“Recuerdo
que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío,
pregunté en voz alta: “¿Quién anda por ahí?” Y la voz de una criada
recién llegada de su pueblo contestó: “No es nadie, señor, soy yo”.No
sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y
fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes.
No quiero decir que los ignoremos o los hagamos menos, actos
deliberados y soberbios. Los disimulamos de manera más definitiva y
radical: Los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en
hacer de Alguien, ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace
cuerpo y ojos, se hace Ninguno…”: Octavio Paz en El laberinto de la
soledad.
“¿Puede hablar el sujeto subalterno?”. Gayatri Spivak.
Pareciera
la escena de una obra de teatro de denuncia. Podría haberla escrito
Rosario Castellanos en Balún Canán, cuando describía los tonos y actos
despóticos de los terratenientes chiapanecos contra sus trabajadores,
en los años cincuenta. Como si el tiempo se hubiera detenido, en lo que
nunca debió existir. Una cocina. Una voz de mujer increpa a otra mujer.
La primera voz corresponde a ese personaje que suele llamarse “la
señora de la casa”. La segunda voz corresponde a ese personaje que
suele llamarse “la trabajadora del hogar”. No sólo se le llama así, no
sólo: “La sirvienta, la criada, la mucama, la fámula, la chacha, la
gata”. Y esa palabra -en principio- tan bonita: “Gata”, se convierte
en un insulto, cada una de esas palabras lo es. En el vocabulario
misógino “la gata” se deslizó hasta convertirse en un significante que
designa a una mujer “vulgar”, “fácil”, “que no merece ser respetada”.
¡Oh,
no! La pobreza no es sinónimo de vulgaridad. No son “vulgares” ni el
hambre, ni el miedo, ni el desamparo, ni la urgencia de tener un
trabajo, ni las largas horas de transporte público. No son “vulgares”,
ni la falta de oportunidades, ni la imposibilidad de acceder a la
educación formal, ni las sandalias de plástico y los vestidos modestos.
La humildad, no tiene nada de vulgar. La señora contó sus chiles, y se
declaró “abusada”, planeó su ofensiva… se habrá sentido Margaret
Thatcher, en pleno conflicto de las islas Malvinas, apoyada –además-
por su valeroso e intrépido lugarteniente del hogar, suponemos que su
esposo. Ese deseo de humillar, ese enfermo insaciable, ras de tierra
deseo de humillar. Esa tan canalla necesidad. Par de cobardes.
“¿Entonces
es un robo, o no?”. “¿Cómo te pudiste haber comido dos chiles en
nogada?”. “¿No te dio mucha pena agarrar un traste de mi casa y
llevarte un chile en nogada para alguien de tu familia?”. “Se te da de
sobra, no se te mide la comida”, exclama, tiembla y se estremece la
perseguidora, ante -su propia- inefable bondad. “Claro que tengo la
razón”, ataca el aguerrido lugarteniente con su tono de salvador de
almas perdidas. ¿Qué habrán fantaseado juntos –ella y él- cuando
planeaban “el desembarco de tropas” en la cocina? La señora y el señor
A, acosan a una mujer que trabaja para ellos, y a la que por la
dignidad de sus respuestas, por la suavidad de su voz, por su infinita
paciencia, voy a llamar aquí “la Mujer Educada”.
Fue la señora
de A (que las diosas le conserven sus delirantes fantasías de impunidad
pre-redes sociales) quien subió el video a su cuenta de Facebook y a la de youtube,
con el mensaje: “Entre más conozco a la gente, más quiero a mi perro”.
Todo eso, y ni más ni menos. No, no era una autocrítica, ella es “la
justiciera”. La defensora de los “verdaderos valores” de las “familias
de bien”.
¿Cuánto tiempo invirtió el dúo dinámico en planear la
emboscada: atraparla en la cocina a su hora de salida? “Sí, casi cuando
se vaya”. “Ordénale que abra su bolsa”. “Tú la interrogas, yo la
grabo”. “Si no acepta que es una ladrona, yo intervengo”. Si ella lo
hizo público fue para probar que en su casa si queda clarito “quien
manda”. Ella sí que sabe llevar “con mano dura”, su inmenso reino. Se
coronó en su cocina la señora de A. Fanfarrias. Y luego a una le da por
espeluznarse ante los “patriarcas”, tomando la palabra en su sentido de
hombres que ejercen de manera abusiva el poder. No olvidemos, por favor
a las matriarcas. El abuso es el mismo.
