El salario mínimo en México es de apenas 148 dólares mensuales, es el más bajo de América Latina.
El
Jefe de Gobierno del DF, Miguel Mancera, en compañía de la secretaria
del Trabajo, la feminista Patricia Mercado, y personalidades de la
CEPAL, en ocasión al Foro Internacional Salarios Mínimos, Empleo, Desigualdad y Crecimiento Económico,la
semana pasada abrieron un debate largamente silenciado en el país: La
función de los salarios mínimos (SM) en la recuperación y mejoría de
las condiciones de vida y de consumo de las y los trabajadores
mexicanos.
Debate sin duda fundamental ahora que el “futuro
promisorio” está a las puertas de todos los mexicanos “gracias a las
reformas estructurales” recién promulgadas. Aunque hasta ahora el
presidente Enrique Peña Nieto, sólo ha ofrecido una baja gradual en las
tarifas de gasolina y gas natural. Lo que equivale prácticamente
ofrecer a la ciudadanía cuentas de vidrio a cambio del ingente valor de
los recursos naturales (agua, hidrocarburos, minerales) entregados a
los inversionistas nacionales y extranjeros.
Los argumentos
ofrecidos por los promotores del debate son contundentes y sólo los
reseñamos: De una parte señalaron la importancia del SM en las
percepciones y condiciones de 7 millones de personas (14% de la PEA
ocupada) resaltando la función de parámetro-ancla que ha jugado en las
estrategias de contención inflacionaria desde hace mas de treinta años,
además de ser la variable de indexación para las prestaciones sociales
(fondo de vivienda, salud, crédito, jubilación, etc.) de la población
asalariada (67% de todos los que laboran).
El sentido político
de esta llamada de atención del responsable de gobierno del DF sobre el
SM, puntualmente sincronizada con la alharaca en torno las reformas
estructurales recién promulgadas, es poner sobre la mesa un tema
olvidado, soslayado o francamente silenciado, en torno al modelo de
crecimiento seguido por los gobiernos priístas y panistas desde los
años noventas, en que se inician dichas reformas. Y es poner cara a
cara saldos sociales frente a las promesas. La propia Patricia Mercado
en entrevista a Canal Once lo puso en estos términos: “El salario mínimo no estaba
en la agenda de grandes reformas económicas; pero la realidad nos
obliga a encarar esta que puede ser llamada, la primer reforma
estructural para la igualdad en México”.
Esa realidad es
que el crecimiento promedio anual del SM medido en pesos, ha sido de
dos pesos anuales entre 1994 y lo que va de 2014. A contrapelo de lo
que ha ocurrido en otros países latinoamericanos como Brasil Perú y
Uruguay donde crecieron 3% anual en los últimos años; y de Chile y
Costa Rica donde lo hicieron a 2%, México fue de los países de las
región donde los salarios reales sufrieron incluso reducciones en los
últimos años (OIT Informe Los salarios en el Mundo 2013) compartiendo
la misma situación de Nicaragua, El Salvador y Honduras que son los
países más deprimidos económicamente hablando en el subcontinente.
Brasil
por caso ha mantenido una estrategia de revaloración del SM desde hace
20 años, acelerada desde 2005 por los gobiernos del PT como parte de la
estrategia para recuperar el mercado interno a través del consumo
doméstico. Esta misma estrategia siguió durante la llamada Gran
Recesión (2009-2010) haciendo de la política salarial un estrategia
anti cíclica de la crisis. Por el contrario en México el SM se ha
mantenido sistemáticamente a un nivel por debajo de la inflación
usándose como ancla en el crecimiento de precios, debido al arrastre
del mismo en las prestaciones sociales.
Además de que los
salarios bajos han sido una palanca sistemáticamente activa para
mantener la plataforma exportadora mexicana. El SM en México de apenas
148 dólares mensuales, es el más bajo de América Latina, aunque la
relación del PIB per cápita es de las más altas de la región, de
suerte que de acuerdo a las estimaciones de PIB el crecimiento del
salario mexicano debiera ser 165 veces mayor que el actual pasando en
la “Zona A” de 67.3 a 178.3 pesos. Por el contrario nuestro país ha
mantenido el SM más bajo de toda la región desde 1995 y lo peor es que
su tendencia es decreciente.
