Thomson Reuters Foundation junto con YouGov dio a conocer la semana pasada las ciudades del mundo con sistemas de transporte público más peligrosos para las mujeres, revelando que de las 16 metrópolis donde se llevaron a cabo las encuestas, la Ciudad de México ocupa el segundo puesto en mayor peligrosidad después de Bogotá.
En Ciudad de México, el 64% de las mujeres encuestadas dijo que habían sido toqueteadas o experimentaron algún tipo de acoso en el transporte público, según el informe de la Fundación.
Las variables utilizadas al momento de hacer las encuestas para medir el grado de vulnerabilidad al que se enfrentan las mujeres en su diario traslado por las grandes urbes fueron: la seguridad en la noche al viajar solas, el acoso verbal, el acoso físico, la seguridad en la ciudad, la respuesta pública al abuso y la confianza en las autoridades.
En todos estos aspectos las calificaciones de las mexicanas evidenciaron la mínima seguridad que sienten en su ir y venir en la ciudad, mostrando que seis de cada diez mujeres han vivido algún tipo de acoso físico y/o verbal. Resulta que la libre circulación por las calles está vedada a las mujeres, la ciudad como espacio público le es arrebatado al sufrir de acoso en el transporte, en las avenidas, o por el temor latente a vivir algún tipo de violencia en cualquier momento. Esta situación nos plantea las preguntas:
¿Quién tiene derecho a la ciudad? ¿a desplazarse por sus calles, parques, rutas de transporte? ¿qué hace que una ciudad le pertenezca o no a las mujeres? ¿de qué manera las mujeres se apropiarían de su ciudad? ¿cómo incidir en la calidad del espacio habitable de las mexicanas?
Las grandes distancias entre distintos puntos de la Ciudad de México junto con la centralización de los centros laborales en el Distrito Federal requieren del uso de diversos medios de transporte como medio de conexión entre un punto y otro, siendo las mujeres las principales usuarias de los mismos para llegar a sus espacios laborales, desde su entrada masiva en la década de los 60 del siglo XX al mercado de trabajo formal.
Es desde esa época y con mayor fuerza a partir de los 80s con el deterioro económico durante la presidencia de Miguel de la Madrid que ante el aumento de los precios de los bienes de consumo básico y menores ingresos se hace necesario dentro de una estructura tradicional que las mujeres trabajen fuera de casa, lo cual genera que las mujeres asuman su condición de sujetas de derecho junto con una consciencia ciudadana más completa al verse como parte integral de la sociedad fuera del ámbito doméstico.
Esta integración masiva de las mujeres al ámbito laboral genera que circulen en las calles con mayor frecuencia y a la par utilicen distintos medios de transporte para llegar a sus destinos lo cual marca un quiebre en la estructura tradicional en donde las mujeres se encuentran en el ámbito de lo privado para pasar a ocupar el espacio público dominado por los hombres.
Si las nuevas y diversas dinámicas laborales, así como aquellas de socialización generan que las mujeres transiten en el espacio público con mayor libertad, la violencia ejercida contra las mujeres en las calles provoca que elijan permanecer más en sus hogares a ciertas horas del día, e inhibe su plena libertad, lo cual no sólo las relega al espacio de lo doméstico sino también las aleja de espacios sociales de creación y esparcimiento, de crear redes con otras personas, con otras mujeres.
La sistemática violencia contra las mujeres o la sola posibilidad de ella se constituye como una forma de control. De esta manera la violencia en las calles contra las mujeres es tan sólo parte de un eslabón aún más grande en la cadena de violencias ejercidas que deviene en su forma más extrema en feminicidio.
El temor a vivir cualquier clase de violencia fuera del hogar, aunque también dentro se cometen todo tipo de violencias, contribuye a mantenerlas confinadas a lo doméstico, siendo así que su jornada laboral en su espacio laboral fuera de casa o dentro de la misma se extiende alejándola de toda forma de vida social fuera de la casa, por temor a salir por la noche sola o regresar tras una fiesta o cualquier otra actividad a altas horas de la noche por sentirse vulnerable.
Para una mujer tener que quedarse en casa debido a que la ciudad es peligrosa, se traduce en trabajo porque la casa es precisamente dentro del estereotipo, su lugar de trabajo. El tiempo que pasa en casa no es como lo es para el hombre "tiempo libre", sino más bien trabajar enteramente. Incluso estar en frente de la televisión para una mujer no es como estar en el cine, ya que si suena el timbre de la puerta debe responder, si los niños están enfermos ella es la que debe cuidarlos. mantiene un ojo en el televisor y otro sobre los niños enfermos.
Como señalara Giovanna Franca Dalla Costa la mujer junto con su presencia física en el hogar contribuye a la reproducción emocional y psicológica de los otros componentes de la familia. Su propia presencia es trabajo.
Para evitar toda clase de violencia contra las mujeres muchas de las veces se ha apostado por un sistema de transporte público segregado en donde hombres y mujeres se encuentran separados lo cual no me parece la solución pues si bien en un primer momento pretende crear una sociedad paralela para las mujeres, es un mero paliativo pues no se ataca el problema de fondo que es el del acceso a las mujeres al espacio público.
Pese a que según lo publicado por la fundación Thomson Reuters el 70% de las mujeres encuestadas dijeron que se sentirían más seguras en áreas destinadas sólo para ellas en autobuses y trenes, como se ha hecho en la Ciudad de México no es suficiente, pues se tiene que atacar el problema de raíz al construir aparatos legales que sancionen eficazmente cualquier tipo de abuso hacia las mujeres así como informar de sus derechos a las usuarias de los sistemas de transporte como ha sido el intento desde 2008 cuando se creó el programa interinstitucional Viajemos seguras en el transporte público de la ciudad de México.
Estos intentos de construir aparatos de denuncia pese a sus buenas intenciones suelen tener métodos largos y complicados a la hora de denunciar y en suma muy pocas veces se logra un sentido de comunidad entre los pasajeros que apoye a las mujeres afectadas lo cual en vez de animar a otras a encarar a los agresores las llega a silenciar.
Son necesarias medidas integrales por parte del Estado no sólo dentro del transporte público puesto que al salir del mismo sigue el acoso en las calles que permitan que las mujeres hagan suya su ciudad como plenas ciudadanas en el ámbito de lo público.
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