Carlos Bonfil
Crónica de un anhelo.
Desde hace 30 años el realizador alemán Edgar Reitz, antiguo
colaborador de Alexander Kluge, ha elaborado una ambiciosa radiografía
histórica de Alemania, centrada en una familia y en la visión mítica de
un pueblo de su provincia. El microcosmos elegido es Heimat
(vocablo que designa a la vez patria, nación, terruño u hogar), un
territorio explorado a lo largo de tres series televisivas (de 11, 13 y
6 episodios entre 1984 y 2004), que alude a episodios de la historia
alemana después de la Segunda Guerra Mundial.
Su película más reciente, La otra patria (Die andere Heimat: chronik einer Sehnsucht,
2013), no es la continuación de la saga aludida, sino un novedoso
regreso a los orígenes del proyecto, una suerte de arqueología mítica
del recuerdo y la nostalgia. Un poco a la manera de esos regresos que
imagina cierto cine contemporáneo a la magia de la materia primigenia,
esa imagen silente que mucha gente desdeña o ha olvidado en beneficio
de una modernidad audiovisual interactiva.
La otra patria relata la historia de un anhelo: la obsesión
del joven Jakob Simon (Jan Dieter Schneider) por abandonar, a mediados
del siglo XIX, su terruño en las cercanías del Rin para aventurarse,
como miles de sus compatriotas campesinos a una tierra prometida con
amaneceres radiantes y un sol tiránico y bienhechor, donde no se conoce
ni el hambre ni la nieve: un territorio cuya primera escala es Río de
Janeiro y su destino final, emblemático desde el nombre, Porto Alegre.
Desde su factura el filme recupera un lenguaje visual primitivo.
Filmado en blanco y negro, con irrupciones cromáticas elegantemente
calibradas (fotografía espléndida de Gernot Roll), el relato de casi
cuatro horas de duración transcurre en su totalidad en el pueblo
imaginario de Schabbach, situado en Hunsrück, región natal del
realizador.
Además del sueño romántico de Jakob, inquieto autodidacta que devora
crónicas de viaje, novelas y tratados lingüísticos, la película refiere
el ritmo cotidiano de las faenas agrícolas del lugar, mismas que el
protagonista desdeña para desesperación de su familia. Nada interfiere
con su proyecto aventurero, ni la infatuación amorosa que para él
semeja un lenguaje exótico ni tampoco la incipiente revuelta campesina
contra el dominio feudal y las injustas tasas impositivas. Su eventual
adhesión a una causa revolucionaria, de inspiración francesa, se
confunde más con un libertario espíritu de evasión que con un
compromiso real con las causas de los suyos. Atrapado en un mundo de
privaciones e incertidumbres, amenazado por el hambre y la miseria, y
por las calamidades sanitarias (brotes incontenibles de difteria), que
azotan a la población, en particular a los niños, Jakob opta por un
destino heroico en el mítico El Dorado de la abundancia. Para su
individualismo tenaz el ciclo de oportunidades vitales se ha cerrado en
Schabbach; para él, como para el poeta Rimbaud años más tarde, la vida
está en otra parte.
El
aliento épico de la cinta remite a las sagas de viajeros con rumbo a
tierras ignotas, embellecidas por la imaginación, impulsados siempre
por el desasosiego espiritual, el hambre y la ambición, y cuyo
memorable huella fílmica está, entre otras empresas artísticas, en
cintas como Los emigrantes (1971) y La nueva tierra (1973), del sueco Jan Troell.
En el caso de La otra patria, sin embargo, el éxodo
colectivo tiene como contrapartida esencial la búsqueda espiritual e
intelectual del propio Jakob, cuyas ambiciones, sinsabores y
desaciertos, llevan al protagonista a sintetizar en su persona algo de
la propia reconfiguración espiritual e histórica de Alemania. Como dato
curioso cabe señalar la presencia episódica en el filme del otro
aventurero, el cineasta Werner Herzog interpretando al barón Alexander
von Humboldt.
Como en las cintas anteriores del cronista agudo que es Edgar Reitz,
su nueva empresa es una exploración a la vez individual y colectiva. La
mirada obsesiva de Jakob a esa patria ajena, llena de color y rebosante
de vida, sólo le obliga a volver la vista, más enriquecida aún, al
viejo terruño frío y gris del que han surgido todas sus inquietudes.
La otra patria es, como toda crónica relevante, la
exploración de una vieja historia de mudanzas y frustraciones que, de
algún modo, sigue siendo el espejo fiel de nuestras migraciones.
Se exhibe en la Semana del Cine Alemán. Cineteca Nacional. Martes
19, 16:30 horas; miércoles 20, 19 horas; viernes 22, 14:30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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