La “venganza” y su chivo expiatorio
Habrán
corrido al sofá de su sala: Miran el video, quedan extasiados. La
operación para desenmascarar a la delincuente ha sido un éxito. Toda la
amargura de sus vidas está a punto de ser resarcida en la inminente
exhibición de la grandeza de ambos. No, no los conozco. ¿Por qué hablo
entonces de amargura? Porque me parece imposible que dos seres que
saben agradecer la llegada del sol cuando amanece, sean capaces de un
revanchismo semejante. Imposible que dos seres capaces de la mínima
empatía, se desbarranquen así, hasta la ignominia. Los “afectados”,
ejecutaron su venganza, pero la venganza que les era tan
emocionalmente indispensable no puede ser –realmente- contra la Mujer
Educada, no, ella está allí en calidad de chivo expiatorio. ¿Por qué
contra ella? Porque es la persona más frágil. Porque no tiene un
contrato de trabajo, porque no tiene derecho a prestaciones, porque la
ley no la protege, porque pertenece a una clase social vulnerable,
porque toda ella es vulnerable. Y así se lo decimos, y así lo escucha
todos los días de su vida.
Porque su trabajo no es considerado
un trabajo, porque no hay nada que reconocerle ni que agradecerle.
Porque no existe para ellos. Porque es menos humana en esa su
entrañable humanidad de mujer humilde. Es probable también que el
despotismo “magnánimo” de la señora y el señor A vengan de alguna
extravagante convicción centrada en las diferencias inscritas en el
fenotipo. Como escribió Hortensia Moreno: “el colorímetro mexicano”.
¿Por qué contra ella? Porque con ella se lo pueden permitir. Así de
simple y sin mayor trámite moral. Porque la injusticia social
empecinada, el clasismo, el racismo, los legitiman. Porque los valores
se trastocan, y la humildad (el tono de voz apacible de la Mujer
Educada que responde, sus explicaciones) se convierten en un acicate
para seguirla acosando. Querían verla vencida, derrotada, humillada. No
lo lograron. La diferencia de calidades morales entre ellos y ella es
avasallante.
Me imagino que al momento de subir el video la
señora de A, comenzó a esperar ansiosa las felicitaciones y el ¡Bravo!
Generalizado de su entorno. Clap, clap, clap. Muchos “Me gusta”. Qué
prensa la que esperaba la vengadora anónima a punto de hacerse pública,
qué bárbara. No había nada en esa escena que hiciera pensar al señor y
a la señora de A que tenían que avergonzarse. Al contrario, mostraban
su savoir faire, lo “hábiles” que son para dar lecciones y
funcionar en equipo. Ellos “no se dejan”. El honor de una pequeño
burguesía pretenciosa y puritana, moralina e inmoral, ha sido salvado.
Me hubiera encantado embarrarles en los rostros los chiles en nogada.
¿Quién se creen los “ninguneadores”? Los que convierten a la otra en
“ninguna”, parafraseando a Paz. Pero los déspotas se embarraron
solititos. Clap, clap, clap.
Las redes sociales
Las
redes sociales y el profundo deseo de convertirnos –poco a poco- en una
sociedad distinta. “Una persona le reprocha haber publicado el video y
señala que es ‘mezquino negarle una posibilidad de trabajo a esta
mujer, acorralándola, grabándola, con todo el potencial a tu favor, y
subiéndola al Facebook’”.La mujer, que se define como activista por los
derechos de los animales, respondió que está ‘cansada’ de que todos ‘le
muerdan la mano’, y acusó que aunque a su empleada se les respetaban
sus horas laborales y se les pagaban puntualmente; ‘trató de abusar’”,
nota de la Redacción, en La Silla Rota. “Se les respetaban sus horas laborales” y hasta “le pagaban puntualmente”. Es enorme.
