiales.
Durante su largo pontificado
(1978-2005), Juan Pablo II, aprovechando sus dotes mediáticos, fungió
personalmente como activista de la ultraderecha y del antiabortismo, al
grado de que sus predicaciones y encíclicas (como la denominada El evangelio de la vida) eran en realidad panfletos antiabortistas; en sus viajes abundaban los pronunciamientos en este mismo sentido.
A la fecha, grupos conservadores
católicos siguen manteniendo su adhesión al fallecido papa polaco por
encima de sus sucesores: el poco carismático Joseph Ratzinger
(Benedicto XVI) y el argentino Jorge Mario Bergoglio (Francisco).
Este último, originalmente vinculado a
la ultraderecha católica de su país, está empeñado en hacerse un
personaje tan popular como fue Juan Pablo II, y en apuntalar así la
menguada influencia de la jerarquía católica en el mundo actual.
En ese empeño, y sin hacer reformas de
fondo en la jerarquía vaticana sino meros alardes mediáticos, el
pontífice ha tratado de presentar una imagen más afín al mundo actual
distanciándose de la retórica de Juan Pablo II, de tal suerte que sus
discursos versan sobre diferentes temas y no únicamente sobre el aborto.
Aún así, el empeño del papa Francisco
parece imposible de realizar, pues el mundo ya no volverá a los tiempos
de Juan Pablo II, cuando arreciaba la oleada derechizante que barrió
con el bloque socialista; y cuando la manipulación mediática, ejercida
por la televisión y la radio, no tenía el contrapeso del internet,
medio internacional y donde cualquier persona puede expresar libremente
sus ideas.
Si bien medios como la radio y la
televisión, que tienen como premisa la afinidad con los sectores
económicamente poderosos, siguen apoyando al clero y a la derecha, la
opinión no les es favorable en internet, que se está convirtiendo en el
medio dominante del mundo actual.
Así, los grupos antiabortistas siguen
anclados en su nostalgia de Juan Pablo II, el pontífice que sintieron
como plenamente identificado con su actividad. En nuestra Ciudad,
algunos grupos como el denominado Hazte Sentir, encabezado por el
empresario Javier Ballesteros de León (quien en la época panista
recibió contratos de la Comisión Nacional del Agua y de la Comisión
Federal de Electricidad), colocan en el Sistema de Transporte Colectivo
Metro y en sus vagones propaganda con frases antiabortistas de Juan
Pablo II.
Otro grupo antiabortista, Vida y
Familia, que recauda recursos con ayuda de algunas empresas, ofrece
–mediante mamparas en avenidas de la Ciudad– una supuesta ayuda
filantrópica a las mujeres que piensan abortar, con el único fin de que
no lo hagan; pero si una mujer no quiere seguir con su embarazo,
evidentemente la solución más sencilla y práctica es recurrir al aborto
en las primeras semanas de la gestación, ya legalizado.
Hoy en día, muchas personas han perdido
el temor que antiguamente despertaban las predicaciones religiosas que
amenazan con las llamas del infierno a quienes no obedecen las normas
religiosas.
Por ello, el arsenal retórico de los
antiabortistas se limita hoy en día –en pancartas, discursos y en
mensajes en internet– a la consigna de que, supuestamente, defienden
“la vida desde la concepción”.
Sin embargo, la hipocresía de muchos de
los que enarbolan esa consigna se ha visto demostrada en los hechos,
pues gobiernos por demás sanguinarios y genocidas como el de George
Bush, en Estados Unidos, y el de Calderón, en México, gozaron del apoyo
entusiasta de los antiabortistas, que no fueron capaces de encontrar en
la “guerra contra el terrorismo” ni en la “guerra contra las drogas”,
transgresión alguna contra la vida.
Por otro lado, y ésta es una razón que
explica en buena medida el declive el antiabortismo en la Ciudad de
México, la sociedad capitalina constata cotidianamente que el hecho de
que el aborto esté despenalizado no significa que éste sea obligatorio,
sino solamente que las mujeres pueden decidir si abortan o no.
Obviamente, quienes sinceramente
consideran que el aborto es como un asesinato, nunca recurrirán a él, y
desde su punto de vista hacen bien, pero el mismo derecho a decidir
tienen quienes piensan diferente.
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
No hay comentarios.:
Publicar un comentario