El
encumbrado empresario que decidió expresar abiertamente su sentir ante
Enrique Peña Nieto, a quien acudió en busca de apoyo, nunca pensó que
dar su opinión al Presidente y decirle que tenía que corregir el rumbo
de la política económica de su secretario de Hacienda porque estaba
“dañando al país y frenando a la economía con sus decisiones”, como la
reforma fiscal, fuera a costarle tanto.
Unas semanas después de que acudió a Los Pinos y se quejó del
trabajo del secretario Luis Videgaray, este empresario, de los más
importantes del país, vería cómo sus empresas comenzaban a recibir
citatorios y emplazamientos de la Secretaría de Hacienda que derivarían
en feroces auditorías para revisar su manejo fiscal y el pago de sus
impuestos. Decir lo que pensaba y haberle pedido al Presidente que
modificara su política fiscal y revisara el daño que su política
económica estaba causando a las empresas y al consumo, había tenido un
costo muy alto, una suerte de venganza que le llegó directamente desde
Hacienda como respuesta a sus cuestionamientos.
Tal vez el empresario, cuyo nombre se omite, no creyó que el
presidente Peña Nieto fuera a llamar de inmediato a Videgaray para
decirle no sólo de las quejas y denuncias del hombre de negocios, sino
que además el mandatario revelaría su nombre al señalado titular de
Hacienda y éste decidiría tomar represalias en contra de las empresas
del quejoso que, tratando de hablar por otros hombres del dinero, había
tenido el valor de ir a Los Pinos y acusar al responsable de la
política económica.
El caso de este importante empresario y de la venganza en su contra
ordenada desde Hacienda circula como moraleja y advertencia en los
corrillos financieros y empresariales del país para aquellos que se
atrevan a cuestionar la errática política económica del actual
gobierno.
Esto ha ocasionado que algunos especialistas, economistas y
empresarios prefieran reservarse su opinión o no expresarla en público,
de lo que consideran una fallida y confusa estrategia económica de la
administración Peña Nieto que ha reducido el crecimiento y ha frenado
la producción y el consumo en el año y medio de su gobierno.
Entre esas críticas que se expresan por lo bajo, la principal tiene
que ver con lo que algunos expertos consideran los tres graves errores
de Luis Videgaray que le han costado al país, a las empresas y a su
economía. El primer gran error de Videgaray, dicen, fue jugar con el
déficit de las finanzas públicas, que fue intocable durante los últimos
25 años en la política económica del país; y aquí ubican dos grandes
yerros: primero convenció al Presidente de que prometiera un déficit
cero, que era totalmente irreal y contrario a la salud de las finanzas
públicas, para luego, al percatarse del error del primer año, cambiar a
un déficit de 4.9% para este 2014, el porcentaje más alto de las
últimas décadas y que raya en la política inflacionaria.
Ese primer error de Videgaray con el déficit tuvo consecuencias
nefastas en el primer año de gobierno. Al cancelar cualquier
posibilidad de endeudamiento del gobierno, lo que hizo para salvar el
primer año fue modificar los porcentajes del gasto de inversión que
históricamente se utilizaban para financiar el desarrollo de la
producción e incentivar a las empresas. Es decir, que si del
presupuesto total federal casi 94% es gasto fijo y programado y
apenas 6% se destina al gasto de inversión, Hacienda se vio obligada en
el 2013 a echar mano de ese gasto de inversión para resolver
contingencias por su déficit 0 y al quitarle ese financiamiento a las
empresas provocó una sequía económica que padecimos todos en el
arranque de la administración.
A ese primer error se sumó otro igual de grave: la retención del
gasto público en casi todo el 2013 y el retraso en la ejecución del
presupuesto acentuaron la sequía para las empresas y proveedores del
gobierno, lo que impactó directamente en el gasto de esas empresas, el
cierre de plazas y generó incertidumbre. Y aquí vino lo que algunos
economistas consideran el tercer gran error de Videgaray: la
centralización total y absoluta de las decisiones de gasto y ejercicio
presupuestal que amarraron las manos a todas las dependencias del
gobierno federal y les impidieron ejercer sus presupuestos de manera
adecuada y fluida.
Todo eso se coronó con dos decisiones del secretario de Hacienda que
vinieron a rematar el mal desempeño de la política económica en el
primer año: la reforma fiscal que por decisión política le entregó al
PRD, con toda su cauda de afectaciones a las empresas, los nuevos
impuestos y la eliminación de deducciones, y lo que más irritó a los
contribuyentes de todos los tamaños, la imposición de un “pacto de
certidumbre fiscal” que eternizó esa dañina reforma fiscal para todo el
sexenio con su grave efecto de que provocó la caída del consumo y
aumentó el freno de la economía.
Hoy todo eso lo pueden sentir y palpar los mexicanos en el mediocre
crecimiento económico de este 2014 que ya fue recortado en dos
ocasiones y que apenas el viernes el Banco de México anunció que podría
bajar todavía más su expectativa de crecimiento. Mientras
Luis Videgaray ofrece que el crecimiento vendrá en el 2016 y que las
reformas harán el milagro en los próximos años, y mientras el
presidente le cree ciegamente, empresarios, trabajadores y mexicanos en
general se preguntan desesperados ¿y cómo hacemos para resistir hasta
el 2016 sin perecer en el intento?
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