Y
es una escena que transparenta sin piedad la realidad –en muchísimos
casos- de esas mujeres que se sienten “patronas”, y su relación con las
trabajadoras del hogar. Ellas les hacen el favor a una “descastada”, a
una “peladita”, y “la peladita”, “muerde la mano que la alimenta”. La
Mujer Educada limpia, lava, plancha, cocina, hace mandados. Se inclina
y recoge, se inclina, se inclina. Dice “por favor”, “discúlpeme”, da
las gracias. Y se gana en una jornada agotadora su salario miserable y
sus alimentos. “No te contamos la comida…” dice la cuenta chiles en el
video. ¿Cuánto le paga? ¿Cuánto? ¿Cómo se atreve?
Creo que es
muy importante que todas/os escuchemos y miremos meticulosamente este
video. Me dio dolor, indignación, rabia….luego me dio miedo. Un miedo
intenso por esos señor y señora a que todas/os corremos el riesgo de
llevar dentro.
Qué bueno que los “justicieros” hicieron la
grabación. Qué bueno que esas palabras intercambiadas entre los
“poderosos” y su víctima hayan recorrido las calles.
Espero que
CONAPRED reciba pronto una denuncia contra los acosadores, y que ellos
a su vez, reciban la sanción moral que corresponde.
Abrir su
bolsa, “los señores” tienen derecho a pedírselo. “Un sector marginado y
maltratado y el menosprecio con el cual se habla de ellas: ‘las
sirvientas’, las ‘gatas’ o las ‘chachas’ es la expresión semántica de
un clasismo y un racismo arraigados que florecen en el núcleo
familiar”, del texto de Sergio Aguayo en “Dos mundos bajo el mismo
techo. Trabajo del hogar y no discriminación”, colección Matices,
Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. (Enlace debajo de
este texto).
EL SEÑOR Y LA SEÑORA DE A QUE TODAS/OS CORREMOS EL RIESGO DE LLEVAR DENTRO.
Espero
que nos detengamos ante esta escena, no sólo para rechazarla con todo,
sino para cuestionarnos. Esa manera que tienen hombres y mujeres de
decir: “La chacha”, ese tono de voz que pone en juego todos los
elementos inherentes a la discriminación: el intento de sentirse
superior descalificando al otro, la certeza de que basta con asignarle
a alguien el lado oscuro de la acera, para convertirse en segundos en
seres luminosos. Esa prepotencia de los “amos” que viven convencidos de
que pueden permitírselo casi todo. Ante los que están en situación de
vulnerabilidad, claro. Suele ser el mismo quien humilla a quienes se
encuentran en situación de fragilidad, que quien corre a hacerle
caravanas a quienes a su vez, le parecen poderosos. Con los perritos
ellos son buenos. No hay rivalidad en su trato con ellos. Me imagino,
no hay manera de saberlo a ciencia cierta.
"Comes de lo que nosotros comemos", le dice a un ser humano la defensora de los perritos.
Esa
injusticia social que permite un mundo de amos…y que convierte la
humildad en un defecto. Ellos se sienten “buenos”, tan justos, tan
considerados y tan buenos. La manera brutal en la que se naturaliza la
injusticia social. Eso.
La Mujer educada se disculpa. Ella. Se
disculpa por el trastecito de plástico, y porque no se comió los chiles
y los guardó en su bolsa para su hijo.
“Nadie puede comerse dos chiles en nogada”.
“Estás mintiendo”.
“Es un robo, acéptalo”.
No basta con rechazar con todo el corazón al señor y a la señora de A.
Tenemos que cambiar de una en uno. Tenemos que cambiar.
Comencemos por dudar cada una/o de sí mismo: ¿Estoy segura de que no llevo dentro a una matrona como la señora de A?
Agazapada, silenciosa, artera.
¿Estoy segura de que no discrimino?
¿No uso esos tonos, esa prepotencia?
¿Estoy segura de que no vuelco mis imposibilidades en los otros a través del desprecio?
Gracias por la lección, de toda lo que una/o no quisiera ser nunca en la vida.
De todo lo que nos queda por cambiar.
En
este enlace se puede descargar la obra colectiva “Dos mundos bajo el
mismo techo. Trabajo del hogar y no discriminación”. Colección Matices.
CONAPRED.