Con frecuencia se afirma desde los
centros de poder político y económico mexicanos que no se debe subir la
tinta respecto al estatus del SM porque “es muy poca la población
ocupada que los percibe”. Pero una mirada a los salarios industriales
puede servir para mostrar cómo el ancla a los SM repercute sobre el
resto de las percepciones salariales.
En 2001, los salarios
manufactureros en México eran cuatro veces más altos que en China, para
fines de 2013 los salarios mexicanos están ya por debajo de los de
China, razón por la cual las exportaciones mexicanas – se dice- “han
recuperado competitividad” en el mercado norteamericano. Según
Kamil,H.,y Zook, J (2013) los salarios del sector manufacturero chino
medidos en dólares crecieron casi 20% anual entre 2003 y 2011, lo cual
refleja tanto el crecimiento nominal de los salarios como la
apreciación de la moneda china. En el sector manufacturero mexicano,
por el contrario, los sueldos promedio se han mantenido relativamente
estables en dólares, debido a un crecimiento salarial manufacturero
moderado (1.2%) y a la subvaluación del peso.
Recordemos que a
mediados de los 90, México adoptó una estrategia de desarrollo
exportador con la firma del TLCAN, ofreciendo una expectativa de
crecimiento a tasas por arriba del 6% anual y crear con poco más de
millón y medio de nuevos empleos.
Como sabemos estos cálculos
optimistas se estrellaron ante los arrecifes de la falla fiscal de la
economía estadounidense que se ha mantenido a baja tasas de
crecimiento, aún cuando la sociedad de este país vecino con nosotros le
ha sido altamente rentables. Ya que maquila, pos maquila y localización
de la Inversión Extranjera Directa estadounidense hacia los seis
estados fronterizos de México (BBVA-Bancomer y CONAPO, 2013) más la
importación de mano de obra barata a través de la emigración mexicana
estimada en 11.9 millones de personas según CONAPO, ha sido muy
funcional para mantener niveles de competitividad en la economía
norteamericana, logrando también y inhibir el crecimiento de los
salarios en Estados Unidos, o incluso presionarlos a la baja en ciertos
segmentos del mercado (construcción, servicios personales, algunas
manufacturas).[1]
Por
la contraparte mexicana este modelo “maquilador” y la propia emigración
masiva que ha desatado, han servido para despresurizar el mercado de
trabajo mexicano y generar un sector exportador conformado por poco más
de 5 mil establecimientos manufactureros que proveen empleos a poco mas
de dos millones de personas. A esto se agregan los ingresos por remesas
de la mano de obra mexicana emigrante, que en varios años han sido la
segunda fuente más importante de ingreso de divisas del país, solo
después de los ingresos petroleros (2007 y 2012) y que en conjunto
alcanzan un mayor nivel que la IED norteamericana que ingresa
anualmente a México.
En este sentido ambos países – con todas sus distancias y diferencias- han uncido su carro al del vecino,
por lo que muchas de sus dinámicas económicas, demográficas y
culturales, sólo pueden comprenderse y enfrentarse traspasando
fronteras.
Pero los motores del crecimiento económico y de las
fuentes de divisas que sustentan el nuevo modelo de desarrollo
mexicano, descansan fuertemente en el factor trabajo barato
en tres vertientes: a)El valor nominal del trabajo ha sido una de las
anclas deflacionarias internas y base de la competitividad
internacional. Según el INEGI, el factor trabajo ha pasado de
representar 40.7% del valor del PIB en 1980, a 28.6% en 2006 y 27.8 en
2010. b)La industria maquiladora de exportación, pos maquila, o
industria de Bienes de Procesamiento como se ha rebautizado a
las empresas subcontratadas para la maquila o ensamble de productos, se
sustenta en bajos salarios y subcontratación (outsourcing); y c)La exportación masiva de mano de obra barata que envía al país anualmente divisas equivalentes al 20% del PIB.
Por
otra parte, la productividad de la economía mexicana ha descansado
fundamentalmente en el trabajo. Durante el período 1994-2010 el PIB por
habitante creció a una tasa de 0.95%, el crecimiento de la
productividad del trabajo fue de 0.76%, y la diferencia fue aportada
por un aumento en las tasas de participación de la población en la
fuerza laboral, 0.18% (Romero, J. COLMEX 2011)
Con todo, en la
primera década del nuevo siglo México es uno de los países con bajo
crecimiento de América Latina, a pesar de que se ubica dentro de los
países más abiertos a los flujos financieros y comerciales, ya que
actualmente los tratados de libre comercio firmados por México con el
resto del mundo cubren países que representan 80% del comercio mundial.
