CRISTAL DE ROCA
Mi hija y yo caminábamos por la calle cuando nos topamos con cuatro trabajadores de la construcción que, tras saludar educadamente, nos desvistieron lascivamente con la mirada a lo largo de toda una cuadra.
“¿Qué se puede esperar de unos albañiles?”, me dijeron cuando relaté la experiencia.
Cuatro hombres, dos de ellos pertenecientes a la élite política de la Ciudad de México y al partido conservador del país (PAN), abusaron sexualmente de una mujer en Brasil, al tocarla en sus partes íntimas.
“Es que son unos juniorsitos con poder”, me dijeron cuando comentaba la noticia.
A un piloto mexicano de Fórmula Uno le preguntaron sobre la piloto escocesa Susie Wolff. Tras opinar que le parecía muy bien que las mujeres pudieran entrar a ese “mundo tan difícil”, afirmó: “No esperemos grandes cosas de ella... imagínate donde te gane una mujer, ahí sí ya es el colmo, mejor que se vaya a la cocina”.
“Es una mala broma”, me dijeron. Sacaron de contexto sus palabras, explicaron. A mí no me hizo ninguna gracia, claro. No me pareció un chiste en absoluto. Y, como dice mi amiga Karla, ¿en qué contexto estaría bien decir que el lugar de una mujer es la cocina?
Todos estos sucesos, sin excepción, reflejan el machismo imperante en todo su esplendor.
Las tres anécdotas tienen varias cosas en común: Los protagonistas son hombres que asumen que las mujeres somos objetos para su placer sexual (así sea visual), y que creen que nuestro lugar si no es en la cama es en la cocina.
No depende de la clase social, ni de la educación formal, ni de la élite económica, política, deportiva o cultural a la que se pertenezca. Aquí y en China, los hombres que piensan, hablan y se comportan como seres superiores a las mujeres, y que de distintas maneras nos tratan como objetos de placer o de servicio, son machistas.
Por cierto, las mujeres que avalan esas conductas, también.
Y cuando socialmente esos comportamientos se apoyan, se disculpan, se les resta importancia, estamos frente a una sociedad machista que justifica la violencia contra las mujeres.
No todo está perdido, claro. Los movimientos de mujeres han trabajado muy arduamente los últimos 50 años para desautorizar, deslegitimar y deslegalizar la violencia contra las mujeres.
También hay muchos hombres que han aprendido que otro modo de ser hombre es posible; uno en el que su masculinidad no esté anclada a la superioridad y la violencia contra nosotras.
Pero, evidentemente, esos cambios aún no son los suficientes. ¿Qué hay que hacer?
Para empezar, lo indicado es no justificar, no excusar, no minimizar cada acto machista. Por inofensivo que parezca, el machismo no es inofensivo. El machismo es violento.
Entre el señor que afirma que nuestro lugar es la cocina, los hombres que desvisten con su mirada, y los que abusan sexualmente de una mujer, no hay más que matices.
Y ante la violencia lo conducente no es levantar los hombros y sentarnos a esperar. Sino redoblar esfuerzos para que esas acciones sean la excepción y no la regla, y para que bajo ninguna circunstancia, como sociedad, las disculpemos.
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com.
*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Cecilia Lavalle*
Cimacnoticias | México, DF.-
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