De pasos y trascendencias
“Que los que matan, mueran de miedo”. Joaquín Sabina
El 20 de noviembre la amenaza se convirtió en hecho. La represión dejó
de ser un rumor en las calles y no fue más el miedo de los padres que
nos vieron salir a marchar; pasó de ser una posibilidad en el
imaginario a ser un hecho concreto para abandonar su añejo lugar en los
libros de historia y materializarse ante los ojos que lagrimeaban por
el gas y que se deslumbraban con las bengalas que nos acusaban, los
oídos que ensordecían ante los estallidos de las balas de goma y los
cartuchos de lacrimógeno y las piernas que corrían temblorosas para
escapar de los granaderos.
La noche del 20 noviembre dejó
atrás en cuestión de pocos minutos la alegría de una manifestación
absolutamente pacífica, para convertirse en la ventana al miedo. Las
calles que por la tarde olían a copal, al perfume de la abuela que
salió a pedir que no le desaparezcan a sus nietos, a batucada y a rosas
blancas, se impregnaron del fuerte hedor de la adrenalina. Pasamos de
las consignas por México, a la súplica por la no violencia y de ahí a
los gritos de terror. La gente, al escuchar los primeros estallidos del
gas y los golpes en el suelo de los escudos de los granaderos, transitó
del miedo, a la sorpresa y de ésta a la indignación, para regresar al
miedo.
Los que no estaban ahí y sólo podían “saber” de lo
que estaba pasando a través de la televisión, únicamente veían a los
violentos. Las imágenes pavorosas mostraban bombas molotov, gritos,
policías “cumpliendo con su deber”; pero no dejaban ver lo que en
realidad estaba sucediendo: una manifestación pacífica que paso a paso,
construía no sólo un México mejor, sino un mundo mejor, con mejores
personas; que estaba siendo reprimida con toda la injusticia que
implica el uso irracional de un Estado atemorizado y sin posibilidad de
brindar soluciones.
Esa noche de amenazas cumplidas,
ellos creyeron ganar; pero se equivocaron. Esa noche, como la aurora
boreal ilumina la obscuridad y juega con ella, la sociedad civil tomó
fuertemente de la mano a su miedo y cobró una fuerza que no había
terminado de eclosionar. Así, optamos por no regalarles nuestro miedo y
aceptar la apuesta. En ese momento dejó de importar el riesgo si la
recompensa era la revelación de la putrefacción y el renacimiento de un
pueblo que empieza a dejar de andar de rodillas, para ponerse en pie y
apropiarse de su voz y de su capacidad de acción.
Ese día
nos dimos cuenta de que el toletazo era un costo bajo frente a lo que
se está jugando. La sociedad no dio paso atrás y asumió lo que Dylan
Thomas dijo alguna vez, “no entres dócilmente en esa buena noche…;
enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz”.
Y nos
enfurecimos, y decidimos no ser dóciles. Y ante la eminente extinción
de la luz en este rincón del mundo, los que no lo habían hecho, se
unieron para encender una llama lucha, esperanza y solidaridad.
Defendimos a los detenidos, reclamamos justicia y lo logramos. No
permitimos que se nos fueran 11 más. Los que habían guardado silencio
gritaron a los 31 y a los 17 que el Estado se llevó con Cocula, a los
300 de Allende y los miles que, estén desde donde estén, piden por que
logremos que no nos falte uno más.
No es poco lo que se
ha logrado. Hemos desmontado el teatro de las falsedades, de las
corruptelas, de la impunidad, de las alianzas perniciosas, del desfalco
al pueblo, de la ineptitud, de la impunidad y de la complicidad del
silencio y la apatía en la que hemos estado inmersos.
No
son menores nuestros pasos. Cada quien, desde su trinchera, ha logrado
el gran mérito de despertar la conciencia y agitar el corazón. Los
artistas tomaron Bellas Artes para hacer de ella el escenario del
quehacer artístico consciente y comprometido; se cumplió a la letra la
consigna de “arte y cultura contra la dictadura”. Hicieron imposible
ser invisibles. La energía y el amor que emanaba de cada cruda
pincelada, de cada danza desgarrada y de cada pieza intervenida con la
rabia que mueve al corazón, lograron penetrar a los transeúntes que
atestiguaban y que poco a poco se convertían en actores de la
construcción de un México vivo. Los corredores hicieron kilómetros por
los 43 y recorrieron el mismo camino que las marchas para dejar en cada
gota de sudor un testigo de que nos movemos fuerte y claro. Cientos de
niños en sus escuelas se han manifestado, han opinado, han cuestionado
y han exigido un mejor lugar para crecer. Profesores se han organizado
en jornadas de discusión y análisis. Los obreros se han hecho escuchar
en sus centros de trabajo. Los intelectuales reaccionaron para dejar la
comodidad del escritorio y la seguridad de la postura orgánica, para
cumplir con su más alto compromiso: pensar la realidad y decirnos la
verdad. Y así, miles de mexicanos en distintas formas, en diferentes
espacios de la sociedad, han decidido informarse, inconformarse e
incorporarse a un nuevo entender de nuestro deber en la construcción
del México que deseamos.
Ni la casa, ni el show business,
ni el miedo infundido han acallado a la conciencia, al arte, a las
voces, a los pensamientos y a la irrefrenable necesidad de hacer algo.
Gracias a las claras sabiendas de lo que viene y a la burda
representación de lo obvio, cada día se suman más a esta inercia
imperativa que busca crear frente a la destrucción.
El
camino, como se ha recorrido en los últimos días, es la creación, la
educación, la participación, la indignación, la información y la
solidaridad. Hoy es clara la certeza de que no hay más camino que la
paz y la lucha desde la conciencia.
Sí que hay violentos,
sí hay infiltrados, sí hay corruptos, sí hay coludidos; pero somos más
los que creamos en lugar de destruir. Sin duda, somos infinitamente más
los que amamos, que los que odiamos; somos una marabunta hambrienta los
que creemos en que tras el otoño viene el renacer y que para ello,
debemos trabajar; somos la mayoría los que estamos ciertos de que cada
paso vale y trasciende y estamos dispuestos a darlos.
Ahora viene un proceso intenso y de resistencia, en donde deberemos se
más proactivos y propositivos. Llevamos ya 6 marchas, que sin duda
alguna cada vez han convocado a más gente y han conseguido el respaldo
de la opinión pública internacional. Pero la marcha ya no será
suficiente.
La historia requiere más que discursos y
valerosas acciones públicas de oposición. La sociedad, su movimiento,
su propio crecimiento merece un paso más adelante. La apuesta deberá
apuntar a la trascendencia y esa se alcanza con la huella de la acción
transformadora y revolucionaria. La revolución que no destruye, sino la
que construye y que por ello pasa de generación en generación; la
revolución que edifica democracias sustantivas cargadas de sentido y
valores; la revolución que no se agota con la simple rotación de las
élites en el poder. La re–evolución de los #43 deberá construirse desde
la reconstrucción del sentido humano, ese que es incluyente, justo,
universal, digno y fraterno.
Hoy, más que nunca antes,
debemos plantearnos la educación revolucionaria que Freire enarbolaba
como el mecanismo único de salvación verdadera y pase infalible a la
libertad. Hoy nos corresponde salir a las calles a informar, a
compartir, a luchar contra el monopolio de la desinformación e
ignorancia de las televisoras.
¿Por qué no plantear
jornadas educativas en nuestras colonias, entre los menos que menos
saben de lo que ocurre (cualquiera que sean ellos), entre los que
tienen menos herramientas para decidir y defender sus derechos? ¿Por
qué no pensar en un plan de acción que contemple la educación en
derechos y obligaciones cívicas? ¿Por qué no construir desde el amor un
diálogo que nos alimente a todos y nos ayude a definir el camino que
queremos transitar, así como el nuevo pacto social? Tomemos las calles
ahora para discutir, para reflexionar, para analizar. Hagamos de los
mercados las nuevas ágoras, de las plazas públicas espacios de catarsis
y de creación, de los parques lugares donde aprendamos a proponer.
¡Hagamos, hagamos, hagamos!
¿Cómo hacer para expandir la
conciencia, más allá del discurso? Las manifestaciones pronto empezarán
a diluir su impacto. Hoy necesitamos contar con un nuevo proyecto de
nación construido desde las más puras aspiraciones democráticas y
edificado desde abajo para lograr que su estructura sea sólida y pueda
brindar las respuestas que hoy buscamos.
En este momento,
la creatividad debe ser prioritaria: ¿Qué pasaría si hiciéramos una
sentada monumental como la del 15M de hace pocos años en Madrid?, ¿O
nos instaláramos afuera de las casas y oficinas de nuestros
“políticos”?, ¿Qué sucedería si un día todos nos atreviéramos a no ir
al trabajo?, ¿Qué generaría que una mañana todos detuviéramos nuestros
autos durante algunos minutos y saliéramos de ellos para pasar lista a
los 25 mil desparecidos?, ¿Y si no declaramos impuestos hasta que las
fosas anónimas tengan nombre y cada uno de los delincuentes que tenemos
por gobernantes estén en la cárcel?, ¿Sería muy grave leer las leyes y
exigir su cumplimiento?, ¿Estaríamos dispuestos a actuar cívicamente de
manera cotidiana como mecanismo de protesta activa? Quién sabe... La
creatividad siempre en el sendero de la paz, que es la única manera que
tenemos para legitimar nuestro actuar, debe ser la que nos guíe y sea
el motor que impida que nos cansemos y ellos se sientan cómodos.
Trascender implica hacer. ¿Hasta dónde queremos llegar? ¿Estamos
dispuestos a que esto quede en el anecdotario de las trabas que ha
sufrido el poder o seremos recordados por ser aquellos que iniciamos el
nuevo sendero por que transitaran nuestros hijos? Hoy ya es momento de
pensar más allá y accionar más acá.
En fin, no perdemos la
esperanza y mientras hayan sonrisas como las que se expresan en los
actos ciudadanos que estamos atestiguando, en la medida que hayan niños
que con fe acompañan a sus padres, en tanto no le demos camino abierto
al miedo, como siga el arte haciendo conciencia, siempre que sigamos
creando y en tanto haya aliento, a México le viene la Revolución de los
#43; esa que se hace desde la paz, el amor, la conciencia, la
solidaridad y la sabiduría. Mientras tengamos eso, tenemos futuro.
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