Aunque a diferencia de los países del Cono Sur no ha diversificado sus
relaciones comerciales con países emergente, como son: China, la India
y Corea del Sur.
La economía mexicana ha permanecido
monetariamente estable desde el año 2000, con tasas bajas de inflación
y altos niveles de reservas en dólares como lo indica el decálogo de
las políticas de ajuste, pero apenas si ha crecido. Paradójicamente,
México es el exportador número uno de manufacturas en América Latina
(preponderantemente televisores, refrigeradores y automóviles);
duplicando el valor de sus exportaciones de 166 mil millones en el año
2000, a 370.9 mil millones en 2012. Estados Unidos es el mercado de 85%
de sus exportaciones equivalentes a casi 24% del PIB mexicano. Pero en
términos de ingreso salarial, la población mexicana ha perdido 73% de
su poder adquisitivo.
A esto se suma la polarización de las
condiciones de ocupación que se presenta en varias líneas de división
entre los tipos de ocupaciones; entre la población ocupada protegida
por la seguridad social y la no protegida; los trabajadores y
trabajadoras con representación sindical y los que carecen de ella; los
trabajadores permanentes y los temporales; los que tienen condiciones
laborales aceptables y los que se encuentran en condiciones críticas de
ocupación.
En este panorama ha estado también presente, la
flexibilidad numérica en las jornadas de trabajo y en el ajuste de
personal, a través de empleos temporales sin protección social, empleos
externalizados o subcontratados y trabajos atípicos[2].
En
adición, por el carácter de la estructura demográfica y el limitado
efecto de los sistemas de jubilación, encontramos tres generaciones de
mexicanas y mexicanos actualmente en el mercado de trabajo, por lo que
la segregación ocupacional y laboral también arroja resultados no sólo
entre mujeres y hombres, sino entre cada uno de los sexos en razón a
los grupos de edad. Todo ello abona a la existencia de una alta
complejidad en las brechas de desigualdad en el mercado de trabajo y a
una gran situación de injusticia social.
Además de los bajos
salarios, los ingresos de las y los trabajadores mexicanos se ven
también afectados por el sistema impositivo que desde hace más de
treinta años ha dejado de ser progresivo en relación a los ingresos y
la renta percibidas, para centrarse en los impuestos indirectos (IVA).
En tanto la tasa promedio de impuestos (sumando Impuesto sobre la Renta
(ISR), contribución a la Seguridad y la vivienda en el caso de tener
derechos) suma un porcentaje cercano al 25%, por lo que una cuarta
parte de cada peso que ganan estos trabajadores van a las arcas
fiscales.
La desigualdad de los salarios por regiones, afecta
tanto a trabajadores calificados y no calificados. Mientras en la zona
fronteriza del norte se presenta un salario promedio por encima del
nacional así como una menor desigualdad entre asalariados, en el resto
del país los promedios son por debajo del mismo y la desigualdad es
mayor. En las zonas del sur, se registran los premios salariales
educativos mas bajos.
Por eso hoy que desde los centros de poder
celebran la conclusión de las reformas estructurales “que el país
necesita para crecer” no se puede, ni se debe soslayar el debate sobre
la recuperación salarial que es, como señaló Patricia Mercado, la
reforma estructural para superar la desigualdad.
[1] Anuario de Migración y Remesas, 2013. BBVA-Bancomer-Consejo Nacional de Población, 2013.
[2] El término atípico se aplica a las ocupaciones que no se encuadran con el modelo de trabajo estándar que llego a ser el tipo ideal del salariato (Castel,
R, …) Es decir empleo no industrial, no estable, no necesariamente
subordinado a un solo patrón y empresa, en lugar fijo y a jornada
completa. Y tampoco a tiempo indeterminado. El trabajo atípico es el
nuevo trabajo flexible no subordinado a un solo patrón o integrado a
una sola empresa; sin contrato establecido o con contrato temporal, sin
jornada completa. Ejemplos de trabajos atípicos son: trabajos a tiempo
parcial, sin horario determinado; por llamada, por obra, a domicilio,
con agencias de contratación, por contratos de prueba, estacionales,
venta callejera o casa por casa, pago por comisión o con mercancía.
Ver Pacheco, E., De la Garza y Reygadas (coord.) Trabajos atípicos y
precarización del empleo. El Colegio de México, 2011.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario